Muchos tenían motivo de orgullo: en la época de Leonid Brezhnev (1964-1982), después de décadas de esfuerzo, de guerras (dos mundiales, una civil), de hambrunas (se puede agregar el terror a finales de los años '30), de industrialización acelerada, de reconstrucciones exitosas y de cercos, la Unión Soviética era un país donde, pese a la escasez, mucho se parecía al comunismo: a nadie le faltaba techo (¿alguien ha visto alguna vez un slum ruso?), comida (¿alguien ha visto a un ruso tipo etíope?), educación (¿algún ruso no sabe leer ni escribir?), salud (¿por qué van a buscar chicas en un país de hambreados, señores?) ni acceso al deporte y a la cultura.
Pues bien, todo éso debía irse a la mierda (sí, lo que dice). En primer lugar, porque a los "verdaderos marxistas" (seguramente los habrá en el siglo XXII), todo éso no les parecía "el país que queremos"; en segundo, porque a los nacionalistas rusos, no les parecía que hubiera suficiente acción contra el complot "judeo-masónico" para destruir la Tercera Roma;; en tercero, porque a los ucranianos, los bálticos y otros no los habían dejado ser kulaks ricos,ni habían podido colaborar a gusto con los nazis (pobres nacionalidades oprimidas...); en cuarto, porque a los liberales no les dejaban robar a manos llenas, y en quinto, porque a los disidentes...a éstos, !ah! Estos siempre fueron los especiales.
A la generación que creció sin dificultades y con todo regalado (o subsidiado) no le parecía, francamente, éso de que alguien con un inteligencia superior al promedio tuviera que vérselas en una reunión del partido o del barrio -o del piso comunal o del edificio tipo jrushovka- con el conserje o el señor de la limpieza. Como lo ha hecho notar en el portal de Odnako el articulista Valentin Zharonkin, en esta sociedad donde muchos ya estaban en la carrera por el estatus pues, no, francamente no les parecía que un sistema pagara casi igual a un genio -un poquito narcotizado- como Vladimir Vysotsky- que lo pagado, vamos (¿qué cosas son ésas?) al conserje y al señor de la limpieza. Por éso se lanzaron como desaforados a idolatrar al capitalismo: porque aquí, la segregación asegura que un genio -real o supuesto, da igual-, sin renunciar a su narcótico (se lo pueden llevar a domicilio, como a la Winehouse o a la Jolie), viva con todos los lujos, mientras que el conserje y el señor de la limpieza viven de acuerdo a su condición, que es como corresponde: un mugroso vive en la mugre, no participando en reuniones vecinales al mismo título que Andrei Sajárov. Más valía perdido de borracho en Nueva York -como Serguei Dovlatov- que vérselas con el conserje y el señor de la limpieza. La segregación occidental es muy clara, y por ende, mucho más deseable.
El ruso no le escupe a su compatriota -y vaya manera que tiene de hacerlo- porque sea ruso, o porque sea "de doble cara": le escupe con un clasismo despiadado, el de una sociedad que, contra lo que se sostenía hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, se olvidó desde Jruschov que los pleitos de clase en una transición al socialismo pueden ser peores que los del capitalismo, al menos en algunos aspectos. Bien vale tener cuidado de todo ruso con sentido del estatus: venderá lo que sea -madre incluida- y encima se las dará, claro, de muy culto con tal de timar al que se deje y sobre todo de no asistir a la misma reunión con el conserje y el señor de la limpieza.
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