Francia es, como en parte (aunque menor) España, un país que conserva cierto grado de debate de ideas, a condición de evitarse un punto: como el Reino Unido, del que han salido muchos historiadores de la más refinada mala fe sobre el tema, en Francia es prácticamente imposible hablar con un mínimo de serenidad de la Unión Soviética y de Rusia. Se trata en Francia y el Reino Unido de dos antiguos imperios coloniales, ya capitalistas, que creen tener algo de "especial" y que, en materia de anticomunismo, son bastante peores que Estados Unidos, motivo por el cual el Reino Unido está "apuntado" por las armas rusas, y algunos excesivos creen en un complot "anglosajón". En materia de historia de la Unión Soviética, hay a veces historiadores estadounidenses honestos, como algunos en España. Es en cambio imposible en Francia y el Reino Unido. Han pasado décadas desde Charles De Gaulle en Francia y su idea de tener mayor independencia frente a Estados Unidos. Por lo demás, algunos creen en una capacidad de ideas de Alemania que es reducida, y en este país tampoco falta la mala fe anticomunista. La diferencia, en parte, está con Francia en el debate de ideas mencionado, por lo que puede haber alguien como Marine Le Pen, por extraño que suene. A su vez, Estados Unidos tiene buena tradición de historiadores en lo que se llamaría una tradición "empírica". Como al estadounidense le gusta ésta, salvo excepciones difícilmente se lanzará a inventos graves como los de los británicos y los franceses sobre la historia del comunismo. La tradición capitalista de Francia y en parte del Reino Unido, más que de engaño, es de hipocresía y de lo que a raíz del francés Moliére se conoce como "tartufismo", más incluso que de simple cálculo de conveniencia a la estadounidense. De los países mencionados, pese a la hipocresía frecuente, Francia es el que más conserva una mezcla de cortesia y educación que se llama politesse. En cambio, el estadounidense puede ser majadero -como lo es el presidente Donald J. Trump- y el alemán prepotente y, como el estadounidense, orgulloso de su ignorancia. Se trata apenas de tendencias.
Gracias a lo que viene sucediendo desde hace décadas, en particular los '80, un país como Francia se encuentra con un antiguo declive agravado. El declive se remonta, en parte, a los gravísimos estragos de la Primera Guerra Mundial, comparativamente más graves que los de la Segunda; pese a De Gaulle, Francia tuvo dificultades en aceptar la descolonización de la segunda posguerra, en particular por la cuestión de Argelia y el peso de la población francesa de origen argelino: es en este terreno que Jean-Marie Le Pen fue alguien de extrema derecha siniestra. El declive prosiguió luego con las deslocalizaciones industriales y el deterioro paulatino de los servicios públicos, alguna vez muy buenos, en particular en materia de educación y salud. Era un muy buen sistema educativo que contribuía a alimentar el debate de ideas: para que se tenga una idea, hoy un 30 % de los franceses adultos no puede leer una página escrita. La investigación científica y tecnológica ha decaído. En resumen, una parte no menor de la población francesa se está volviendo cada vez más tonta, para decirlo de manera suave, sin que ayude conjugar tontería e hipocresía, al servir esta última para no hacer ya "trabajo" mental (lo que se conoce como "el trabajo mental de..."). Está remplazado, aunque en redes es algo distinto, por grandes medios de comunicación masiva cuya insolencia se ha acentuado, volviendo permeable la población a la mezcla de la época de mala voluntad e ignorancia, lo que tipifican bien varios de los últimos presidentes franceses, como Nicolas Sarkozy, el inenarrable Francois Hollande y un Macron psicópata narcisista. Esto ocurre más allá de la inmigración, por el peso mediático y de la alta finanza, que llevaron de hecho a Macron al gobierno. Al mismo tiempo, en una situación asi, los inmigrantes más recientes no se sienten obligados a ser primero ciudadanos y después de tal color u origen, sino que agarran un espíritu de "gueto" o incluso de delincuencia que no es justificable. Según el científico francés Didier Raoult, parte del declive francés hoy tiene que ver con una vida de "servicios" (que ocupa al 80 % de la población) repleta de "administrativos" ("gestores") que en realidad ya no saben gran cosa, ni sobre lo que "gestionan": igual que la universidad pública, por lo demás, y gracias a la digitalización, también. Es así que quienes "gestionan" (como en México lo hizo Hugo López-Gatell), sin enterarse de mucho, impidieron a Raoult trabajar con hidroxicloroquina siendo que, gracias a ésta, el Instituto marsellés del médico mencionado logró la tasa de mortalidad más baja del mundo por COVID 19. Como para resolver problemas hay que pensar, se ha llegado a la obviedad de que lo mejor es no tener problemas y andar simplificándolo todo: la conclusión es que hay que proceder "sin pensarlo mucho" (si todavía se plantea algo de pensar en vez de recitar un protocolo).
Como lo sugiere Raoult, el resultado es que los asuntos prácticos en realidad ya no se saben enfrentar, para no decir que los del orden de lo humano tampoco, más allá de seguir reglas mínimas, procedimientos y protocolos. Para Raoult, quienes "hacen" (se puede entender que de manera creativa) son cada vez más minoritarios. En educación y salud, cada vez menos se "sabe hacer", y en cambio se inflan los "gestores" tipo video-juego. Así, Francia conserva en ciertos espacios particulares capacidad de debate de ideas, pero no interesan demasiado, y se trata de un país que se está "des-civilizando": es notoria la diferencia, por ejemplo, entre el nivel a la baja de un estudiante francés (o un alemán), próximo de la tontería de más de un estadounidense (para quien la tontería también tiene que ser "mega", "súper", "híper" y "monstruo"), y el nivel más alto de algún español (no siempre), pero sobre todo asiático, chino en particular. En varios países centrales, hay gente que percibe una pérdida de sentido: algunos creen que lo hay en seguirle como en el siglo XX a la creencia de que los bárbaros son los de afuera y los "autócratas" como el presidente ruso Vladimir Putin. Ni siquiera sirve tratar de alertar, porque habría que "saberse de otra" y más de uno cree encontrar la escapatoria cerrándolo todo con llave. Y aún así, el "Sur global" se abre -nada nuevo- en vez de pararle a la imitación por el conocido "efecto demostración". Si el del país central es tonto, es que es el progreso y que ser tonto es lo máximo. Qué bueno que la vida sea cada vez más simple: si no fuera por el trabajo y por la prudencia de algunos, la simplicidad tal vez ya fuera la de hacer guerras a pedradas, para seguir a Albert Einstein. Porque, como decía De Gaulle sobre la gente peligrosa, lo puede ser peor si "además, tiene talento". Como los que celebran a Macron -y no saben de la tendencia a la vanidad del hombre francés y a la lealtad de la mujer francesa-y no tienen sino entre recelo e indiferencia ante el verdadero debate. ¿Muy su asunto el de Francia? (da click en el botón de reproducción).