Recientemente entrevistado por el diario español El País, Humberto de la Calle, candidato del Partido Liberal a la presidencia colombiana (no tiene ninguna oportunidad), dió cuenta de la penosa situación de polarización a la que ha llegado Colombia, tal vez porque quienes derrotaron a las antiguas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, hoy Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) en la guerra interna creen posible aplastar a toda oposición en la paz: "ahora vivimos una polarización de la sociedad colombiana que es un fenómeno nuevo en su intensidad, explicó de la Calle. No en que haya discrepancia. Pero hemos descendido de la reflexión política al insulto y a una situación extraordinariamente agresiva".
De la Calle pareciera compartir la opinión de Natalia Orozco, autora del documental "El silencio de los fusiles": la Colombia urbana detesta a la Colombia rural y, agreguemos, no es algo ajeno a una lucha de clases que divide al país sudamericano mientras incluso desde la ultraizquierda progresista se niega la existencia de esa lucha. "Estoy sorprendido, agregó de la Calle en la entrevista, por la gran indiferencia, sobre todo en la sociedad más urbana y, probablemente más desarrollada. Una especie de insolidaridad frente a lo que llamo la Colombia profunda, la que no vemos desde las ciudades. Lo notamos en el plebiscito. Por la falta de interés y de entender lo que significa el acuerdo de paz, cayeron en la trampa de las falacias". En efecto, de la Calle fue jefe negociador en el proceso de paz con las FARC.
El 80 % de los acuerdos está por cumplirse y hay una parte de la sociedad colombiana decidida a que no se cumplan. "Uno de los temas más complicados, dice de la Calle, es la Reforma Rural: Colombia es el país de América Latina que por error de su élite nunca acometió en serio la tarea de brindar acceso a los campesinos a la tierra. Con siete millones de desplazados en el campo por la guerra y una propuesta para que recuperen sus tierras en los acuerdos de paz, se generan núcleos de resistencia. Hay que cambiar el país más inequitativo de la región con Haití, Honduras y Guatemala".
No es la intención de la oligarquía colombiana, beneficiaria de la guerra (en tierras), a juzgar por montajes judiciales como el que pareciera habérsele hecho a Jesús Santrich, ex comandante de las FARC quien, en virtud de los acuerdos de paz, debía ocupar una silla en la Cámara de Representantes y ahora se encuentra en cambio cerca de ser extraditado a Estados Unidos por ser supuestamente "narcotraficante". Jorge Eliécer Gaitán dijo alguna vez que "el gobierno de Colombia tiene la ametralladora para los hijos de la patria y la rodilla en el suelo para el oro yanqui". La Colombia urbana y desarrollada asiste con indiferencia y hasta con agresividad a la eliminación de cualquier contradictor, retomando a de la Calle: después de todo, es en buena medida la misma Colombia que ha acogido a "los Invisibles", narcotraficantes que a diferencia de los brutales "traquetos" de antaño son "mafiosos que no parecen mafiosos" y sí "gente educada" y no ostentosa, aunque siempre quede la nostalgia por los tiempos conquistadores de Pablo o Popeye. A la oligarquía se han juntado los nuevos ricos y el lumpen. ¿De dónde saldría aquí alguna capacidad de reflexión? Por el efecto de varias guerras, la "Colombia pacificada" es otra, y no forzosamente para mejor.
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