Hay varios tipos de cubano que llegan al exterior. Un tipo es el de quien llega a cantar loas a la Revolución, porque es color de rosa o sabe a menta, y hasta para algunos, a fresa y chocolate. Al que canta loas muchas veces no le incomoda conspirar en lo oscurito para preparar otras revoluciones más. Otro tipo, el segundo, es el del cubano embaucador, que llega a Occidente a saquear, a consumir todo lo que no tuvo; es quien, con tal de tener "bienestar para su familia", no tiene problemas en robarle al incauto que se crea el cuento del trópico fogoso. El tercer tipo es el de quien busca de otro modo su parte del león: complaciendo al león y diciendo lo que no decía en Cuba, inventando monstruosidades de Fidel, represión, hambre y disidencia presta a lo que sea. Con este tipo de exportaciones (muy distintas de los internacionalistas de verdad), Cuba no se ha ganado muy buena fama que digamos.
Luego están los intelectuales y artistas que interpretaron al revés el mandamiento de Fidel: "dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución nada". !Al contrario! Dentro de la Revolución, nada: no dicen nada que les quite el privilegio, los viajes, las invitaciones, la importancia y, en cuanto a muchos de fuera, son incondicionales, no leales. Al poco tiempo, fuera de la Revolución, todo: desencantados porque la Revolución no se hizo a la medida del deseo de tal o cual, firman desplegados airados sin siquiera incomodarse al mentir, como ocurrió con españoles, mexicanos y otros "indignados" en el "Yo acuso al gobierno cubano", por los asuntos Zapata y Fariñas. Estos amigos, cuando se trata de ser leales, ya no están: la Revolución los encumbró lo suficiente para que se vayan dando un portazo. Dentro de la Revolución, nada.
El actual presidente de la República de Cuba, Raul Castro, se ha propuesto luchar contra la corrupción (ningún intelectual, o casi, se ha movido para apoyarlo). Textualmente, se trata hoy de desterrar las actitudes simuladoras y oportunistas: hay, ha dicho Raul Castro, que "acostumbrarnos todos a decirnos las verdades de frente, mirándonos a los ojos, a discrepar y discutir, a discrepar incluso de lo que digan los jefes". Por cierto, agrega el menor de los Castro, hay que hacerlo "en las reuniones, no en los pasillos". Es decir, no estaría mal desterrar la costumbre de simular lo que Raul Castro llama "falsa unanimidad" y el formalismo y, a la par, otra costumbre, la de conspirar, criticar por la espalda y seguir con algo que destruyó a más de una organización comunista: al decir del presidente cubano, un "secretismo inútil". Son los mecanismos de la corrupción que podrían hacerle un daño terrible a Cuba. Raul Castro lo ha dicho también textualmente: no estaría mal que lo que se resuelve no caiga en saco roto.
La pregunta es: ¿cuántos, en Occidente, incluyendo al mundo intelectual, están dispuestos a criticar a sus jefes en vez de adularlos, a dejar de simular unanimidad mientras se llenan de privilegios particulares, y a exponer las quejas en reuniones, no en pasillos y con el "te cuento que fulano o fulanita..."?
Los amigos elogian por la espalda y critican de frente.
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