El "Estado de Bienestar" al que aspira volver una parte de la izquierda -como Morena, el Movimiento de Regeneración Nacional mexicano- no existió nunca. Esta nostalgia de lo que nunca hubo es deseo de buena conciencia, el poder tomar del Estado -como gorrón o chupóptero- asegurando cierta redistribución caritativa para los peones, para "todos y todas", sin criterio ninguno.
El "Estado de Bienestar", salvo en lo que hubo de "autonomía relativa" -sobre todo en países como Francia y en algún momento en Italia, además de México en la periferia- ciertamente tuvo que ceder ante conquistas obreras (como las del Frente Popular francés de 1936). Sin embargo, la función principal de ese Estado fue la de subsidiar de mil maneras al capital privado, desde los grandes países metropolitanos hasta las periferias corporativizadas. Este subsidio le aseguró a ese capital no tener que gastar en inversiones de muy largo plazo, como las educativas o las de infraestructura, con ganancias no garantizadas en el corto plazo. Ni siquiera en México -el país más y mejor institucionalizado de América Latina, por décadas- fue muy distinto, por lo que nunca existió la superación de la pobreza entre importantes segmentos de la población.
En "nuestros" capitalismos "de compadres", a cambio de ser subsidiado, el capital privado tuvo que dar parte de lo suyo, la posibilidad -para el funcionario público, de la cultura a la diplomacia- de enriquecerse no desde abajo, sino desde arriba, con el conecte, la palanca, la influencia, la recomendación, el contacto (por éso siempre "estamos en contacto"), las relaciones y otras linduras del supuesto "bienestar", lejos del mérito y la profesión que corresponden a la pequeña "clase" asalariada del Estado. En América Latina no hay tal "asalariado de Estado" profesionalizado en el sector público, sino la "renta del Estado" -conversión de un salario en una renta alta- que permite al amante de lo ajeno ir haciéndose -gracias al presupuesto y al ingenio propio- un próspero hombre de negocios. El "Estado de Bienestar" fue para muchos la respuesta a la siguiente interrogante: si se subsidia a la empresa privada, ¿por qué no se subsidiaría a mi familia (incluida la escuela, el chófer, las vacaciones, las comidas, las secretarias, etcétera...), que al fin y al cabo es casi como una empresa privada más y tiene sus derechos, incluso revolucionarios? Desde el aparato cultural y político cubano (aunque sin riquezas demasiado escandalosas) hasta la práctica de la "piñata" revolucionaria en Nicaragua, pasando por el "la revolución me hizo justicia" mexicano, resultó que todos -los mismos que criticaban los "errores soviéticos"- debían tener el derecho a pegarse de la gran ubre para hacerse de algún negocio o negocito propio y darle la espalda al mismo Estado del que habían agarrado lo máximo, siempre en plan gorrón y chupóptero.
No queda claro si ciertas invitaciones de izquierda son las mismas que hicieron algunos cuando, por ejemplo, en Chile en 1970 triunfó Salvador Allende: "ahora nos toca a nosotros". Los discursos sobre el "bienestar para todos" (y es de suponer, para todas, también), o de "seguridad y justicia para todos", no sirven para nada -son demagogia- y por momentos parecen incluso un soborno al pobre para que cargue desde el victimismo con las ambiciones del que tuvo la ocurrencia de enriquecerse o en todo caso de hacerse de un estatus por la izquierda, porque por la derecha la oligarquía y el capital extranjero tenían cerrado el camino. Ese "Estado de Bienestar" terminó en un "mejor reparto del pastel" -muy, muy relativo, salvo en cierta medida en Cuba- para quienes tuvieran el ingenio de saber "moverse" con todas las variantes del estatus, la piel, la familia, la posición social o lo que fuera, por el estilo. Con todo, no era necesario utilizar al pueblo -que creía a veces en otras posibilidades- para colarse en la fiesta del subsidio al interés privado.
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