Dos son las fuentes originarias de lo que se ha estado tratando de convertir a como dé lugar en un escándalo Russia Gate contra el actual mandatario estadounidense, Donald J. Trump. Una fuente es CrowStrike, una compañía privada de ciberseguridad, y la otra el antiguo agente de inteligencia británico Christopher Steele.
El Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) no permitió que la Agencia Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) examinara su servidor de computadora para verificar si había sido hackeado por los rusos. En cambio, pidió a CrowStrike que lo hiciera.
Entre los inversionistas en CrowStrike hay gente que donó a la campaña de Hillary Clinton y está también Dmitri Alperovich, miembro del Consejo Atlántico, con sede en Washington, y en parte financiado por el multimillonario ucraniano Viktor Pinchuk, quien también donó a la campaña de Clinton. CrowStrike llegó a la conclusión "evidente" de que hubo un hackeo ruso, pero lo cierto es que el acceso del FBI al servidor Demócrata fue "bloqueado". ¿Por qué?
Steele alegó por su parte tener "fuentes anónimas rusas" que aseguran que Moscú "visualizó" cómo ayudar a Trump !desde hace varios años, cuando Trump ni siquiera aparecía en el horizonte! Podría tratarse de lo que Joe Lauria llama en un reportaje de Consortiumnews "cash for trash", dinero a cambio de basura. Steele fue contratado por la empresa Fusion GPS. En abril de 2016, el DNC y los Clinton pagaron a su abogado Marc Elías para que comprometiera a Fusion GPS con tal de "desenterrar" supuestos "vínculos sucios" entre Trump y Rusia. Steele ya no trabajaba para el M-16 (servicios secretos británicos) al momento de ser contactado y no se tomó la molestia de hacer memorándums lo suficientemente buenos como para que el FBI los tomara demasiado en serio.
Aún así, los "memos" de Steele fueron la base para arrancar una investigación de tres agencias de inteligencia estadounidense (FBI, Central de Inteligencia Americana y Agencia de Seguridad Nacional, NSA por sus siglas en inglés) que, a las órdenes del todavía presidente Barack Obama, seleccionaron a los analistas que produjeron la "evaluación" de que hubo injerencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses.
El mejor matemático que haya tenido jamás la NSA, William Binney, y el antiguo analista de la CIA, Ray McGovern, publicaron un análisis técnico (reproducido en Consortiumnews, "More Holes in Russia-gate Narrative") que explica por qué es imposible un hackeo transatlántico (en todo caso, la NSA lo hubiera detectado) y que, si algo hubo, pudo provenir de alguien descontento dentro del campo Demócrata.
De acuerdo con Joe Lauria ("The Democratic Money Behind Russia-gate"), "si uno pudiera hacer de lado por un momento el a veces justificado odio que mucha gente siente hacia Trump, sería imposible evitar la impresión de que el escándalo fue cocinado por el DNC y el campo de Clinton junto con jefes de inteligencia de Obama para servir a propósitos políticos y geopolíticos", cuyos alcances, agreguemos, podrían en cierto modo catalogarse de protofascistas o fascistoides.
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