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lunes, 14 de abril de 2014

OLIVER, FIDEL, HUGO ET LES AUTRES...

El realizador estadounidense de cine Oliver Stone nunca ha perdido el gusto por lo exótico. Es así que en América Latina filmó dos documentales sobre el líder cubano Fidel Castro y uno sobre el venezolano Hugo Chávez. ¿Donde está lo exótico?
    En el segundo documental sobre el cubano ("Looking for Fidel"), el líder entrevistado confiesa que no es un hombre de ideas: lo suyo es la acción, lo mismo que seguramente le atrae a Stone. Fidel dice sin rodeos que no es ningún teórico, que no elabora ideas y que se considera -lo dice así- un activista. En cierto modo, Stone tampoco es alguien de ideas, ni se diga un teórico. No es "todo Fidel" que está en tela de juicio: el líder cubano no ha robado, tiene principios y un "deber ser", e hizo mucho como "buen padre" de los isleños. Sin embargo, algo incomoda: aunque dice que la gloria no es para él, Fidel, ante Stone, no para con la gesticulación y el ademán que lo convierten en histrión. Es ideal para las cámaras y también mañoso, dado a la retórica y con algo de infantil. Fidel es él y su personaje, y ha encontrado por años quien se dirija -halagándolo- al personaje. La persona está en buena medida -no del todo- sacrificada. Dirigirse al personaje, no a la persona, es un buen modo de asegurarse que el envanecido no vea nada y que siga manteniendo a todos en sus puestos, aunque no quede claro ni para cuál batalla -es lo de menos, lo de más es que estén todos en sus puestos..
     Lo de Chávez es más grave -y el personaje es más histriónico. Como le sucediera graciosamente a un político mexicano (Manuel Camacho Solís, quien declaraba: "Camacho piensa que...") delante de un guerrillero (y también histrión), Chávez hablaba de sí mismo en tercera persona. A Hugo Chávez, Chávez "le permitió reivindicarse en la vida". Ya está: el personaje se ha tragado a la persona y solo falta la muerte que lo convierta en mito -y renta para los halagadores. El actual presidente venezolano, Nicolás Maduro, se apresuró a ver la mano del imperialismo en el cáncer que se llevó tempranamente a Chávez. Sin embargo, en el documental "Mi amigo Hugo", hasta Stone se da cuenta de que Chávez, en vida, no parecía cuidar mucho su salud. Lo sugiere en el mismo documental el funcionario venezolano ("chavista") Jesse Chacón, con total realismo: Chávez sacrificó su vida y no midió sus fuerzas. A su vez, el veterano político venezolano José Vicente Rangel sugiere que no cree en un cáncer causado por el imperio, ya que Rangel no olvida que "Chávez era un ser humano", por lo que no cabría mitificarlo. En el documental de Stone, Chávez, aunque alterna con el realizador y con el pueblo, tiende a dirigirse al personaje Chávez, con un reiterado guiño de ojo, un intercambio de miradas entre Chávez en persona y Chávez, el personaje. Este tipo de procesos siempre encuentran algo más que el "culto al héroe" que sugiere el historiador mexicano Enrique Krauze: el monumento en vida o el mito en muerte -en ambos casos hay una momia- están para asegurar que el reparto de favores continúe, y que permita hacerse de una renta revolucionaria, en palabras, en prestigio, en dinero y a veces en especie (que le pregunten a uno que otro comandante sandinista). Vaya: ser revolucionario es un modus vivendi, y Stone parece haber entendido que el conservadurismo se perpetúa con rentas, pero también con el teatro de personas que intuyen que convertirse en personaje no es tan legítimo como parece, porque algo popular se ha perdido -y lo que es Chávez, en el intento dejó hasta la vida.

A VER A QUÉ HORA

 En un libro reciente, el periodista J.J. Lemus, a partir de una investigación muy exhaustiva, ha demostrado hasta qué punto no existe la me...