Es desde el fin de la Guerra Fría y de la amenaza soviética que el Imperio, además de homicida (como lo prueban los atentados contra Kadafi), transgresor de la ley (ya que poco importa lo que resuelva Naciones Unidas), mentiroso (como al inventar armas en Irak que nunca existieron), depredador del medio ambiente (con municiones de uranio) y pendenciero (basta oir el tonito que ha agarrado el señor Obama, por ejemplo contra Siria), decidió ponerse procaz, como si al ambiente del Old West hubiera que darle un aire de "saloon".
Manuel Antonio Noriega, dictador panameño, se encontraba al parecer en casa de su amante Vicky Amado cuando la invasión de 1989. Noriega se fue a refugiar a la Nunciatura Apostólica y, pese a que Dios lo vigilaba tan de cerca como el ejército norteamericano, puso a secar en el lugar unos calzoncillos rojos, para escándalo estadounidense. Resulta que Noriega llevaba algo así como ropa interior comunista -o de mecánico del trópico- y no unos boxers con barras y estrellas. Terrible. Los medios de comunicación insistieron tanto en el asunto que incluso un torrijista consideró necesario aclarar que él también usaba calzoncillos rojos y que no veía en ello nada de malo.
Ahora que volvieron a matar a Osama Bin Laden, resulta que en su casita no tenía ningún equipo sofisticado. En cambio, Estados Unidos consideró necesario difundir a los cuatro vientos que el terrorista islámico tenía una fabulosa colección de películas tres equis, es decir, "porno" o de lo que en Estados Unidos se llama "material explícito". Fue casi como decir que el barbudo había cometido otro atentado, esta vez contra las buenas costumbres. No se entiende ni para qué lo lanzaron al mar: mejor lo hubieran enterrado con estampitas de Edwige Fenech, reina de cierto género italiano, un póster de la Cicciolina o rezos a Ugo Tognazzi.
Para desacreditar a Kadafi, se propagó desde Occidente la fabulosa especie de que el líder libio da a sus tropas Viagra, para que violen a las mujeres que encuentran a su paso. La denuncia la hizo Susan Rice, embajadora estadounidense en Naciones Unidas. Tal vez la diplomática esperaba una respuesta airada al respecto, al menos de los funcionarios del organismo internacional que tal vez prefieren Soft Cialis. Rice anduvo insistiendo en el asunto y ahora no faltan quienes, atribuyéndole "crímenes contra la Humanidad", quieran llevar a Kadafi ante el Tribunal Internacional de la Haya, que para el caso se está convirtiendo en la cárcel del condado. Que el cantinero no sea el más indicado para hablar o que los cowboys del saloon deban mejor optar por el silencio no es algo que le pase por la cabeza a nadie: ¿o hay que recordar que, en pleno escándalo con una señorita de apellido Lewinski, el entonces presidente estadounidense, muy a lo "soy el vaquero más auténtico que existió", fue a bombardear una fábrica de aspirinas en Sudán, alegando que eran armas químicas?
La última ha consistido en el extraño asunto que terminó con la carrera de Dominique Strauss-Kahn, poco tiempo después de que el ultrademagógico Barack Obama festejara el 5 de mayo en la Casa Blanca y nos pusiera al tanto de los tamales de Michelle. Resulta que los francesitos, como todo el mundo sabe, no se saben comportar al ver morenazas y, cuando el ex director del FMI y partidario de remplazar al dólar como moneda internacional (así de fuerte), manteniendo la entereza del euro, vió a una humilde mucama o recamarera africana, se le lanzó al estilo Kalimba Marichal en Chetumal, es decir, como trompetista de vecindad. El Tigger Woods que gobierna en la Casa Blanca debe estar fúrico. Eso no se hace en los hoteles neoyorquinos, sino en los cuartos de arriba de los saloons, Monsieur Dominique. De remate, se soltó la especie de que la africana vive en una residencia exclusiva para seropositivos: Dios quiera y el muy solvente (supersic) Strauss Kahn, aún teniendo que pagar, se salve del contagio de VHS (sic), que es lo que se dirá en las redes sociales que tanto lamentaron la muerte de Obama (recontra-sic) en Pakistán.
Como ya están borrachos de ignorancia, para empezar, que los rusos se cuiden, no vaya a ser que, en otra andanada de delirio, la agarren los occidentales contra el primer ministro Vladimir Pushkin (sic, why not) por no permitir manifestaciones LGBT (Lésbico Gay Bisexual Transgénero) en Moscú. Digamos que el "debate ideológico" se parece cada vez más a lo que ocurre "the day after" (el día después) el el saloon, cuando con whisky tirado por doquier los vaqueros se sueltan a discutir sobre las damas del saloon (es una forma de llamarlas) y sus "cualidades".
Digamos, de paso, que se le agradecería a las fuerzas que creen que "otro mundo es posible" que no se pongan muy pieles rojas: es decir que, de remate, no nos vengan con que la solución está en usar calzoncillos ecológicos con los siete colores del Wiphala andino y, para colmo, con algún anuncio delantero (unisex) que diga: "No a Mr. Danger". Cuidado: entre espectáculo y espectáculo se está destruyendo, como lo ha señalado el primer ministro y ex presidente ruso, el señor Vladimir Putin, una forma de convivencia construida desde hace varios siglos en la Paz Westphalia (no, no es la hermana de Thalía), para convertir el "escenario internacional" exactamente en éso y en la ley del revólver.
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