El anticomunismo es un defecto un
tanto feo de Occidente. Este anticomunismo sirve al marketing. No tiene nada
que ver con ideas y mucho menos con pruebas. Es una operación financiera.
Quienes peor lo hacen –ellos no saben cómo hacerlo- son quienes aseguran que la
Revolución de Octubre fue un paradigma (sic) en América Latina hasta el
desplome de la Unión Soviética en 1991. Este tipo de operación tiene algo de
psicótico: descalifica una alucinación que consiste en ver comunistas o
marxistas –dogmáticos, estalinistas, etcétera- donde no hay nada. El
anticomunismo está aún de moda por sistema y por adicción, aunque lleve a tirar
de manotazos donde no hay nada. Es un modo de no pensar. En vez de pensar, hay
que saber medir: ¿cuál es la ganancia? ¿Cuál el costo? Luego empieza uno a
agenciar las cosas de acuerdo con este supuesto “sentido común”: nadie paga
mucho por algo barato o devaluado y cualquiera busca vender a buen precio. Como
te vendes te tratan, bebé.
El XX Congreso del Partido
Comunista de la Unión Soviética tuvo lugar en 1956, cerca de tres años antes de
la Revolución Cubana. Ese Congreso no enmendó muchas de las taras del periodo
de Stalin, pero fue muy útil para desconcertar a los comunistas y lanzar a
Occidente a una crítica muy fuerte de todo lo que fuera “burocracia”. El impacto
en los viejos comunistas llevó a que muchos pidieran a finales de los ’70 un
“socialismo con rostro humano” (lo cual sonaba ya un tanto a marketing: hoy
“se” quiere capitalismo con rostro humano, nada más). Los cubanos pronto
juraron no repetir los errores soviéticos, y los nicaragüenses no repetir los
errores cubanos. Si los guerrilleros guevaristas guatemaltecos hubieran llegado
al poder, habrían buscado no repetir los errores nicaragüenses. El “sub”
mexicano no repitió los errores guatemaltecos.
La ruptura entre China y la Unión
Soviética es de 1960. El Tercer Mundo simpatizó mucho más con el maoísmo que
con el frío, aburrido y reprimido sovietismo. ¿Burócratas? No gracias. Hay que
saber meterse al Yang-Tsé, el Río Amarillo (y luego al Yellow Submarine, si se
trata de hacer agua). Entre el maoísmo y el trotskismo (no era desdeñable en
algunos países de América Latina, de Perú a México, donde murió asesinado Trotski),
los prosoviéticos quedaron muchas veces aislados y reducidos a casi nada,
porque “no sabían cómo hacerlo”. En cambio, quienes se adaptan a cualquier
novedad “sí saben cómo hacerla”. Típico asunto estadounidense: lo nuevo es
bueno por definición, lo pasado, malo.
La Revolución Cubana es de 1959.
Aunque aliada con la Unión Soviética, promovió la lucha armada ante las voces
–silenciadas- de los comunistas que se oponían. Cuba no apoyó en ningún lugar a
los comunistas latinoamericanos. ¿No fue un ladrillo de la señora Harnecker el que
tumbó al pobre de Allende? ¿Qué es eso del Frente Popular y la alianza con la
burguesía cuando la revolución urge?!Urge!!Era para ayer! Entre chinos,
trotskos y “para nosotros siempre es 26” (sí, nuestro deber es luchar 24 horas
sobre 24, más de las solicitadas por Brecht), no había modo de que
sobrevivieran prosoviéticos. Cuando urge, es que urge. Donde quedaban, sobre
todo en parte del Cono Sur, los comunistas siguieron siendo objeto de represión
y el asunto casi (casi) se acabó.
Bajo la influencia del deshielo,
el desmaye, Diván el Terrible, la china y el Trotski, cualquiera que defendiera
el sovietismo en los años ’70 (¡hace cuarenta años!) parecía burócrata,
trasnochado, crudo y más extraviado que un hippie fumado en Woodstock o en
Avándaro. A su vez, los partidos comunistas de Europa Occidental se hicieron
“eurocomunistas”, muy, muy críticos de Moscú: ¿suenan Enrico Berlinger,
Santiago Carrillo o Jorge Semprún? Ya llovió, son casi “oldies but goodies” de
la historia comunista motherna. Hace cuatro décadas no había quien diera un
centavo por el socialismo real. Solidarnosc estaba a la vuelta de la esquina. Cuando
llegó la perestroika, fue saludada como un homenaje a Occidente. El osito Misha
debía adaptarse y los viejos comunistas saludaron la llegada del consumo y el
bienestar para la familia.
El 68 tuvo lugar más de veinte
años antes de la perestroika, al igual que la Primavera de Praga, que fue la
puntilla para el socialismo realmente existente. ¿Quedaba gente en Occidente
para defender el socialismo real (sin comillas) en los años ’70, o incluso
desde finales de los ’60? No mucha. Más bien dicho, no quedaba casi nadie. Ya
en los ’70, la experiencia soviética no era un referente de algún valor, y más
bien se devaluaba. Que a la intelectualidad de izquierda le afectó el “nervous
break down” del socialismo real en 1991, creando confusión, es falso: aquélla
llevaba cerca de dos décadas en otra onda. Además, no era el socialismo que
queríamos. Ni socialismo. Ni utopía. Los intelectuales quieren utopías, estar
en ninguna parte, ser lunáticos y que no los estén molestando con lo “feo”. No
tiene sentido deslindarse de viejos comunistas que no pesan hoy en nada y que las más de las veces ya no están, desde
hace muchas –pero bastantes- décadas, o en deshacerse de marxistas colapsados
(qué desmaye) ahora que el marxismo dejó de interesar (Fidel, ése le reza a
Joseph Stiglitz). Ni siquiera a los soviéticos les gustaba mayormente Marx. Das
Kapital (¿queeé?)no es light, ni tiene rostro humano, ni da derecho a la
felicidad. Ni se vive de “eso”. ¿Hijito y de qué vas a comer?
El anticomunismo y el
antisovietismo sirven para colar a la izquierda de hoy –y al despistado que
nunca falta- en una operación mercantil. No se trata de pensar. ¡Des-pensa!
Consiste en buscar alguna ventaja o algún beneficio: el que practica este tipo
de operación se vende como nuevo (¡a new me!), a buen precio, y se deshace de
algo barato y devaluado (¿quién no?), para el caso viejos comunistas, marxistas
colapsados o paradigmas más que octogenarios, entre los cachivaches. Se vende.
Nadie se pregunta si tiene valor o no lo que se vende. Cualquiera en sus cinco
sentidos sabe que sacar la mayor ganancia al menor costo es lo propio del mundo
actual. Comunistas, marxistas y bolcheviques salen sobrando, salvo en lo que
sirven para el que especula en el mercado del palique: se trata de saber
cotizarse al alza, de adquirir acciones y de deshacerse de la empresa quebrada –o
terminando de quebrarla, para comprar barato y vender caro. Como operación, está al día y quien la hace “sí
sabe cómo hacerlo”. Procura además bienestar para la familia. ¿Las evidencias
sostienen otra cosa que el discurso? Please, do not disturb. Aunque la realidad
y el pensamiento no son una simple operación costo/beneficio: el problema está
en denegar las pruebas, porque denegar supone no ver la realidad, o llegar a
tomar por realidad lo que se cree ver, o creer que es realidad la creencia que
produce la operación. Veo lo que conviene: lo que me beneficia al menor costo.
La operación no garantiza sentido. Bueno: ¿qué es la realidad? No lo sabemos.
Menos si es “fea”. El anticomunismo fue el primer síntoma de que el mundo
capitalista entraba en una fase muy, pero muy superior. Superior a cualquiera, vaya…