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viernes, 15 de julio de 2011

NI IDEA

Por debajo de 20 años, no hay peligro, o más bien, el peligro es tan grande que todo es asunto de azar: si a un estudiante de secundaria o de bachillerato estadounidense le piden hoy que ataque a Rusia, lo más probable es que le dispare a Windhoek. Si el atacante es de origen hispano, considerará además prudente lanzar misiles contra la República de Dondestán, refugio seguro de terroristas.
El problema con los mayorcitos es que tienen una sensación de omnipotencia inversamente proporcional a su inteligencia, ni se diga a una capacidad afectiva cercana a cero. Rusia viene buscando desde hace meses un acuerdo que nunca vendrá, para "compartir" el escudo antimisiles, o como dicen los malos chistes de Occidente, para dormir con el enemigo. Occidente ya ha dicho que no, no y no. En respuesta a las preocupaciones de Moscú, los occidentales acaban de anunciar que han acondicionado una nueva base aérea en el Báltico, esta vez en Emari, Estonia (cerca de la capital), para que se instalen cerca de dos decenas de aviones militares caza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Hace algunas semanas tuvieron lugar en la región ejercicios militares (Amber Hope 2011).
En 2007, Lituania había anunciado con el mayor entusiasmo (en Lituania se usa una base aérea para la OTAN, en Zoknjai) su decisión de participar en el escudo antimisiles estadounidense, que deberá cubrir, según Washington, toda Europa.
Cuando Lituania hizo su anuncio en 2007, Vladimir Putin, actual primer ministro ruso, dejó en claro que Rusia dispone ya del misil balístico más potente del mundo, el ICBM (misil balístico intercontinental) RS-24, dotado de ojivas múltiples; junto con el Iskander-M, ese misil le daría a Rusia la posibilidad de una respuesta "asimétrica", por lo que no serviría de gran cosa el escudo occidental. Es algo que a la OTAN le tiene sin cuidado: por ejemplo, luego de haber recibido una paliza en Osetia del Sur, los georgianos se han rearmado en el Caúcaso y prestarán una base para la OTAN en Sachkhere, región de Imereti, en el occidente georgiano. El asunto es no detenerse.
A Occidente no parece importarle mayormente que su empuje hacia las fronteras rusas coincida con serias dificultades en la economía estadounidense, en estos días cercana a un extraño "default", y con el descalabro escandaloso de la Unión Europea. Tampoco importa que falle un pronóstico tras otro, al grado que la OTAN no ha conseguido ganar su guerra en Libia en un plazo razonable. Lo único que ve Occidente es el reflejo de su propia imagen, la imagen de omnipotencia reflejada en el agua en medio de unos nenúfares. Lo asombroso es la capacidad de convocatoria de unos cuantos para que los demás vayan a extasiarse con esa imagen en el agua: los rusos, por ejemplo, en especial los jóvenes, carentes de valores sociales decorosos, y unos militares desordenados que no parecen saber bien qué cantidad de misiles hay que producir para el caso de que los jóvenes occidentales ya mayorcitos necesiten de un bofetón.
Dada esa capacidad de convocatoria, ni chinos ni europeos han sido capaces de responder a los intentos de Putin -solitario- por crear un mundo multipolar. Lo más seguro es que quién sabe o, como dijera un cantante mexicano, lo más seguro es que se arme un desmaye. Nomás llegando a Dondestán.

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