Aunque ganador de las recientes elecciones presidenciales rusas, Vladimir Putin no las tiene todas consigo. Se mantiene en el centro de fuerzas que empujan en direcciones distintas.
En círculos cercanos al mismo Putin crece una "idea" de supuesta grandeza. En una concentración con simpatizantes en el estadio moscovita de Luzhniki, el 23 de febrero, el hoy flamante presidente se sacó de la chistera un pésimo discurso sobre Rusia. Arguyó que los rusos siempre han sido vencedores y, además, que en los rusos ser vencedores es cosa genética. De repente, se puso a hablar Vladimir Darwinovich Putin: ¿qué falló en la genética durante la guerra ruso-japonesa, o que falló en la genética durante la Primera Guerra Mundial, un desastre del ADN hasta que Lenin le paró al asunto?¿Está en la genética regalarle todas las posiciones geopolíticas a Occidente? Mejor se hubiera quedado Putin con las palabras de Lermóntov. La genética rusa, asunto que repiten algunos rusos (incluido el cineasta Nikita Mikhalkov, enemistado con la "genética bolchevique"), puede derivar hacia un discurso sobre la "grandeza" que es típico de un país que, aún permaneciendo atrasado, se las da de señorito, o en este caso de condesa. Ninguna genética le ha permitido a Putin concretar -no lo puede hacer- el proyecto de una Eurasia sin Estados Unidos, un proyecto dudoso de Alexander Duguin, que puede combinar ideas interesantes con disparates esotéricos para ponerse a llorar. Este tipo de delirios -propios de un país que ya ha entrado en el consumo de masas- no le viene bien a un presidente que ha rescatado lo mejor del sovietismo, pero también algo de lo peor: el chovinismo de gran potencia. Tampoco interesan mayormente las retahilas de Mikhalkov sobre la "clase media" rusa, ni los errores de Putin en sus artículos sobre política exterior. Si este sovietismo recoge lo peor del pasado, es porque, al mismo tiempo, cree ingenuamente en Occidente y al mismo tiempo en "viva la diferencia", como si Rusia fuera a vender al mercado "grandeza del alma". Por lo demás, basta ver videos como el reproducido por ejemplo en el blog de Josafat Comin -"Sveta" de Ivánovo, una señorita que es un homenaje a la tontería del "meshanin" soviético- para darse cuenta de cierta base que apoya a Putin mientras recibe algo. Putin, pues, es el sovietismo: con lo mejor de él, es decir, la plena disposición a defender la patria si es amenazada y agredida.
El Partido Comunista de la Federación Rusa no debiera regatearle mucho el apoyo a Putin en materia de política exterior. En cambio, le asiste la razón al comunismo (distinto del sovietismo) cuando muestra que no es gran muestra de "grandeza" poner a la maquinaria burocrática a hacer fraude o a acarrear "simpatizantes" a los mítines -lo que también muestra el blog de Josafat Comin. El asunto es secundario: lo que tiene cansado a un buen número de rusos es un estado de descomposición social y moral que, nótese bien, no está reñido con crecientes comodidades u "oportunidades" económicas -lo único que pueden argumentar muchos simpatizantes de Putin, pese a que el ahora ex primer ministro los llame a "vivir de acuerdo con la conciencia". Algunos lo traducen a la manera de vestirse o a la cantidad de mercancías en los estantes. No es asunto del sovietismo: es asunto típico de Occidente. Las elecciones legislativas ya habían demostrado que la gente culta no vota por Putin: tiende a votar por los comunistas que, además, hacen propaganda más sana y menos estereotipada que los de Rusia Unida, convertidos -que lo diga Oleg Tabakov- en rusos de caricatura. Los comunistas ganan en las grandes ciudades, desde Kaliningrado hasta Vladivostok, en las principales ciudades industriales (sobre todo siberianas) y, donde no ganan, no es raro que haya fraude, sea en Krasnodar, Tula, Tambov, Saratov o San Petersburgo. El mensaje es claro y tal vez Putin lo entiende: el precio del paraíso material -además, relativo- no puede ser una degradación comparable a la de un Occidente que, según lo reconocen sus propios banqueros (como el mexicano Guillermo Ortiz), se hunde en una "crisis tamaño mamut". Mucho menos puede un país con una cultura como la rusa ponerse a todo con los ilotas occidentales. La "grandeza" estaría, si existiese, no en los genes, sino en poner el ejemplo de decoro y de justicia social. Lo anterior no quiere decir que el líder comunista Ziuganov haya salido de discursos muchas veces rimbombantes y que la propaganda no prosiga en lugar el análisis.
No estaría mal deshacerse de los antisociales, aunque no sean muy votados. Da pena ver a los ricos rusos como el candidato Projórov y su total inconciencia: no saben ni en qué planeta están parados. Pero si los comunistas le reprochan a Putin coquetear con los oligarcas, no hay razón para pensar que el lumpen payaso de abajo -del tipo Zhirinovski- es mejor. También son productos de un pasado soviético complejo.
No hay grandeza en vuelos líricos sobre el "alma" ni en la cantaleta de que "a Rusia no se le puede entender con la razón". ¿Y con la genética sí? Quienes pensaron que se le puede entender con tantitito marxismo tenían razón: el asunto es de valores, no de poses mercadotécnicas. Rusia no está exenta de marxismo. De lo único que debe estar exenta -si es necesario, con Putin- es de que se la agreda impunemente.
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