Cada vez que un grupo de lo que sea sale a protestar a la calle, los medios de comunicación occidentales están listos, muy en el espíritu del 68, a gritar "revolución". Si un grupo de islamistas sale navajas en mano a la calle en Jordania, es revolución. Si los maleantes se sublevan contra Kadafi en Bengasi, es revolución. Si la oposición siria, según Wikileaks apoyada por Washington, no para de gritar en la calle, es revolución. Si los islamistas del norte de Yemen, ex veteranos de Afganistán, la emprenden contra el gobernante Saleh (a su vez apoyado por la Central de Inteligencia Americana), pues es otra revolución, así sean los de la calle utilizados para dirimir diferencias en el poder. Ahora resulta que lo de Egipto fue "revolución de los lotos". Como lo de Lennon y Yoko Ono era revolución, aunque no en la calle, cualquier Waka Waka es revolucionario.
Si unos islamistas del norte del Caúcaso ruso ponen una bomba en el aeropuerto moscovita de Domodedovo, tal vez sea revolución: así mueran civiles inocentes, no hay intelectuales occidentales quie protesten y ni Obama se esfuerza mayormente en condenar el hecho. Si en Francia se prohíbe el velo en lugares públicos, quien pare la medida es revolución. Poco importa que llevar velo, burka o "tchador" no sea lo mismo que escoger el atuendo más vistoso o un disfraz para la marcha del orgullo gay. Criticar a Francia en estos asuntos es, por principio de cuentas, revolución. Que viva la diferencia, aunque llevar velo suponga adoptar un credo religioso que en ciertas versiones lleva a la mujer a no salir de la casa, a salir escoltada por los hermanos o a caminar detrás del hombre. El tipo de persona que critica la prohibición del velo es el mismo que está a favor del empoderamiento de la primer señora que pase. Lo fundamental es estar "in" la revolución, no "out" de ella. Así que viva el islamismo en los suburbios franceses. Vivan las mafias de Bengasi (y que se esfuercen un poco más, porque contra los leales a Kadafi no dan una militarmente). Abajo los gobiernos como los de Kadafi o Hussein, el de Irak, en el cual las mujeres tenían una situación decente. Así que, de hoy en adelante, a todo lo que sea la vuelta al conservadurismo y a los Hermanos Musulmanes le vamos a llamar "revolución", encontrando los intelectuales necesarios para teorizarnos el asunto.
¿O no? Si el sacerdote finlandés Juha Molari denuncia el sitio Web "Kavkaz Center" porque éste hace apología del terrorismo e incita al odio contra los rusos, pues se prohibe a Molari ejercer. Las autoridades finlandesas promueven este tipo de cosas y nadie las acusa de nada, ni siquiera en el Parlamento Europeo. Si se promueven atentados en Minsk, silencio. El mismo tipo de actitud se encuentra en Noruega, entre los antiguos neutrales suecos hoy metidos a las agresiones en Libia, o entre daneses que han escudado a terroristas de Chechenia.
Revolución es hacerse de la vista gorda cuando el terrorismo islámico ataca a Rusia y revolución es quitarle a Putin, hoy primer ministro ruso, el derecho a la defensa propia. Revolución es agitación vandálica en los suburbios franceses y revolución es destruir la laicidad, diciendo un día sí y otro día no sobre la "causa de las mujeres", poco importa. Revolución es deshacerse de los gobiernos árabes laicos y más progresistas; o sacar navajas, saquear monumentos históricos en El Cairo, hacerse el interesante en Facebook y estar a la vanguardia de lo que sea, "moi et mes amis". Revolución es algo tan, tan, tan...Otro mundo es posible, qué duda cabe. Aunque suene a anuncio de marihuana.
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viernes, 22 de abril de 2011
FANÁTICAMENTE MODERADOS
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