Poco es lo que a los llamados "demócratas liberales" les interesa de Cuba, salvo "la caída del régimen", sin importar las consecuencias.
Cuba está pasando por una crisis económica grave, que se traduce en escasez y desabastecimiento. La isla sobrevivió a la caída de la Unión Soviética gracias al apoyo venezolano, pero éste ha ido mermando. Cuba no logra exportar la suficiente para importar, y, más allá de las remesas y el turismo, depende de productos como el azúcar y el níquel, inestables y a la baja en los precios del mercado internacional. Cuba tiene que importar alimentos, aunque podría producir muchos de ellos. La apuesta de unos años para acá, desoyendo con frecuencia los consejos de Raúl Castro, ha sido la inversión en una infraestructura hotelera innecesaria, a costa de otro tipo de inversiones, como en la infraestructura eléctrica. Al mismo tiempo que se premia a unos cuantos millonarios y a parte del aparato que gana con la moneda, se postra a gran parte de la población agravando el racionamiento, cuando antes era aceptable. Era visible en el deporte: ¿cómo olvidar a Alberto Juantorena o a Teófilo Stevenson?
Hay buena medicina, pero escasean medicamentos; parte de la vivienda carece de mantenimiento adecuado, y hay en parte crisis en la educación, aunque Cuba conserva cohesión social y un buen nivel de civismo, por encima de otros países de América Latina, salvo contadas excepciones. La Revolución y el socialismo de Estado han tenido logros que prácticamente ningún país de América Latina, y aunque hay bolsones de marginalidad y pobreza, no hay mayor miseria o mendicidad. En Cuba no hay criminalidad ni mayor delincuencia, ni necesidad de tener a la policía en la calle, por lo que carece de sentido hablar de "dictadura", ni hay problemas con tránsito de droga, pese a la cercanía con Estados Unidos, ni violencia, pese a que el cubano puede ser aprovechado con el extranjero y es notoria la diferencia racial: el mundo de los blancos es uno y otro el de los negros, que llegan a encontrarse en oficios bajos, en una parte marginal con ribetes lumpen, en la prostitución y en el pésimo espectáculo de "sensualidad" para el turismo. Desde el llamado "periodo especial" en los años '90, una parte -no toda- de la apuesta por el turismo ha sido por la "Cuba decadente" de imitación de los años previos a la Revolución. Algunos países de América Latina y Europa (España en particular) han estimulado este mal espectáculo dizque "caribeño", que ha derivado en desastre en La Habana vieja. Aunque hay discusión interna y no todo es "el bloqueo", también hay persistencia excesiva en el Estado y en salarios bajos, siendo los del Estado notoriamente bajos. El IDH (Indice de Desarrollo Humano) de Cuba ha retrocedido: esto quiere decir que algunos logros del socialismo están cuestionados, aunque el estado físico de la población, salvo excepciones, sigue siendo relativamente bueno. Como sea, dados los retrocesos y lo que parece ser en parte un cúmulo de errores económicos, Cuba ya no es, como antaño, ejemplo frente a la realidad de América Latina, que no es la del tercio de la población de "clases medias".
El futuro de Cuba es de lo más incierto, y no se va a arreglar con lo que el cantautor cubano Silvio Rodríguez llama el "jarabe ideológico", recitando. Pese a lo dicho por Raúl Castro, parte del aparato hace negocios mientras pone trabas a la propiedad privada y, sobre todo, no la entiende (no toda propiedad privada es de medios de producción, ni "personal"), porque quien más y mejor trabaja debiera ser recompensado igualmente más y mejor que el que recita a Martí, el que quiere hacer creer que hay algún "modelo" o el que hace negocios con el extranjero. El turismo, incluido el revolucionario, sirve salvo excepciones para que a veces algunos, sin soluciones prácticas, pretendan hacerse un monumento a sí mismos -la causa como "poder por el poder", sin que probablemente sea de interés de muchos cubanos, sino vivir mejor- y para corromper desde el exterior, sin construir ni poner de relieve lo logrado y por mejorar. No es tampoco cuestión de recitar sobre "el comunismo" inexistente, sobre "la democracia" o "el mercado". El camino equivocado ha sido el de favorecer la dependencia del exterior, no hacer caso de iniciativas desde adentro y confundir socialismo con Estado, en parte por el de todos modos existente acoso externo. Falta tradición republicana, que no es igualitarismo -y sí meritocracia- al mismo tiempo que se abre la isla al exterior de tal modo que se corre el riesgo de debilitar el sentido de nación. Al mismo tiempo, con Estados Unidos al lado, Cuba no puede abrirse sin ton ni son. Tal vez quepa lamentar que algo haga que la "maldita casta" no quiera soltar el poder no para el exterior, sino para canalizar y galvanizar voluntad de abajo, que no falta. Como no se trata de una dictadura, resta por saber qué tendencia se impondrá: no se puede pedir el interminable sacrificio heroico y el resistir, o "el socialismo o morir" (creencia de algunos) si es a cambio de la inercia o, lo que se ha vuelto asunto más serio, del retroceso. Desafortunadamente, el presidente cubano Miguel Díaz Canel no debió jefaturar el partido comunista, y fue tal vez electo por disciplinado, si no se confundió con obediencia y petición de obediencia, y no de creatividad, entre una población que con frecuencia quiere participar (da click en el botón de reproducción).