Quien recibe hoy información difícilmente puede darse cuenta de hasta qué grado responde o no a la realidad. El asunto puede volverse de temer si sucede lo mismo con dirigentes que no se detienen a averiguar demasiado, sino que se basan en la información que les proporcionan. Sólo una parte es entendible. La actual presidentA de México, Claudia Sheinbaum, pese a sus veleidades iniciales de ""ir al territorio", tiene la ventaja de estar más centrada que el presidente Andrés Manuel López Obrador, muy aficionado a seguir en un eterno mítin y, a fin de cuentas, a trabajar poco, pese a tener de colmillo, mucho.
Durante la presidencia de José López Portillo (1976-1982), gracias a las alzas consecutivas de los precios del petróleo, en algún momento iba a regresar Quetzalcoátl para "administrar la abundancia", a la que a partir de cierto momento se sumaron créditos externos. Nada o casi, fuera de cierto "repartir", se hizo con el dinero para cambiar la estructura interna del país y fortalecerlo, sino que fue el festín de la corrupción y el inicio de otros problemas que habrían de agravarse, siendo que desde el sexenio previo, de Luis Echeverría (1970-1976), el "milagro mexicano" y su glorioso peso en 12.50 se venían agotando. Echeverría fue el "coco" de los empresarios y la ultraizquierda, sin poder hacer mucho para detener el arranque de la crisis. López Portillo se retrató como "el último presidente de la Revolución Mexicana", como si ésta se redujera a nepotismo, fiesta y corrupción, para beneplácito de una parte de la sociedad, intelectualidad incluida, que se negó a condenar los desmanes de la época, prefiriendo la cantinela sobre Echeverría. El sexenio de López Portillo terminó con ya algunos problemas serios de criminalidad y descomposición, pero como además no se hizo gran cosa con la "administración de la abundancia", México llegó a 1982 al borde de la moratoria, no al futuro luminoso de la serpiente emplumada. Para entonces, la alta finanza ya iba capturando al Estado y pasó a condicionarlo con la deuda. El sexenio de López Portillo fue el de la fiesta que se creyó eterna y de los que se colaron en ella, exiliados incluidos, dicho sea de paso. Simplemente, la fiesta acabó mal porque consistió en parasitar con corrupción monumental recursos externos -la deuda- y el festín petrolero.
Entre 1982 y 1988 gobernó el "pichón saciado" para el "ajuste" que no fue de todos, puesto que los ricos tomaron la calle en 1986. La "renovación moral"" fue a dar en un pacto con el narco y en una creciente americanización, desplazando al nacionalismo restante, que todavía alcanzó -porque ya no se repartía- a protestar en las urnas en 1988. Simplemente, el presidente Miguel de la Madrid Hurtado, con el país descomponiéndose, en medio de tragedias como la del terremoto de 1985 y la de San Juanico, cumplió con la finanza, llegando a seguir sacrificando al interior, como pasó con los campesinos con la entrada al GATT (Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio, antecedente de la Organización Mundial de Comercio). El "ajuste" fue sirviendo para debilitar otros sectores internos y sus sindicatos.
El sexenio 1988-1994 fue el de la gran promesa: para culminar con la extranjerización que era notoria desde el sexenio anterior, el presidente "innombrable" ofreció no sólo repartir (Solidaridad), sino la tremenda torta: la entrada al Primer Mundo, que sedujo a muchos, pero muchos, y ni se diga a capas medias y a la intelectualidad: no es que el país fuera a desarrollarse, a dejar de lado sus estructuras caducas o a cambiar en serio su manera de ser, sino que por arte y magia del libre comercio México iba a despertarse en el Primer Mundo, es decir, la supuesta abundancia, caudalosos ríos de leche y miel. A completo remolque del exterior, y no cualquiera, el país sí, hizo una entrada triunfal, pero en el "efecto tequila" y "prendido de alfileres", luego de tremenda fiesta, una más. Algunos lograron salir beneficiados. Como el efecto era de "tequila", el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000) se lanzó a otro favor a la alta finanza y a una promesa de democracia que fue entendida como reparto, para variar, mientras el país estaba ya en una descomposición grave.
Como era reparto, el sexenio de Vicente Fox, ya de extranjerización galopante (2000-2006), no fue el de las "lavadoras de dos patas", sino el de las oportunidades para quien quisiera pasear en carritos de lavandería, a tal grado de desgobierno que en 2006 ya no quedó más que dar la alerta, como lo reconociera en su momento el panista Ernesto Cordero: había fiesta, pero solía terminar a balazos. Nueva orientación al exterior: a partir de 2006 y hasta 2012, antes de que llegara Mi Lord a unos cuantos contratos, algunos iniciativa de Hillary Clinton, se buscó que un cartel tuviera el monopolio junto con Estados Unidos para "controlar el caos": tan claro como que los protagonistas del pacto se encontraron a la larga en Estados Unidos para ser "congelados" y colocados a la sombra y el silencio. En todo lo descrito, gran parte de las capas medias perdió referente nacional cualquiera, como si México no fuera más que un lugar de paso. Algo debe saber la intelectualidad que colocó a sus hijos en el extranjero y, de preferencia, en Estados Unidos y Canadá.
El giro dado por el esfuerzo descomunal de Andrés López Obrador es contradictorio. Terminado el último sexenio (2018-2024), con claroscuros, tanto el oficialismo como la oposición no tuvieron en mente más que parasitar al exterior, con la oferta de la relocalización (nearshoring). Algunas cosas no cambian. La herencia abandonada de la Revolución Mexicana suponía un impulso interno, así se topara con límites. Pero hace rato, poco a poco desde antes de 1970, se fue temiendo cada vez más al mundo de abajo y glorificando al 30 % del país de capas medias y a los empresarios que, sin embargo, con frecuencia abandonaron toda vocación nacional para asociarse con el extranjero. No saben muchas veces hacer otra cosa y son ellos, los mismos que no pararon de empujar a una nueva extranjerización, los que se han ido aprestando a dos cosas: a asegurar cuando se pueda sus ganancias exorbitantes mediante la inflación y a quejarse de que "todo es por Trump"; si México no llega -otra vez- a la tierra prometida, no es por los que traicionaron hace mucho al país, sino por "la política económica de Trump "ah, y claro: los aranceles. Siempre se va de lo mejor hasta que por algún motivo termina la fiesta.
Es muy simpático que se diga que "la inflación es de corto plazo" y que "la economía está débil", así tenga indicadores de finanzas y moneda de gloria. No faltan estudios para probar que éso de "la economía está débil" no es del último cuatrimestre, sino de hace casi medio siglo. Lo dicho sobre la inflación no es "por la pandemia", la "guerra en Ucrania" o "los aranceles", sino por la voracidad empresarial. A ver si México es "resiliente": porque, hasta ahora, son en gran medida las soluciones las que han creado los problemas (salvo para un tercio de la población que ya no tiene "temas"), porque cuando se apuesta al exterior se depende del exterior y no de fuerzas propias; como si el país, con su mano de obra y sus recursos naturales, no fuera sino el lugar que, como la "familia", sirve para recargarse mientras se busca el modo de parasitar al exterior, entendiendo por "ser realista" el no saber más que aprovecharse. Y encima, como decía el escritor Juan Carlos Onetti del Uruguay: "aquí todos se creen eternos". Sí: la crisis se ha ido eternizando y hay gente interesada en que se vuelva de rutina: sin pasado, sin pensar en el futuro y viviendo el momento. Como los adictos (da click en el botón de reproducción).