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sábado, 8 de enero de 2011

DMITRI QUIERE A WILLIS

En el mes de diciembre hubo disturbios en Moscú, a raíz de la muerte de un fanático del futbol. Se quiso hacer de esos disturbios un problema "étnico", entre gente originaria del Cáucaso y moscovitas: lo que está probado es que hubo financiamiento exterior, por ejemplo y para variar, del magnate Boris Berezovsky, y provocaciones utilizando twitter y otras redes sociales, en las cuales grandes grupos financieros, como Goldman Sachs, invierten mucho. Las cosas se calmaron (la policía rusa tiene por cierto un Departamento especial de lucha contra la criminalidad étnica) y quedó asentado que, entre otras cosas, no hubo gente de Chechenia en los disturbios. Era una provocación para ver si desde las redes sociales se armaba una "revolución de colores", pero falló, como falló en las manifestaciones de Minsk, la capital bielorrusa, ahora que se reeligió Alexander Lukashenko, que arrestó a los líderes de oposición (algunos de los cuales juegan la carta "étnica") y punto. El problema es que en las condiciones actuales, la revolución de colores la trae Lukashenko en la cabeza, coqueteando alternativamente con Moscú y con las capitales occidentales. La ventaja para Lukashenko es que la economía bielorrusa funciona bien. En cuanto a los provocadores, intentaron lo de siempre: romper cristales y asaltar la sede de gobierno en Minsk, un guión ya muy visto.
Para quien quiera saberlo (lo ha denunciado por ejemplo el ambiguo sitio de voxnr en Internet), Estados Unidos trata de crear los problemas "étnicos" que pueda regando dinero en suburbios de capitales europeas, y habría que saber dinero proveniente de qué actividades. Lo cual no justifica la actitud de algunos inmigrantes: en Francia, por ejemplo, la mayoría de los inmigrantes NO son delincuentes, pero la mayoría de quienes delinquen sí son inmigrantes. De Moscú a París, la carta que juega Estados Unidos es la del Islam.
En estas condiciones, resulta penoso que el presidente ruso, Dmitri Medvedev, con los problemas propios de gran parte su generación (Medvedev nació en 1965), tenga tan poca idea de la autoridad que un día de éstos decida hacer un discurso a la nación rusa en el festival de Viña del Mar, flanqueado por Maná o Franco de Vita. Es decir, Medvedev sabe de rock, ruido y espectáculo, no de investiduras, así que la última fue congraciarse con el saliente gobernador de California, Estados Unidos, Arnold Schwarzenegger, Mr. Universo. Aseguró Medvedev, aficionado a los automóviles de colección, que Rusia tiene mucho que aprender de Estados Unidos. Se refería en parte a Silicon Valley, ya que los rusos buscan asesoría estadounidense para crear un equivalente "high-tec". Pero Medvedev agregó que en lo que Rusia tiene que aprender de Estados Unidos es en materia de corrupción. El presidente ruso declaró ésto mientras Washington y sus aliados le corrompen hasta los alrededores de Moscú, luego de haber corrompido el Caúcaso. Como muchos de su generación, Medvedev cree en el "milagro" estadounidense, en el rock, en los automóviles y en las estrellas de cine (nada más le falta creer en películas de mafiosos); de lo que es gobernar no sabe, la autoridad no la quiere, por principio, y de la realidad escoge nada más lo que le conviene, porque Estados Unidos tiene cada vez menos de envidiable: analfabetas funcionales y drogadictos por doquier, competitividad nula en muchos sectores, salvo excepciones, fraudes contables por sumas astronómicas, cifras económicas maquilladas, una población que no trabaja sino que vive a crédito, violencia y números inauditos de encarcelados, uno no terminaría de describir lo que es esa Roma en decadencia que para muchos es el paraíso. Justamente por estar en decadencia.

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