Una de las cosas que se ha extraviado en el mundo actual es el sentido de los valores universales, que no son los mismos que los de los "derechos y libertades". En el caso de México, parte se perdió cuando el gobierno del presidente Vicente Fox (2000-2006) erradicó las materias de civismo y ética, que no son ajenos a dichos valores, que tampoco son los de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), Es una contradicción flagrante hablar de valores universales y confundirlos con los Derechos Humanos o la diversidad cultural. No se trata tampoco de "reflexión crítica" -izquierdismo- o de "responsabilidad social", lo último de moda en el mundo empresarial, para conjugar la inercia con el ademán "libertario".
En los valores universales, la persona pasa antes que cualquier diferencia, de género, de raza, de condición socioeconómica, de religión, etcétera, es decir, antes tanto de cualquier rol como de cualquier "identidad", y se trata de que esos valores estén por fuera de la dominación o, para decirlo de otro modo, que tiendan a excluirla para privilegiar lo que entre seres humanos hay de semejante, y que no es nada más cuestión de "la especie", sino del "género". En este sentido, algo como el "humanismo mexicano", por ejemplo, no dice mucho, como tampoco el "socialismo con características chinas", etcétera. Si se trata de privilegiar lo que hay de semejante, así se exprese de manera diversa, es preferible tener reglas basadas en la igualdad, de la que se habla poco, porque desde hace rato el gran privilegio es para "la libertad". A final de cuentas, cada quien es "libre" de "hacer lo que quiera", a lo que se agrega "mientras no dañe a los demás": esto significa que no es necesario ver en alguien más a un semejante, salvo a otro "propietario de sí mismo" igualmente libre de "hacer lo que quiera", aunque sea en realidad "captado" por el deseo o hasta por la fantasía. Desde luego, se trata de tolerancia, sin que ello implique tampoco reconocimiento de la semejanza; antes bien, se debe tolerar de todo, o casi, por "la libertad de cada quién".
Después, empiezan las licencias. Si la justicia es un valor universal, se le puede anteponer que "de justiciero no se logra nada", que "tú no vas a cambiar al sistema" (ni a nadie), o que la injusticia existe desde tiempos bíblicos y no conviene "salir de redentor crucificado". Si la bondad es un valor universal, es también ingenuidad: cuidado, porque hay que tener cuidado en este mundo material, e igualmente la generosidad es un riesgo, porque otro puede sacar provecho sin devolver nada. Si la compasión es otro valor universal, como "nadie la tiene" no viene al caso y "si le das un golpe a otro, dáselo bien, porque si se levanta es para devolvértelo". La honestidad puede llegado el caso hacer perder ocasiones u oportunidades. La responsabilidad se confunde con culpa para no asumir "culpas" y tener coartadas para, de ser posible, ahorrarse consecuencias si es que implican pérdidas, porque nadie las quiere, en ningún terreno. El amor es para oír un concierto de Roberto Carlos y seducir, pero también ya algo de consumo, como lo ha mostrado la estudiosa Eva Illouz: se consume romanticismo o cursilería, entre otros estereotipos. La gratitud está en desuso ("ah, fue tu decisión, yo no te pedí que lo hicieras", etcétera); la solidaridad es un proyecto de asistencia a grupos vulnerables o una Secretaría, y a duras penas hay "respeto" confundido con tolerancia. Lo mejor, desde hace mucho tiempo: con que "no hay verdad absoluta", resulta que cada quien tiene "su" verdad, habla según le va en la feria e "interpreta" de acuerdo con sus intereses. A este ritmo, casi no hay valor universal que resista: es que cada quien lo ve "a su modo", con lo que se acabó la universalidad misma y cualquier semejanza: no hay nada superior por encima del "interés propio" de cada "ego", la búsqueda de lo que lo beneficie al menor costo, o de ser posible sin ninguno, y la "libre competencia" que, si se acompaña de tolerancia y "respeto", significa desconocer al semejante y no tener ninguna relación con él. Hace rato que se ha interiorizado bastante que lo básico es "la libertad", el ademán de "tolerancia" (confundido con respeto), la evitación de todo riesgo de pérdida (por bondad, generosidad, empatía, etcétera, o compromiso) y, si no es la rivalidad soterrada, la "tolerancia" convertida en indiferencia: cada quien a lo suyo. Es la trampa del relativismo: "no hay verdad absoluta" no puede tomarse entonces como verdad absoluta. El problema está en saber que rige el interés, que es en rigor "estar entre" (inter esse): como cualquier semejanza deja entrever un riesgo en la "intersección" entre "la gente", no queda más que el mantra mexicano ("me vale madre") y la diferencia que, sin la semejanza mencionada, es radicalmente otra, salvo para competir por los recursos, así sea en nombre del "gusto" de cada uno: entre la indiferencia y la rivalidad, y cada quien a su buen emprender y entender. ¿Reglas del juego? No hay mayormente, salvo "tolerarse" mientras cada quien busca lo suyo. A riesgo de que "juego sin reglas", a fuerza de rivalidad, sea una violencia larvada crónica. Hace mucho que el presidente ruso, Vladimir Putin, hizo la pregunta: ¿reglas del juego o juego sin reglas? Si no hay valores universales, sino "interpretaciones de cada quien" e intereses, egos sin nada superior a todos ellos, es como con la personalidad de la época: no queda más que la indiferencia o el riesgo de encontronazo entre "subjetividades", por "tener diferencias" ("es que tuvimos diferencias", o "se pelearon por una diferencia"), según la evolución: la sobrevivencia del más apto, es decir, del que logre dominar o crea poder lograrlo. No quiero reglas -la personalidad de la época como "niño malcriado", según el psicoanalista Jean-Charles Bouchoux-, mucho menos universales, y no entiendo por qué están las cosas medio hostiles, si cada uno es libre de que se cumplan sus deseos y fantasías, es decir, de la arbitrariedad completa, si "en gustos se rompen géneros" (da click en el botón de reproducción).