No es fácil mantener un diálogo o un debate en democracia cuando no se busca la verdad, sino que se supone que la tiene quien es dueño del poder y la riqueza. Y los medios de comunicación masiva no por nada son llamados el "cuarto poder", que impone el estado de opinión sobre el estado de Derecho -trampa en la que fue a caer el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, a partir por lo demás de imprudencias de su hijo José Ramón.
Primero que nada, el estilo pueblerino de hacer las cosas: el padre del pseudoperiodista Carlos Loret de Mola, hablándole al público en pura bravata o bravuconería. Una belleza de cantina (da click en el botón de reproducción):
Carlos Loret de Mola no debió ser exhibido ilegalmente por el presidente López Obrador. Al mismo tiempo, parece que el pseudoperiodista quiere cruzar él todas las líneas rojas. Sugirió en un reportaje de Latinus, en vídeo, un posible conflicto de interés entre José Ramón López Beltrán y/o la empresa Baker&Hugues y Petróleos Mexicanos (Pemex), en la medida en que López Beltrán -quien hubiera hecho bien en precisar a qué trabajo se dedica- habría ocupado, rentada, una casa de un directivo de Baker&Hugues, Keith Schilling. Baker&Hugues recibe desde hace mucho contratos de Pemex. El hecho es que, según Baker&Hugues, al momento de rentar la casa Keith Schilling era ex empleado de la empresa, por lo que ésta no hizo transacción alguna con López Beltrán ni señora, Carolyn Adams. Si acaso, el argumento de Schilling es que lo que le restaba de trabajo en Baker&Hughes en 2019 no tenía ninguna relación con México. Al menos que haya mentiras, no hay evidencia alguna de beneficio para Baker&Hughes, pese a lo publicado fuera de contexto por el periódico mexicano Reforma para el año 2018 (salvo que Schilling mienta al decir que no sabía que el hijo del presidente mexicano era uno de los inquilinos, siendo que por lo demás todo se hizo a nombre de Adams), ni mucho menos para José Ramón López Beltrán. Ni un centavo, ni conflicto de interés. Es probable que tampoco por parte de Carolyn Adams, cabildera petrolera, pese a lo "dejado entrever" por Latinus. Lo insinuado es que López Beltrán pudo rentar la casona de Houston, Texas, en Estados Unidos, a cambio de algún jugoso negocio en Pemex para Baker&Hughes, pero el problema es que la insinuación del reportaje de Loret de Mola no encaja ni con lo reportado por Baker&Hughes, ni por Schilling. Que accionistas de Baker&Hughes hayan sugerido una investigación sobre el tema no hace culpable a nadie. Tampoco la eventualidad de que para la renta de la casa Adams haya sido alguien del conocimiento de Schilling.
Loret de Mola hace pasar lo que correlaciona como relaciones de causa a efecto que pueden ser inexistentes, sin que lo dicho signifique festejar a López Beltrán. Loret ya se había equivocado con el caso Ackerman/Sandoval y no fue capaz de enmendar la plana con el caso de Felipa Obrador. También se equivocó con la fortuna de Manuel Bartlett. Cada vez, el pseudoperiodista se manejó como su padre: sutil y tramposo, entre la más refinada mala fe y la grosería maliciosa, parafraseando una caracterización del alguna vez presidente Calles. Lo anterior no significa justificar el tren de vida de Ackerman/Sandoval ni el de Bartlett, pero no se trata de asuntos de Derecho, como tampoco el de José Ramón López Beltrán.
Dada la legislación mexicana, tampoco es asunto de Derecho que Loret de Mola tenga un rancho en Valle de Bravo, un departamento en la calle Campos Elíseos (Cdmx) de más de cinco millones de dólares y uno (con valor de 15 millones de pesos mexicanos)en Miami, Florida, Estados Unidos adquirido lavando dinero con una empresa fantasma (Bedforburygroup Ltd) en las islas Vírgenes Británicas. El departamento se encuentra en el mismo complejo donde el ex Secretario de Seguridad, Genaro García Luna (encarcelado en Estados Unidos) y sus allegados compraron otros 32 departamentos. El proyecto Latinus está registrado en Delaware, Estados Unidos, otro paraíso fiscal.
Loret de Mola se ha distinguido por mentir, aunque de manera sutil y con mucha trampa. Así lo hizo cuando quiso no darse por enterado, en el juicio de Israel Vallarta, de que Florence Cassez fue víctima de un montaje en contubernio entre una cadena televisiva y la Agencia Federal de Investigación. La periodista Laura Barranco le advirtió a Loret que estaba participando en un acto de violación de Derechos Humanos, con el agravante de que la presunta secuestradora francesa Cassez era extranjera. Loret de Mola fue advertido de que se estaba cometiendo tortura: tampoco le importó. El periodista Juan Manuel Magaña abundó en el mismo sentido y se refirió a la debilidad de los argumentos de Loret de Mola en el careo sobre el caso Vallarta, para lo cual Loret utilizó por lo demás tácticas dilatorias. Magaña sostiene que era posible darse cuenta del montaje.
La posibilidad del escándalo atrajo a muchas celebridades que, con su #TodosSomosLoret,, parecen o no estar mayormente enterados de nada que no les convenga, o admirar la capacidad de algunos para salir del agua sin mojarse, es decir, para la impunidad. Ahora sí, estas celebridades, incluyendo los nombres de siempre (Krauze, Aguilar Camín, Castañeda, Silva-Herzog Márquez) han terminado de desacreditarse. Hay dos maneras de explicarlo. No sin cierta escuela priísta, Enrique de la Madrid ha sugerido que hay que ser "duro en el argumento, pero suave con la persona", pero la oposición ya no entra más que a descalificar y a golpear ad hominem, sin cuidarse de no humillar. Lo segundo tiene que ver con esa manera de la oposición de caminar cada vez más con la cabeza muy erguida, de señorito: es porque le llega la mierda al cuello, no por otra cosa. Véase si no el estilo de Loret de Mola padre. Pero hay algo más: la sempiterna disposición a fabricar culpables, linchar y servirse del estado de opinión para saltarse el de Derecho, es decir, para violar la presunción de inocencia. Es al filo de este límite que son expertos en deambular los reportajes de Loret de Mola. Nunca cambiaron: la fabricación de culpables y la impunidad fueron elementos importantes de un antiguo régimen oficial que los opositores de hoy conocen al dedillo, al grado de seguir en lo mismo, y creyendo haber ganado batallas. Se quedan en su cantina (da click en el botón de reproducción), y no por mucho gritar amanece más temprano.