Una buena parte de la izquierda latinoamericana es antigua, no moderna. Y además, tiene valores oligárquicos.
Ser de izquierda y, más aún, "revolucionario", es una manera de señalar que a quien tiene este "estatus" todo le es debido, porque tiene la fe y a veces las armas, o porque se ha sacrificado (como Rousseff en Brasil o Mujica en Uruguay, o como Fidel y Daniel).
El que no es revolucionario está en deuda con quien le ha enseñado el buen camino. Ser "revolucionario" es una buena manera de tener una clientela endeudada con la causa. No es que la izquierda deba ocuparse del pueblo del que habla, cuando habla de él y no en nombre de los grandes próceres. Es que el pueblo debe poner los muertos y el sacrificio para que la vanguardia pueda seguir donde se colocó por sí misma, no por elección de nadie. Así, el pueblo queda en deuda con la vanguardia.
El revolucionario hace favores, pero no tiene mayores obligaciones. El revolucionario puede hacer el favor de repartir, con un criterio que parece religioso: le tocará al fiel (el incondicional), pero el infiel (si asoma la crítica, así sea mínima) será excomulgado. Favores o excomuniones, así "recompensa" la izquierda a su clientela: según se porte. Plata para los amigos, plomo para los enemigos. El revolucionario está autorizado para extorsionar al que por piel, apellido o ingreso sea designado como "burguesito".
Con un cargo y en la vanguardia, se puede lograr una renta. Para que esta renta se reproduzca, hay que conseguir que los fieles tributen, por lo que la izquierda se la pasa en tributos (tributos a los próceres, y a los representantes de los próceres). Es el homenaje permanente como diezmo al que el clérigo de turno tiene derecho.
Hacer favores, endeudar, pedir tributo, reservarse el derecho a excomulgar: todo ésto cuenta más que servir y/o analizar. Así se pierde la izquierda en una retórica que detrás del sentimiento tiene demandas oligárquicas. Servir rebaja y analizar es perder el tiempo en idealismo, cosa de "burguesitos" de salón o de cubículo. Es mejor pasar a la acción y al cargo por la acción (es decir, pasar a cobrar por la acción y por los servicios brindados).
Hace rato que en esta izquierda latinoamericana se descubrió que el Bien da réditos y súbditos. Tampoco es raro encontrarla en todos los grupos de presión de estilo estadounidense -mujeres, minorías dizque étnicas, minorías sexuales, ambientalistas- que pasan al campus por la renta que se obtiene del Bien y el negocio de portavoz de todas-las-víctimas-del-mundo. Se puede hacer como tantos revolucionarios: vivir del Bien sin practicarlo personalmente, especialidad de nuestros clérigos desde la Colonia. Este tipo de práctica que acompaña al discurso rimbombante lo pudre todo, como le puede suceder a Sánchez Cerén en El Salvador. Esta izquierda de origen y de aspiraciones oligárquicas no deja de tener algo de populista o por lo menos de demagógica. Y a los demócratas estadounidenses les encanta. Parece "izquierda orgánica" y con "certificado de autenticidad", aunque sea porque es, ciertamente, arcaica.
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