Hay hechos -hoy comprobados por investigaciones de archivos, por parte de estudiosos desde estadounidenses hasta rusos, como Valentin Katasonov- que quienes oponen "democracia" a "totalitarismo" no conocen o tal vez prefieren obviar. En vísperas del ascenso de Hitler al poder, en 1933, buena parte de la industria y de la banca alemana (incluyendo al Deutsche Bank, el Dresdner Bank, el Donat Bank y otros) estaban bajo control estadounidense. Era el caso incluso de Volkswagen, orgullo alemán pero en manos de Ford, como lo era de refinerías de petróleo y de proceso de licuefacción de carbón (en manos de Standard Oil), de la química Farbenindustrie AG (del grupo Morgan), del 40 % de la telefonía (para la ITT) o de las industrias eléctricas AEG, Siemens y Osram (controladas por General Electric). Así, las cosas, el jefe del Reichsbank y futuro ministro de Economía de Hitler, Hjalmar Schacht, fue a Estados Unidos en 1930 para tratar de la anuencia para Hitler con "colegas estadounidenses", personalidades de las finanzas que aprobaron al futuro líder nazi. En 1932, Schacht -arquitecto del Estado de Bienestar alemán- convenció a los banqueros alemanes de que Hitler era el mejor candidato a canciller.
No quiere decir que Estados Unidos haya sido nazi, ni siquiera por las semejanzas entre el Estado de Bienestar alemán y el de Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos, que tenían a los mismos amigos. El problema siguió siendo al final de la guerra, en los juicios de Nuremberg, el de la fundamental culpabilidad alemana. Lo que es Schacht, salió de Nuremberg indemne y se dedicó a los negocios, lo suyo, por lo visto.
El filósofo alemán Karl Jaspers se preguntó alguna vez, al reflexionar sobre esa culpabilidad, si los pueblos pueden ser vistos y juzgados colectivamente en función de los gobiernos que aceptan. Si un pueblo es gobernado por criminales, no puede evadir su responsabilidad, resume Ian Buruma en The wages of guilt. El problema no era con un loco que hipnotizaba a incautos. Según Jaspers, quien estudió las falsas reacciones del pueblo alemán a los juicios de Nuremberg ("siempre hubo guerras...", "los vencedores siempre se aprovechan y dictan 'sus'leyes", etcétera...), es innegable que el poder y la fuerza forman parte de los asuntos humanos, pero no son absolutos. "Hacerlos absolutos -escribió Jaspers- es remover todos los vínculos fiables entre los seres humanos". Así, los alemanes siguieron explicando los juicios de Nuremberg como asunto de poder, no de responsabilidad.
Tal vez cuando el poder y la fuerza (la dominación) se han apoderado de todo no se está lejos de algún proceso peligroso; Mijaíl Romm lo insinuó en su filme Fascismo corriente. Más del 80 % de la población estadounidense o no ha salido nunca de su país, o no tiene ni remota idea del mundo exterior: es el porcentaje mínimo de convencidos de la superioridad estadounidense mientras se recibe tributo de buena parte del planeta del que no se quiere saber nada. Es el "poder" de un país "excepcional" y "único indispensable" que ha convencido además a medio mundo (y no solo en EU) de que "tenerlo", tener este poder, hasta en lo más íntimo y afectivo, es lo mejor, aunque sea con un mínimo de estatus, para ver por encima del hombro a cualquier "ex semejante" (puesto que todo es "ex" en el mundo actual). En Estados Unidos está la guerra de los have y los have not, quienes, insistamos, no son semejantes: se les puede imponer, someter, defraudar, guerrear y prácticas similares, hasta en los detalles más cotidianos (reducidos a decirle hey stupid a cualquiera en la calle) y además, en prácticas tumultuarias, puesto que es "lo que todo el mundo hace" y ninguno quiere ser ninguno, quedándose atrás. Se agrede sin culpa, sin mayor responsabilidad, con buen amparo en el anonimato y tal vez mañana se haga evadiendo toda consecuencia. Bah. Que pague Putin, que para éso lo designamos como perdedor y líder de los have not..
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martes, 26 de mayo de 2015
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