La solidaridad con Palestina es un tic del tercermundismo, en parte justificado por la prepotencia israelí, y en parte pura emoción sin argumento. Palestina ha ido a la deriva bajo la influencia del grupo islamista Hamás (Qatar simpatiza con él al mismo tiempo que pacta con Israel), que desplazó a los de Al-Fatah, y seguramente que cuando termine la deriva proseguirán los reconocimientos diplomáticos sin mayores consecuencias prácticas, puesto que no se sanciona nunca a Tel Aviv. Hace mucho que se intentó el último debate sobre la prolongada estadía del hoy extinto Yasser Arafat en el liderazgo palestino y sobre los acuerdos de Oslo. No importa: hay que estar con "los pulgarcitos" (de América o de donde sea) o creerse que "el tiempo está a favor de los pequeños" (en Palestina no parece, la verdad...).
Lo extraño de estar siempre con los eternos derrotados ("los de abajo", "los pobres", etcétera) es que permite no apoyar nunca ninguna causa que tenga que ver con política y poder: no con Noriega porque era militar y colaboró con la Central de Inteligencia Americana, no con Saddam porque golpeó a los "pobres kurdos", guerreó con Irán y le dió la mano a Rumsfeld, no con Milosevic por ser un burócrata y un partidario de "limpiezas étnicas" (además inintelegibles), no con Kadhafi por extravagante y tampoco con al Assad porque Hafez hizo horrores. Por cierto, como se está con los pequeños, no se puede estar con el país más grande del mundo en superficie. Conviene más la víctima china-aunque no tan pequeñita (!y además la misma que devasta a la economía palestina, haciendo más baratas hasta las kefias de la clase creativa!)- desde la crisis de 1960, con la que se entusiasmaron desde el Che hasta el escritor Jean Paul Sartre. Con Cuba sí, mientras siga siendo víctima. Lo extraño es la insistencia en no defender nada, menos en concreto, sino más bien en elevarse hasta el Olimpo de los mártires, hacer algún comité de solidaridad (y buscar causas para las firmas), dictar una conferencia e ir a pasar la charola. Se vale desde la Primavera Arabe hasta Ayotzinapa, todo sin el menor análisis de nada. Lo que todo lo anterior tiene en común con el denostado "neoliberalismo" es un libertarismo que rechaza toda forma de organización mínimamente institucional y verdaderamente laica y que crea, además, situaciones de excepción que, desde luego, también reditúan y dejan entender que son seres de excepción quienes defienden causas de excepción.
Tal vez de lo poco que quede de otros tiempos sea la política exterior venezolana que en la reciente crisis en Gaza -franja lumpen diferente de Cisjordania- optó por lo menos por dar refugio a niños palestinos y por hablar, por esta vez, un poco menos para hacer un poco más.
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