Ahora que ha partido de mi vida el ser más querido, me detengo un momento, aunque no corresponde aquí adentrarse en asuntos personales, salvo, como ésta, contadas excepciones.
Se está yendo una época, la de personas nacidas con frecuencia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, que muchas veces la vivieron, y tuvieron una educación para personalidades fuertes, de convicciones sólidas y de un registro peculiar de valores: firmeza, por la misma entereza de las convicciones, y al mismo tiempo una capacidad particular para la benevolencia, para privilegiar el beneficio de la duda y, más aún, para comprender, no en ningún sentido intelectual, sino en el de poder ponerse en los zapatos del otro y no apresurarse a juzgar, lo que no quiere decir de ninguna manera que se renunciara al juicio de valor. Por las mismas convicciones, y mi ser querido no fue el único caso, no faltó un muy alto sentido de la responsabilidad y el deber, afianzados en una vida de circunstancias muchas veces difíciles, tanto materiales como afectivas. Parte de esta generación nacida en los años '30 se mantuvo hasta donde dieron las fuerzas atenta a una Humanidad sentida como algo común, y en mi ser querido, al valor de la persona por el hecho de serla, si todos los Hombres nacen iguales y libres en derechos, y uno de ellos es, de entrada, a la presunción de inocencia.
Desafortunadamente, dicho sentido del deber y la responsabilidad, como obligaciones, se vieron a la larga opacados por cambios que se originaron en la segunda posguerra, y que corresponden, en particular (aunque no siempre) a los nacidos en los años '40, así puedan existir raras excepciones. El esfuerzo de generaciones anteriores, incluida la nacida en los años '70 del siglo XIX, años de Depresión, llevó a la generosidad y a grandes logros para la Humanidad, pese a las dificultades de esas dos guerras. Nadie tiene el control absoluto de nada ni el poder absoluto sobre nada, porque siempre se escapa un "resto" en lo real y, paradójicamente, estas realizaciones fueron tomadas por algo dado, no por algo que requiriera el esfuerzo de ser reproducido., como parte de un sentido del deber y la responsabilidad.
Lo que fue quedando empezó a dispersarse poco después de principios de los '80, aún en gente que conoció y practicaba el apoyo mutuo, el compartir, tender la mano al que se queda atrás y sentir la llamada "responsabilidad por el otro". Desde antes de 1989-1991, fue arraigando, como mala hierba, el resultado del paso de un mundo de relativa escasez, pese al progreso del 900 y de los años '20, al de la abundancia, aunque no para todos, e incluso la opulencia: abdicar se volvió una comodidad. Nunca se trató de ser autoritario, o ni siquiera forzosamente de imponer, sino de hacer crecer mediante la educación y la congruencia con la propia conciencia, buscando además dañar lo menos posible y apostar, si cabe la palabra, a lo mejor de cada uno. Una larga crisis no es motivo para justificar que salga más bien lo peor. Como sea, en los años '80 comenzó, con la dispersión, previa a 1989-1991 y propia del sistema vigente, todo lo acomodaticio y, por las fantasías publicitadas, la carrera por hacerse de privilegios, creyendo que era lo de todos, cuando hubo sin embargo quien, pese a las dificultades que ello entrañaba, optó, como decisión, por la llamada honrada medianía. A muchos, entonces, les pareció medianía, pero a otros, ante todo, honrada.
Ante este vuelco, el acomodo, la conveniencia y la pérdida más completa del sentido de sociedad, vinieron años de más dificultades, de aislamiento -puesto que se estaba en la medianía- y de muchas mezquindades, tomadas por "seguir los intereses propios" para sobrevivir en la competencia. Algunos alcanzaron a ver que, pese a adelantos materiales y tecnológicos, el mundo, sin idealizar demasiado el pasado, se volvió hostil en gran medida por un fondo de indiferencia a todo lo que no sea "el interés propio" más estrecho, corto de miras y, como ya se ha dicho, mezquino, aunque no falten quienes todavía persiguen ilusiones que se venden como promesas de cumplir deseos y fantasías e, incluso, como posibilidades de evasión, tanto de los valores como del juicio de realidad. La promesa material no impide que, por lo que reina, el mundo y su vida cotidiana tengan hoy, pese a un fraude, mucho de inhumano. Es el fraude de la convención del "bien" como anticipo para hacer rendir la más cruda conveniencia, al grado de la inmisericordia.
Con una vida difícil, muchas veces no imaginada, sin privilegios más que la recompensa del trabajo arduo, pero íntegra en la honrada medianía, con muchos hechos olvidados por más de una ingratitud, con serenidad, algo de inquietud por el curso del mundo actual, benevolencia hasta el final, se concuerde o no con ésta, la actitud siempre dispuesta a lo mejor de cada uno (pero sin perder la claridad sobre la existencia de la maldad), y, por qué no decirlo, con algo de hastío por ademanes y palabras que se lleva el viento y que no atinan al menor desinterés ni a la menor curiosidad, este 24 de junio partió para siempre quien, además del afecto de toda una vida, me dejó un ejemplo de entereza, sencillez y vida llevada como persona de bien. Gracias, para siempre. QEPD.