Hubo una época en que la izquierda latinoamericana solía ser antiimperialista, y con razón. Ahora ya no es así: los tiempos han cambiado y los hijos de esa misma izquierda tienen una "agenda" muy similar a la que instaló un imperio astuto.
El anticapitalismo, en cambio, nunca fue del todo claro. Si lo hubo, lo que no es evidente es que haya sido anticapitalismo desde la creencia en una forma superior de vida, menos inhumana. En buena parte de la izquierda latinoamericana, como entre los criollos gobernantes, la "resistencia" anticapitalista consistió en realidad en reivindicar un "ser" con usos y costumbres más próximos del feudalismo -de la Colonia- que de cualquier otra cosa. Así, esta izquierda, en nombre del rechazo al capitalismo, rechazó igualmente los valores de la modernidad y de la auténtica democracia. Siempre en nombre de esos usos y costumbres, la izquierda terminó con una gran retórica moral y sentimental y con prácticas que desde la modernidad pueden ser catalogadas como corruptas: amiguismos, nepotismos, clientelas, favoritismos contrarios a todo mérito, tráficos de favores, ociosidad, falta de trabajo, de disciplina y de creatividad, incapacidad para el diálogo y las alianzas, todos éstos fueron rasgos de la izquierda criolla latinoamericana, que hasta la fecha cree que el pueblo "está a la disposición" para la maniobra de turno. Como el pueblo -a la larga, una entelequia- no es idiota, muchos no tardaron en reconocer la brecha entre el discurso y la práctica.
El anticapitalismo no se reivindicaba desde el futuro, sino desde un difuso pasado, el de oligarquías supuestamente esplendorosas. Por su origen social, muchos izquierdistas tenían más en común con aspiraciones oligárquicas -así fueran de una oligarquía en larga decadencia- que con el anhelo popular de una vida más justa e igualitaria. Buena parte de la izquierda latinoamericana siempre desconoció la igualdad y prefirió la jerarquía, creyéndose por lo demás "excepcional". En el camino se quedaron los peones de esta gran hacienda del futuro.
La Revolución Cubana, pese a sus logros, confundió también las cosas, puesto que aparecía a la vanguardia. Resultó así que estaban a la vanguardia -más allá incluso del socialismo clásico o del "realmente existente"- quienes al mismo tiempo tenían las más añejas prácticas oligárquicas y se creian por lo mismo que el mundo debe moverse por las armas y la fe. No se le desearía a esta izquierda señorial ningún mal si no fuera porque lo suyo fue la soberbia y el menosprecio de todo aquél que fuera percibido apenas como "peón de la causa".
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