En las elecciones parlamentarias pasadas en Kirguistán no ganaron quienes derrocaron al ahora ex presidente Kurmanbek Bakíev, sino que triunfaron, así sea por poco, los partidarios del mandatario saliente, que fue en realidad "sacado", y a quien se le descubrieron no pocos negocios turbios: narcotráfico, nepotismo y lucro con el dinero de la base militar estadounidense. Con el partido político Ata-Zhurt, las huestes de Bakíev se hicieron fuertes, dejando atrás a los socialdemócratas y otras agrupaciones más, como Ar-Namys y Ata-Meken.
Quienes conocaron a las elecciones, luego de convertir a Kirguistán en república parlamentaria, se mostraron satisfechos con la transparencia del proceso, la ausencia de presiones e incluso de demasiadas irregularidades.
Bakíev se habría impuesto en buena medida gracias a los votos del sur del país, donde ocurrieron serios disturbios hace meses y donde, según se sabe, campean por sus fueros grupos del crimen organizado, en particular dedicados al tráfico de estupefacientes, originado en Afganistán. Tal pareciera que en algunos lugares la delincuencia organizada logra distribuir los frutos de la economía favoreciendo a muchos y un poco a otros más, de tal manera que, sin ésos recursos, la sociedad sabe que no hay mucho de qué vivir: a Kirguistán no le queda base productiva luego del derrumbe de la otrora Unión Soviética, y ello explica entre otras cosas que muchos habitantes del lugar se hayan ido a buscar mejores oportunidades en otra parte, Rusia sobre todo, aunque incluso hasta la lejana península coreana. Sin base productiva, los que se quedan viven de los que envían los de afuera, de la renta que da la base militar de Estados Unidos y de los recursos que siembra el narcotráfico, que sostiene y corrompe a la vez. Corrompe de tal manera que la honestidad, como parece ser la de la presidenta interina Rosa Otunbaeva, no cuenta demasiado si no da de qué comer y hasta darse algunos lujos. Es decir, la honestidad no es rentable y la ética no es funcional. Lo grave es que quienes creen elegir probablemente estén siendo elegidos, incluso desde alturas insospechadas, las de quienes no pueden ignorar el efecto corruptor del tráfico de estupefacientes, y que tienen pelo rubio, ojos rubios y dientecitos rubios.
Tal vez sea dura la declaración de Almazbek Atambayev, político socialdemócrata, quien según la agencia Ria Novosti habría dicho que "el pueblo se merece los dirigentes que ha elegido". Otros, como el politólogo Orozbek Moldalíev, siempre consultados por la agencia noticiosa rusa, han explicado lo que ocurre por el bajo nivel cultural de los habitantes de Kirguistán, y la adhesión a ciegas al jefe clánico de turno. Lo que ocurre es un fenómeno mafioso que utiliza los atavismos: los clanes compiten por las migajas que les tiran los que se supone están poniendo orden no muy lejos de ahí, en Afganistán.
No hay ninguna necesidad de legalizar los estupefacientes, puesto que hay mecanismos de lo más transparentes para legitimar el estado de cosas, blanquear políticos, lavar dinero y hasta poner muertos, en la capital Bishkek o en la sureña ciudad de Osh, en caso de que haya que hacer "circular las élites", como dicen los politólogos. Con tal de no ver, siempre se puede culpar al de al lado, en este caso a la población de Uzbequistán. ¿De dónde llegan por cierto las armas cuando hay disturbios como los de Osh?
Es probable que no llegue a suceder con Kirguistán (entre otras cosas porque Rosa Otunbaeva no es de baja calaña), pero con este tipo de procedimientos Kosovo se convirtió en un protectorado mafioso democráticamente electo. Vaya mal lugar el estratégico que ocupa Kirguistán para los intereses en juego en suelo afgano.
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domingo, 24 de octubre de 2010
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