Decir que "hoy, Daniel Ortega se parece a Somoza" o sugerir que la situación actual de Nicaragua es incluso peor que bajo Somoza es una sandez ("hecho o dicho inoportuno, sin sentido, razón o lógica"), guste o no el gobierno de Managua, la capital nicaraguense. Sucede que Ortega no ha asesinado a miles de compatriotas suyos, ni lleva en el gobierno el tiempo que duró la dinastía de los Somoza. Pero hay más: Nicaragua es hoy el país más pacífico de Centroamérica, incluso por arriba del eterno oasis costarricense, y la economía nicaraguense va bien. En Nicaragua no hay, en sentido estricto, ninguna dictadura que haya creado un estado de excepción bajo ningún pretexto ("subversión interna", etcétera). Por cierto que, mientras Estados Unidos busca cómo cortarle ayuda, Nicaragua es de los pocos países centroamericanos (en una notoria diferencia con el "triángulo del norte": El Salvador, Honduras y Guatemala) que no expulsa a cada rato gran cantidad de emigrantes hacia Estados Unidos, gracias a la eficacia de los programas sociales internos que canalizan la ayuda externa en vez de robársela, como hacía Somoza.
Las recientes protestas que dejaron un número no sencillo de determinar de muertos se desataron a raíz de que el gobierno decidió imponer reformas al Instituto Nicaraguense de Seguridad Social, aumentando las contribuciones laborales y patronales y creando un impuesto a las pensiones de los jubilados. Bien, Ortega retiró esas medidas impopulares y de igual modo liberó a los manifestantes detenidos, convocando, a la sombra de la Iglesia, a un diálogo nacional. Algo raro: los estudiantes que han estado protestando han pedido la renuncia de Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, su esposa y quien lo tiene entoloachado. ¿El problema es con la reforma o está en tirar al gobierno?
Quienes han protestado contra el gobierno de Ortega han solido hacerlo en estos días con armas, así sean "artesanales" y tácticas de desestabilización urbana, al estilo de las guarimbas venezolanas (con la infiltración de gangs de delincuentes y de grupos de extrema derecha, alentados desde las redes sociales), y no queda claro por qué la "juventud" deba ser una licencia para no ver el vandalismo o cubrirlo de un manto lírico. Han atacado propiedades públicas y privadas, monumentos oficiales y han recibido el apoyo de organizaciones no gubernamentales (ONGs). La sempiterna National Endowment for Democracy (NED), tapadera de la Central de Inteligencia Americana (CIA), ha venido incrementando su presencia en Nicaragua, en particular a través de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDHN) y la ayuda a "grupos de jóvenes" y "medios independientes". El año pasado, la ayuda de NED a la "sociedad civil" nicaraguense llegó a un millón de dólares. Esta "ayuda" se da con el argumento, claro, de que "Ortega es represivo". Puede que el entoloachado no sea especialmente sesudo y que Nicaragua no sea el paraíso democrático que sueña el galardonado escritor Sergio Ramírez, a estas alturas un mentiroso, pero tampoco parece que por alguna mundanidad valga la pena colocarse del lado de quienes buscan una "revolución de colores" o una "primavera" local, para terminar en que "el caos toma el control".
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