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martes, 19 de agosto de 2014

IZQUIERDA: LOS GRANDES DE ESTE MUNDO (I)

Nunca fueron mayor cosa, humanamente hablando. Más bien regatearon en la vida de todos los días cada gesto de esos de la solidaridad que tanto pregonaban en los comités pro-lo-que-sea. Este vacío humano fue suplido, eso sí, con grandilocuencia, de tal modo que los que poco o nada dieron tuvieron -éso lo creyeron siempre- el derecho de recibirlo todo. Siempre tuvieron el derecho a recibir, ellos, a quienes les era debido por revolucionarios. Para dar, se acordaron de las libertades: y uno es libre de no dar ni devolver, aunque tiene derecho a exigir. Se entiende que a exigir lo debido. Revolucionario se volvió sinónimo de estatus y más de un estadounidense lo entendió muy bien. Desde los años '80, fue cada vez más estatus y cada vez menos revolución y menor capacidad para tener éso que algunos llaman "humanidad", con minúscula. Pero, vamos: ellos nunca estuvieron para minúsculas.
      Están todos o casi bajo tierra. No formaron a nadie: no hay cuerpo doctrinario, ni enseñanza duradera, ni "escuela", ni educación. Ni siquiera cabe para ellos el chiste de que no son viejos, sino clásicos. Son otra cosa: homenajeados en busca de homenajeadores, que no faltan. Para ellos, sí, todo tiene que ser un mayúscula, y de tal modo que no se vea lo atrozmente mezquina que es la letra chiquita, ésa donde están las claúsulas y las condiciones. No formaron, pero se hicieron de una clientela de jóvenes deslumbrados por la omnipotencia, por ser "alguien". Estos jóvenes no aprenden, ni enseñan, ni nada de ésto les interesa: esperan su turno, que es otra cosa. Entendieron a la perfección que los hubo que vivieron la tragedia del siglo XX como ocasión para el autoengrandecimiento. ¿No fue acaso una época muy bonita? Ahí están al acecho los lobitos, sin tener siquiera algo de la formación del homenajeado, que ni siquiera importa, menos aún como persona (suponiendo que importe la obra, lo que ya es mucho pedir). No entienden de otra cosa que el muy simple "quítate tú para ponerme yo", y los hay que no esperan ni a estar muertos para enterrarse -como lo hacía Santa Anna con las honras fúnebres de su pierna- en la supuesta Rotonda de los Hombres Ilustres. Ya no son ellos: ellos son su personaje.
     De estos herederos de la izquierda que nunca dejó de ser oligárquica (y por ende preocupada antes por trascender que por servir) no puede esperarse más que lo de otro chiste: que los abajofirmantes sigan hasta el ridículo final en la búsqueda desesperada de una causa que les permita seguir engrandeciéndose, convirtiendo su persona y su vanidad en un negocio como otros.
     No tienen discurso y en realidad, contra lo que aparentan, no tienen pensamiento, como no lo tienen los homenajeados, así sean de antologías (en plural): tienen las palabrotas del que media entre Dios y nosotros, los mortales y pecadores. Sí, los curitas de izquierda -también fueron conocedores de diezmos- tienen a sus vástagos bien colocados y muy listos para que la ilegitimidad de los padres de valores oligárquicos se convierta en blasón y en tradición familiar, abolengo de Revolución. No sería grave si no estuvieran convirtiendo algunos centros de enseñanza en "la tumba del guerrillero" y de todo pensamiento. Y pensar -vaya- que sus padres andaban en "dale tu mano al indio". Creían muy para sus adentros que lo mejor era no hacerlo compadre, y desde los años '80 se ocuparon de relegarlo para encontrarse un mejor lugar bajo el sol, que al fin y al cabo, dicen los optimistas, sale para todos.

A VER A QUÉ HORA

 En un libro reciente, el periodista J.J. Lemus, a partir de una investigación muy exhaustiva, ha demostrado hasta qué punto no existe la me...