Mal andan las cosas cuando el mundo intelectual se desploma y no ejerce la función del intelecto, que es pensar.
Un poeta le dijo al candidato de la izquierda mexicana que hay en su equipo gente con "espíritu fascista". No está dicho para comprender nada, ni siquiera contra el candidato, que no ha provocado ningún Holocausto, ni una guerra, ni siquiera que quienes no están de su parte tengan que tomar aceite de ricino, lo que se obligaba a hacer en Italia a quienes discrepaban del mussolinismo, en pleno ascenso del Duce. No: lo del "espíritu fascista" está dicho para la posteridad, y para vender -voluntaria o involuntariamente- esta misma idea de posteridad. El contenido real, concreto de lo dicho carece por completo de importancia.
Lo mismo pasó cuando llegó George Bush Jr. al gobierno estadounidense. Más de un intelectual cubano alertó contra un "fascismo" que no se produjo. Tampoco se trataba de entender: si yo lucho contra "el fascismo", me cubro de gloria para la posteridad. Aunque sea por no más de ocho años, suficientes para tener un cargo de antifascista. El narcisismo se infla para desmoronarse luego, por lo que al rato hay que hacerse de alguna otra cosa que venda lo mismo, posteridad.
No hubo en 70 años de poder dictadura de un partido oficial en México. Habría que mostrar -en vez de repetir desde la "causa justa" los clisés de Mario Vargas Llosa u Octavio Paz- que hubo estado de excepción o de emergencia, militares en el trono, en fin, todo lo que implica una dictadura. Lo mismo: el que lucha contra la "dictadura" se cubre de gloria, o cree conseguirlo. Lo que, a final de cuentas, importa es cubrirse de gloria, sea real o no la dictadura (y no la hubo por parte del Partido Revolucionario Institucional, ni siquiera "perfecta", salvo en el ingenio del soberbio peruano). No es asunto de que haya jóvenes manipulados: no lo están. Simplemente son "de mercado": han comprado la idea que les vendieron quienes son demócratas para la posteridad. Es cosa típica del gringo que al no tenerla, se compra la cultura y cree que es ornamental, o para que sus vástagos hagan "performance" en la calle.
¿Dónde está la coherencia? Si el candidato de izquierda en México llama a parar la descomposición de México, apelando al civismo, que de éso trata la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, no hay quien le haga caso al líder, ni quien sepa de qué cartilla se trata, ni qué viene a hacer Alfonso Reyes, puesto que nadie nos ha vendido la idea del mínimo civismo. Así que, a lo sumo, los frecuentemente pésimos intelectuales de izquierda lo deforman todo, volviéndolo derecho a la felicidad (no es de ninguna manera el sentido de lo escrito por Reyes), o ingenuidad del candidato que no sabe "cómo vender", o que no habla a la velocidad suficiente, o que tiene que seguir endeudándose hasta el cuello con una clase media prepotente y que no piensa más que en una cosa: con-su-mismo. Claro, el otro no supo citar suficientes libros, como si México fuera un país de letrados y cualquier candidato, el que sea, estuviera para gobernar para letrados. ¿Debe leer a Paulo Coelho o a Miguel Ruiz?¿O Fuentes y Krauze son lo único que "hay que" leer? Es decir: ¿debe leer lo que sea, como sea y cuando sea? Mejor era recomendarle la Cartilla Moral que, como el civismo, en realidad no importa nada. Nadie se compra la eternidad con un poco de decencia o de humildad.
Da pena ver cómo esta plaga se extiende. En el Perú, Ollanta Humala puede que no sea lo mejor. Pero otra cosa es decir que el de Humala es un "régimen mafioso y matonesco no muy distinto al de Fujimori". No está dicho para hablar del contenido concreto de lo que hace o deja de hacer Humala: es para ganarse la posteridad colocándose en el Gran Tribunal que, desde hace décadas, ha convertido la tarea intelectual en pasearse de un lugar a otro criticando los errores de todos, desde la izquierda institucional -nada más por lo de "institucional"- hasta la "totalitaria". Todos mal, los que nunca están a la altura de la posteridad, de "lo que queremos". Si en el Ecuador, en uso de sus facultades constitucionales (porque la Constitución hoy prohíbe difamar), el presidente Rafael Correa lleva a juicio a quienes lo acusaron de "asesino", no importa la difamación: importa -para las grandes plumas de este mundo, en rebeldía- la "libertad de expresión", aunque se convierta en la de difamar, ya no digamos en libertad de decir lo que sea, por ejemplo que es "fascista" uno y "dictador" el otro.
Se han conjugado dos cosas: la costumbre de no considerar la verdad si incomoda, costumbre heredada de la pugna entre capitalismo y sovietismo; y el acomodo al mercado, que al ambicioso y a más de un ingenuo le vende posteridad. De que a toda esta egocracia se le ocurra brindar un servicio, no. Ni pensar, ni servir: no, importa "lo que hay que tener" -"estar donde hay que estar"- y comprarse las "ideas" que no lo son, porque , después de todo, son apenas estereotipos que venden quienes estando "en sincronía" esperan el momento de hacerse de privilegios y llevarse su parte. De ideas, ni quien hable. Juntar palabras para el marketing no es tener idea. Puede ser no tener ni idea. Es llegar a la posteridad haciendo gala de la más crasa ignorancia. ¿Pero qué importa si es petimetre o señorito?
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domingo, 17 de junio de 2012
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