Aunque llegan a entremezclarse en nombre del género, probablemente la causa de la emancipación femenina deba desligarse de la LGBTTTIQA+, por una razón sencilla: si la segunda atañe a minorías, por lo demás con una distribución que debiera llamar la atención y llevar al debate sobre ciertos hábitos psicosociales (en México, por ejemplo, la homosexualidad está poco difundida, sin pasar del uno por ciento de la población, pero la bisexualidad es mucho más frecuente, para alcanzar al siete por ciento de la población, siendo por lo demás fenómenos concentrados en muy pocos estados del país), la primera atañe a la mitad de los habitantes del planeta (poco más, poco menos, según los países). Así, no se trata de ninguna minoría.
Puede haber reivindicaciones feministas explicables y toleradas, pero no forzosamente aceptables, como en el tema del aborto y, en parte, en el de los feminicidios. En cambio, es posible decir que los cambios de distinta índole que se han producido sobre todo desde la segunda posguerra del siglo XX han preparado buenas condiciones para la emancipación de la mujer de una tutela que la trata como "menor de edad" que no es (aunque algunas mujeres jueguen a serlo creyendo ver en ello algo femenino). Uno de los cambios más significativos, si ha de seguirse el trabajo de Vera Nikolski, es la caída de la mortalidad infantil, que le permite a la pareja o, si es el caso, a la mujer, decidir con mayor libertad sobre el número de hijos. Antes, la alta mortalidad infantil (sumada en algunas culturas a la preferencia por hijos varones) convertía a la mujer en una "máquina de parir", para asegurar la reproducción del grupo en medio de pérdidas frecuentes de infantes. Era tiempo no destinable a otras cosas y que contribuía a debilitar finalmente a la mujer, mientras, por división del trabajo, el hombre se dedicada al aporte del sustento (en particular en tiempos de caza, recolección o pesca, más que en la agricultura) y a guerrear, disponiendo de mayor energía para ello (puesto que no se la pasaba gestando y pariendo). Haya avanzado por hombres o por mujeres, la medicina moderna -a la que se agrega el descubrimiento de métodos anticonceptivos- permite tener menos hijos, que sobrevivan y que la mujer tenga mayor tiempo para otras actividades,
El segundo aspecto, destacado por Nikolski, es el adelanto tecnológico. Seguramente se olvida el tiempo que en el pasado tomaban las labores domésticas, sin incluir la crianza de los hijos. En sociedades hasta hace no tanto tiempo predominantemente rurales, sin muchos servicios, podía ser una odisea tener que ir por agua o, por ejemplo, tener que moler el maíz, o batir frutas. Hoy, el abasto de agua llega en principio a casa, una fruta se puede licuar con licuadora, el maíz se puede comprar ya hecho tortilla, en caso extremo se puede usar horno de microondas (sin que deje por ello de tener inconvenientes para la salud) y en vez de un barrer tardado se usa aspiradora. No se trata de lujos, sino, con frecuencia, de bienes que han sido incorporados al "elemento histórico-moral" de reproducción de la fuerza de trabajo, y que también liberan tiempo para la mujer, si se le siguen asignando tareas domésticas que, en realidad, bien pudieran ser compartidas con el hombre, al igual que ciertos cuidados de gestación, lo que justificaría las licencias de paternidad.
A partir de las condiciones materiales descritas, y con más tiempo, pudiendo cambiar la división del trabajo (ya hay mujeres en la policía y en el ejército, por ejemplo), la mujer ha podido entrar más al mercado de trabajo, sobre todo en los servicios, aunque de manera desigual, logrando dejar de estar acantonada en labores domésticas y la "debilidad" de gestaciones reiteradas. Lo deseable es que valga "a igualdad de trabajo, igualdad de salario", es decir, que a fin de cuentas, además de poder ampliar el abanico de acceso al trabajo, la mujer no sea discriminada en la remuneración y, si es el caso, que las labores domésticas sean compartidas con el hombre. Dicho de otra manera, sin que deje forzosamente de ser madre, la mujer debe tener acceso al trabajo en el que puede desempeñarse tan bien como un hombre, incluso en algunos trabajos pesados (construcción, por ejemplo, como ocurría en países socialistas). A partir de aquí se plantea una posible igualdad que hace tanto de la mujer como del hombre seres de trabajo, sin negar sus diferencias biológicas, y por lo tanto seres ambos objeto de explotación por erradicar, juntos, este problema de injusticia, o para compartir la utilidad social del trabajo (en el servicio público). Es un poco inentendible que el feminismo no se centre más en el trabajo y su remuneración.
Y es que el feminismo en su forma actual no está interesado en el compañerismo con el hombre, sino en encerrarse en la condición de mujer para hacer de todo varón un potencial depredador o violador e historias por el estilo. Pone el acento no en la similitud humana, sino en la diferencia, con frecuencia para obtener por extorsión -"por ser mujer"- y no por mérito -"por el trabajo bien hecho". Tampoco la paridad de género es deseable ni coherente: puede dar en la inclusión tanto de mujeres como de hombres -también- inútiles, si las posiciones reclamadas corresponden a una buena labor, pongamos por caso, de una mayoría de mujeres. ¿Por qué tendría que haber paridad con hombres? El asunto es de mérito y no de "cuotas". No se trata de remplazar privilegios masculinos indebidos por privilegios femeninos, "por ser mujer", ni se trata ya del "sexo débil", ni de ninguna manera es "el que procrea" (¿se necesita un dibujo para demostrarlo?), aunque requiera de cuidados en la gestación, porque, pese a todas las fantasías LGBTTTIQA+, hasta ahora no se ha inventado al varón en gestación, ni parece que sea posible pasarse de la base biológica de la creación, ni por vientre de alquiler, ni por reproducción asistida/fertilización in vitro. Por lo demás, hay elementos del patriarcado ligados a la filiación que no parecen ser entendidos. En la antiguedad romana, la mujer fecundada por el hombre entregaba el hijo al varón para su educación, por lo que el hombre (varón) no debiera, si tiene la capacidad para ello, ser excluido de la educación de los hijos, ni abdicar de esta responsabilidad. El "Nombre del Padre" lacaniano tampoco ha sido entendido: significa que alguien, en principio el padre (pero en realidad puede ser también la madre, a quien se le puede reconocer autoridad en este terreno, sobre todo si falta el padre) tiene que enseñar de límites, tal vez como principio de enseñanza de lo que es válido para mujeres y hombres: el límite de la finitud, particular, singular de cada uno, según la vida vivida, pero que recuerda a todos, quiérase o no, la pertenencia al género humano (no a una "especie"), así se crea factible de eludir "inmortalizándose" (da click en el botón de reproducción). Ni "sexo débil" ni "menor de edad", ni tampoco superior en nombre "de la vida y el amor".