La Revolución Cubana no tiene el don de aceptar la reflexión (ya no digamos la discrepancia). Así, a ésa hay que estarla apoyando con frecuencia muy a pesar suyo.
Si a la Revolución la invitan honestamente a colocarse en tiempos de crear -como están invitadas las izquierdas latinoamericanas, si quieren ir más allá de la coyuntura y ser consecuentes con su ideario y cumplir-, ella responde como sabe hacerlo: sermonea, pide incondicionales en nombre de la lealtad, manosea mezclando "entrañables" asuntos personales con los públicos, pone por delante el deber para culpabilizar al potencial desobediente, y vuelve incesantemente al "nosotros" que ahoga la voz individual. Coloca moralina y sentimiento por delante: reflexión, no. Mamá no piensa: es "emotiva". Así que no hay que contrariarla.
El buen manoseo de ése mismo que sermonea y pide "devoción" sabe que hay que hacerle sentir al otro -el supuesto niño- como lo mejor del mundo: a quien se busca callar se lo lisonjea, se lo adula, se le hace el monumento que petrifica. Eres maravilloso, m'hijito, más si te portas bien, como es de esperar. Se coloca entre "los grandes" -nuestro deber es luchar, no usar la cabeza- a quien reflexiona y sabe hacerlo, a ver si se marea y en vez de pensar se cree héroe de las batallas que libró y hasta de las que no (como Brezhnev, un héroe de no gran cosa). Si algo desconoce la Revolución Cubana, mitómana, son las virtudes de la modestia, que por cierto no sabe ver en quien la ejemplifica a cabalidad, y con un Martí de verdad, no de opereta.
Cantaba Silvio Rodríguez que al hermano, si se le da la mano, no se le extiende un "humillante recibo de pago" ("Si tengo un hermano", se entiende que no uno incómodo ni intrigante): pero los funcionarios cubanos de la cultura, con su jiribilla, piden al que lo recibe pagar por el certificado de buen revolucionario. Y no piden pagar con cualquier cosa: quieren la vida, el alma misma de quien se atreve al raciocinio y considera que no todo es voluntad. Dicen que el amigo critica de frente y alaba por detrás: no es lo que pide Cuba -siempre lista para alabar- al latinoamericanista.
No es por cierto defecto único de Cuba, éste de acallar hablando. Ahí está el vivo que cree que es un buen "estilo" de quitarle la cafeína al café, éso de ser "de centro estilo Suecia o Noruega" (como el tonto y pedante de "Pepe" Mújica), o éso de meter a Cristo en la fiesta del socialismo (como lo hacía un Chávez ignorante), o aquéllo de hacerle decir a Rafael Correa algo sobre el "socialismo sin lucha de clases" .
El brasileño campesino lo sabe bien: el felino, la "onza" (onza pintada, parecido a la pantera), ruge para paralizar y atemorizar, que es para lo que sirve la retórica -más se habla, mejor- ante alguien que se atreve a pensar en América Latina. Aquí se habla para callar al otro. No se le dice como Juan Carlos que se calle: se lo calla en el acto ocupando su lugar en la voz.
Los nietos, ojalá, no tengan que aguantarse esta bochornosa costumbre de tener amigos y familiares que aún al hacerse pasar por humanos son lo más parecido al mamífero ése del Brasil.
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