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domingo, 19 de abril de 2015

HILLARY Y LA CLASE MEDIA: VAYA CON DIOS, MY DARLING

Es oficial, Hillary Clinton, ex primera dama (aunque al parecer en la Casa Blanca se coló alguna vez una segunda), quiere ser presidenta. Y lo quiere, según ella, porque "cada día los estadounidenses necesitan un luchador", y pues ella, dice, "quiere ser esa luchadora". Hillary quiere dirigirse ante todo a la clase media. Ha dicho la luchadora que "el sistema sigue favoreciendo a aquellos que están en lo más alto".
     El actual presidente estadounidense, Barack Obama, también dice gobernar para la clase media, y lo que es más, a los gobiernos latinos les recomendó en la reciente Cumbre de las Américas en Panamá gobernar no solo para los más ricos, sino también para las clases media y baja. En fin, que no hay estadounidense que no sepa que un millonario es un clasemediero de éxito y un pobre, un clasemediero en aprietos, ya lo hemos dicho. Habría que tener cierto cuidado con el discurso que quiere a los pobres por ser tales, pero también con algunos discursos que parecieran no querer a los  ricos, o querer en todo caso que "no sean nada más ellos".
     Lo que la Gran Clase Media Universal quiere son derechos y libertades. De preferencia, es deseable tener acceso a todos los derechos imaginables, incluso en algunos casos por encima de la ley, o creando leyes ad hoc (el sadomasoquismo ya no cuenta como perversión en el DSM-V), para derechos como los de fumarse un joint o casarse con alguien del mismo sexo (hasta derechos como el de subir en calzones al Metro, tener circos sin animales y hacer leyes especiales para los animales no humanos, entre otras simpáticas extravagancias). Legalizar transgresiones (hasta esas que consisten en deambular por la calle con peinados tipo Eddie Monster, pero al revés) es una buena manera de tener derecho a una ganancia suplementaria, "un plus" (plus de droga, de sexo, de animales o "plus" de derechos sobre el cuerpo y de exhibicionismo, por ejemplo).
      La libertad es la de pagar lo menos posible (no pago porque tengo libertad de no hacerlo, del tipo no pagar tarjetas de crédito o hipotecas, o de buscar deducibles de impuestos hasta en las colegiaturas), de enterarse lo menos posible de lo que sucede fuera -puras catástrofes-, de llevarse la vida cool y light (el trabajo es para los chinos) y de no hacer nada por nadie, porque no hay razón para la menor empatía por un prójimo al que Hobbes dió por naturalmente sospechoso. El mínimo impuesto -el menor aporte al bien común- es la máxima libertad. Bien vistas, estas libertades suelen ser las de pagar el menor costo ("costo marginal cero", que diría Jeremy Rifkin, un engendro de la administración Clinton en los '90) y de actuar por pura conveniencia, siguiendo la "libertad de elegir" a la Milton Friedman. En resumen: el derecho de andar "agarrando" como un bebé (¿Hillary se lanzará a regalar mamilas, en honor al estadounidense promedio?), que no tiene nada que pagar, ni consecuencias que asumir. Tal vez ya sea hora de volver a la simbiosis total con esa potencia que sueña con el paraíso: la ganancia sin ningún costo, es decir, la conveniencia perfecta  y un entorno que permita este nuevo sentimiento oceánico, el del puro extasis.

EL PAÍS, A UN SEXENIO DEL KÍNDER

 Ayotzinapa es una "causa" de los libertarios para terminar diciendo, como lo hizo en su momento el subsecretario de Gobernación, ...