La destrucción de las ciencias sociales en varios países de América Latina se ha vuelto un espectáculo entre patético y grotesco, y ante todo ajeno a la academia en la que esa caída se ha ido produciendo.
En los años que algunos llaman "neoliberales" se creó un cuerpo académico intermedio de ambiciosos que convirtieron esta academia en reiterados actos de "homenaje" a los consagrados, los reales y los supuestos (hay consagrados que ni siquiera tienen mayor obra, o cuya obra era bastante dudosa, aunque las ínfulas fueran de un aplomo sin par). Toda esta zalamería huele a "hoy por ti, mañana por mi", y a la conversión de la academia no en asunto de trabajo (en docencia y en investigación), sino de capacidad para formarse una clientela de fieles o feligreses, o de ser parte de ella. No es raro que estas prácticas hayan ido acompañadas de discursos sobre "lo nuestro" y contra la modernidad (capitalista o lo que sea). Es otra manera de decir que lo nuestro no es el mérito, sino la movilidad por criterios ajenos a él y reiteradamente clientelares. Lo que importa, compadre, no es lo que tu sabes, sino quien tu sabes.
Tal pareciera que los "clásicos" -los de unos años '70 de auge mal interpretado- no formaron gente con criterio individual, capaz de recoger lo mejor de un antecesor y de buscar caminos propios. La Edad de Oro latinoamericana en la universidad pública demagógica encumbró en buena medida a figurones intelectualmente estériles: bastaba un libro (por lo general la tesis hecha en una universidad extranjera, o un golpe de suerte que desafortunadamente no cuajaba porque se iba en vanidad), y el asunto era de irse a dormir en los laureles, los asados, las amantes (incluidas las de lo ajeno, ya que en la academia se puede literalmente ser delincuente y tener buena reputación y mejor "nombre") y en la "casa de fulano de tal que es mi amigo". En gran parte, lo más grave terminó encontrándose en una izquierda enquistada en universidades públicas reproduciendo lo peor de la costumbre oligárquica: la de tener "hueste" sin construir nada y haciéndole la vida imposible a quien lo intentara.
El espectáculo, patético cuando un homenaje tras otro es todo lo que queda y a nadie le importa formar a nadie ni transmitir nada, se ha vuelto grotesco cuando los supuestos discípulos -que no han aprendido en realidad nada más que incantaciones con el nombre del homenajeado- se disputan las herencias (y con ellas reconocimientos, viajes, becas, asistencias a eventos y a la casa de tal o cual consagrado) de un modo que no le pide gran cosa a series de telenovelas de la cadena Televisa. En el cuerpo académico intermedio, a las ínfulas de Gran Señor de antaño se han sumado desembozados afanes de protagonismo o, dicho de otro modo, de vedetismo. estimulados por los reflectores y los micrófonos. Si el señor de antaño algún esfuerzo hacía para subirse a su ínfula antes de ponerse a quijotear, los Sanchos Panza de la academia hoy lo quieren todo -panza de Buda y pancita- y más, pero fácil, sin arriesgar ni defender nada: pan comido.
A la ignorancia de estos recién llegados se suma la firme decisión de relegar a cualquiera cuyo esfuerzo sea contrario a los preceptos de toda esta ociosidad que milita fervorosamente en el partido dolcevita, sobre todo en la vanguardia de iniciados. Si el Gran Señor algo sabía de su hacienda, el señorito que "se enseñó" el arte del sexo hippie no sabe de nada que no sea la dilapidación criolla de lo recibido, y que no vale ya ni un Perú..
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