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lunes, 30 de junio de 2025

EL AGUA ENVENENADA

 Una de las cosas más disfrutables en el mundo actual, y en particular en las capas medias, es la actitud terapéutica para todo, estar sano y explotable al máximo, y cierto hábito de acudir al psicólogo o al psicoanalista, en busca de ayuda "profesional". Puede volverse cosa de toda una eternidad dedicada a hablar. En realidad, es casi nada lo útil de parlotear al infinito: la psicología a duras penas es una profesión u oficio, que con frecuencia omite la psicología social, y el psicoanálisis tiene apenas algo de racionalización en lo dejado por Jacques Lacan, si no es a veces motivo para enturbiar aún más las cosas. No hay subconsciente (accesible a la consciencia si se presta atención), sino el inconsciente que permite dos cosas: volver sospechoso todo afecto, porque "algo esconde", e ir a "proyectarle" el inconsciente del psicólogo o psicoanalista al paciente. Sin tantita pena, pero con la creencia de que la cosa va en serio, cuando en más de un lugar pasa por charlatanería. Se puede agregar la psiquiatría a la mexicana, parafraseando al colombiano William Ospina: al menor error propio, el médico le ruge a su víctima. Hace rato que, en esta "profesión", se olvida que el psicólogo o el psicoanalista tienen la obligación de "hacerse revisar" por otro para ver si están o no en lo correcto con el paciente y si, por error, no le están atribuyendo algo propio. Salvo casos excepcionales, es de evitarse la psicología o el psicoanálisis, porque tienen de magia: la capacidad de sacarse de la chistera del inconsciente absolutamente cualquier cosa, partiendo de que hay algo "oscuro" y "sospechoso", en algo de morbo (atracción por lo desagradable). Para colmo, es algo que se ha llegado a banalizar: cualquiera se otorga la licencia de encontrarle a otro algún estereotipo para "etiquetarlo" (y empezar a manipular). Por lo demás, nadie se ocupa mucho de lo que abunda, el perverso narcisista lindante en la sociopatía. Porque el verdadero "secreto" está ahí, en un lugar de la mayor insensibilidad al otro y de lo que el polaco Zygmunt Bauman viera como "ceguera moral", si tener capacidad de juicio es facultativo, o si el juicio de valor es incluso reprobable, porque es "intrusión indebida" en la sacrosanta propiedad del otro. No se va al psicólogo o al psicoanalista para tener dicha capacidad, sino para "evacuar" (sic) emociones que con frecuencia no llegan ni a afectos. Es el tipo de caso, a veces, de quien, ahogándose, va a que le enseñen a nadar, pero porque no hay quien le tienda la mano.

         La existencia de estos lugares para "evacuar" suele explicarse por la dureza de una sociedad deshecha como tal y por refugios familiares en los cuales, a pesar de "hacer montón" y de poder creerse que siempre se podrá evadir lo inevitable, no se atienden ni se forman los afectos ni la personalidad en lo más mínimo. En las familias de gente adinerada, un problema no es negocio, sino un "costo": que lo arregle el terapeuta, como se manda el coche al taller mecánico. En las capas medias, es también, en parte, la manera de ponerse a jugar a las escondidas con la conciencia, como ha dicho -aunque no siempre es así- Agustín Basave de los mexicanos. Se trata por lo demás de darle alas al deseo, que es el captado por el sistema, que así "oferta". Al igual que casi todo en la autoayuda, es una inmensa maquinaria para formatear a la gente haciéndole creer a cada uno que no tiene más que seguir su deseo, al grado de arriesgarse a que se reduzca incluso a pulsión. Gracias al muy poco científico Sigmund Freud, para más de uno "el tema" se reduce a renunciar a los afectos -lo que suele estar latente en alguien como Walter Riso-, en nombre del "desapego" y de evitar "dependencias", para dar rienda suelta al deseo y su "emprendedurismo": mis deseos son la realidad (el deseo se toma por realidad). Gran logro, el de la "desinhibición": despojarse de verguenza y escrúpulos en aras de "las alas del deseo", agregando algo de "experiencia religiosa". En efecto, es el Santo Oficio del inconsciente del que se deje, y el aprendizaje de la famosa "prueba diabólica", de la Inquisición; si confiesas, ya está, eres culpable; si no confiesas, no quiere decir que seas inocente o que el analista (!) esté en el error, sino que como sea la confesión igual está, porque lo prueba...la negativa a confesar (lo) ("algo" se está negando, así que de todos modos se es culpable). Tal vez no sean raros los vasos comunicantes entre psicoanalistas y ex religiosos, incluidas universidades. La cosa es que no quede, salvo el psicólogo o el psicoanalista, alma sin pecado, sin derecho a la menor presunción de inocencia.

      Como para algunos es todo un arte, los hay que se ufanan de que el paciente se suicide, por ejemplo. Otros interpretan un efecto secundario como una somatización. Alguno le dice a su paciente que lo que tiene "es más raro que un perro verde" (y seguramente más cómodo que una mínima averiguación). Alguno más presume de que "hacer el amor" se diferencia de "tener sexo" porque lo primero es "arte" (ah, lo hice por amor al arte). Algunos atienden mientras, en vez de escuchar, hablan por teléfono celular. Algunos mas encuentran algo clave en el lenguaje a los 15 minutos de sesión, si no es que antes, aunque por el precio de una hora. Otros, los "expertos", siempre sin detenerse diagnostican que alguien tiene "un poco de todo" o algo "que da para todo", por lo que a partir de la falta de certeza es posible padecer todo el DSM (Manual de Trastornos Mentales) y ser medicado en consecuencia. Es, cómo no, un frecuente ejercicio de poder, en el que no falta la insidia. Después de todo, más allá del derecho y la libertad de fornicar para desacomplejarse, es casi siempre fábrica de gente cínica, ya que encontrará en Diván El Terrible o en simple consulta cómo aferrarse a su Ego y cómo desapegarse de lo demás (cuando con frecuencia debiera ser lo contrario), al grado de un Riso de proponerle a la gente, en el Yo ideal, ajeno al ensayo y error, amarse locamente a sí misma, hasta no sentir -como le suele ocurrir al omnipotente psicólogo o psicoanalista- cuando atropella al prójimo. 

       Si bien algunas cosas son de utilidad, más si con algún objetivo claro y de plazo establecido, hasta entre seguidores de Lacan pasa como en la izquierda sucedía con los trotskistas, que no terminan de dividirse; y como de indiferencia e insensibilidad se trata, y al mismo tiempo de poner el "sentimiento" -o más bien, la emoción- por delante, ya está la reproducción y la "interpelación": no haga caso de sus afectos, no se ocupe de valores, no tenga madre para desinhibirse y que le valga lo que no sea de su interés con apariencia de deseo. Sea usted mismo. Desconozca (lo más sorprendente para discípulos de Freud) toda sublimación.  No se preocupe más que de su ombligo, que es lo que depende de usted, y cada uno a mirarse el suyo y atenderlo porque, para la psicología y el psicoanálisis, "no hay tal cosa como la sociedad" (convenciones y rituales aparte), como lo decía la primera ministra británica, Margaret Thatcher. Sólo hay individuos y familias. Y cada uno a "sus" problemas: usted, a lo que va, su PROPIEDAD PRIVADA y, si le es posible, a buscar en cada ocasión un "PLUS" para esa propiedad, muy suya, sin REPARAR en nada más. ¿Ya? A gozar y al "aquí y ahora" hasta caer rendido en la inconsciencia. No se trata de humanizar, porque supondría hacer consciencia, y no siempre es fácil, ni tampoco agradable para la persona, susceptible de equivocarse, ni indoloro. La psicología y el psicoanálisis, aunque hay excepciones, están para la reproducción ideológica, como antaño los curas (ahora es "la cura" o, para algunos, The Cure): operar el Yo sin pérdidas, lanzarlo vía deseo a la caza de puras ganancias, anestesiar las muchas dificultades de la conciencia y de la personalidad y lograr así lo que antes se hacía con procedimientos quirúrgicos - de nombre conocido- en el cerebro. Al mismo tiempo, es en parte gracias al psicoanálisis que es posible, si se quiere realmente COMPRENDER, tener idea de los resortes del frecuente perverso narcisista, personalidad de la época, y un fraude peligroso, que se hace pasar por el "sociable" del cuento cuando es el de la conducta antisocial, que se viera como tal  si hubiera sociedad plena y no escondites familiares de "perdón" para lo que no lo tiene, pese a la moda de andar de perdonavidas(da click en el botón de reproducción).



EL AGUA ENVENENADA

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