El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador cometió probablemente un error -entre otros- desde el principio del sexenio: no por fuerza hacer sus "mañaneras", sino no construir un verdadero trabajo de equipo y con medios propios, suficientes y poderosos, para limitar la influencia de los medios de comunicación masiva, que están practicamente al unísono contra el presidente.
Hace poco, el profesor José Woldenberg, ex presidente del Instituto Federal Electoral y premiado en la universidad pública como investigador, sin serlo (esta universidad premia los servicios públicos, bajo el control del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, y no reconoce méritos académicos), se puso a lloriquear en las páginas del periódico El Universal sobre la prevalencia del insulto en la "conversación pública". Woldenberg no tomó en cuenta la manera que tienen de dirigirse al presidente sus opositores, que lo tachan de "demencial", "delirante", "miserable", "canallesco" y hasta "pendejo" (según Héctor Aguilar Camín). No: Woldenberg dice creer que "ya sabes quién" o el "innombrable" son formas de insultar. No lo son, y en el límite puede decirse que "la mafia del poder" es una manera despectiva de hablar. No más. Otra cosa es que el mandatario mexicano tenga expresiones pueblerinas ("machuchones", etcétera...).
Lo que no puede ignorar Woldenberg, o entonces decididamente no sabe de investigación o al menos de un mínimo de indagación para escribir, es que en México, como en el mundo de una manera general, los medios de comunicación masiva, incluyendo los formatos multimedia, están concentrados de tal forma que son muy rentables, le hacen creer a más de uno que es la celebridad que quiso ser -siempre y cuando contribuya a la rentabilidad- y limitan la posibilidad de la pluralidad de voces, a tal grado que, aún con variantes, El Universal, Reforma, Milenio y Excélsior repiten lo mismo, lo que puede abarcar a libelos en decadencia como La Crónica, La Razón y otros no tan decadentes como El Financiero. Esto puede dar la falsa impresión de que una "mayoría" está contra López Obrador. No puede haber "conversación pública", salvo que se trate de "marear el punto" sistemáticamente y a fin de cuentas de hacer callar, cuando se está unánimemente, o casi, en los medios no para debatir nada, sino para descalificar al supuesto interlocutor, y encima...acusarlo de "insultar" si ejerce su derecho a responder. López Obrador no insultó recientemente a la periodista Carmen Aristegui, aunque haya hecho un juicio de valor sobre ella. Un juicio de valor no es una condena, ni una sentencia, y tampoco un insulto: el presidente dijo de Aristegui que "engañó". ¿Dónde está el insulto o el cese de la "conversación pública"? Aristegui pudo responder lo que quiso: absolutamente nada comparable a lo que le ocurrió con el presidente Enrique Peña Nieto. No es muy loable que medios con fuertes intereses económicos a su favor se lancen a linchar al presidente, y encima parezcan considerar que es de "mal gusto", y por ende "ofensivo", responder en defensa propia. Curiosamente, nadie ha podido acusar a López Obrador de cobarde, tal vez porque la cobardía esté en escudarse en el grupo de poder para linchar y desviar por lo demás la mirada del público. Es difícil de pensar que la celebridad contratada no crea que debe "desquitar el salario" (al fin y al cabo, se trata de empresas), o peor aún, devolver el favor prestando un servicio, puesto que en los países periféricos las cosas se manejan así.
De lo que pareciera tratarse es de hacer prevalecer el estado de opinión sobre el estado de Derecho. El asunto se vuelve grave cuando, en nombre de su relación dizque con "la sociedad", que a lo sumo es con una difusa "opinión pública", los medios de comunicación masiva se creen además con el derecho a usurpar funciones: son los que en México decidieron alguna vez que la supuesta secuestradora Florence Cassez era culpable; son los que parecen ser leídos, vistos y oídos por los jueces más que los expedientes para no resolver casos como los de Brenda Quevedo Cruz (entre otros del asunto) o de Israel Vallarta. Lo increíble es el temor de muchos a tener un criterio propio, seguramente porque, sobre todo en las sociedades como las latinoamericanas, no es el camino a la felicidad, ni a la conveniencia, ni a la mayor ganancia ahorrando el costo o la pérdida.
Lo dicho hasta aquí no implica que deba caerse en acusar en bloque a la "prensa corrupta", la "prensa vendida", los "chayoteros", etcétera. El asunto es de profesionalismo, y no lo entiende López Obrador: no hay por qué no darle la razón por ejemplo a Jorge G. Castañeda cuando dice que la señora Jesusa Rodríguez no tiene la menor credencial diplomática para ser embajadora en Panamá. Tampoco la tenía Pedro Salmerón. No la tiene Leopoldo De Gyves (h) para ser embajador en Venezuela, cargo delicado. Como ha señalado en parte la oposición, no hay razón para hacer a un lado a diplomáticos de carrera y meter de paso al canciller Marcelo Ebrard en el feo oficio de tragar sapos. Se está antes viejos errores de revolucionarios: creer que el ser "luchador social" o "activista" dispensa de hacerse de una profesión y valer por ella para el "proceso” mismo. La señora Jesusa puede ser la lesbiana del año (ahora es muy bien visto en ciertos medios, no todos por cierto), la feminista más aguerrida, la más férrea opositora a las corridas de toros, la más coyoacanense de las cabareteras: ¿qué tiene que ver con la diplomacia?
Ya se ha dicho: son contados los casos de profesionalismo en el gobierno actual de México y no son raros los premios políticos. Tal vez no sea por nada que John Ackerman pueda trepar a la vez en la universidad pública, que se guía por criterios clientelares, y en el lópezobradorismo, donde algunos hacen de la "causa justa" el medio para reproducir la clientela. Al parecer, se hubiera llegado a lo más sensacional: el medio (la "causa justa") justifica los fines, los de trepar. Si las cosas son así, no ha habido cambio de régimen, aunque lo haya habido de gobierno, pero un gobierno no hace un Estado. Pese a lo dicho en diciembre pasado por el magistrado Arturo Zaldívar , aún queda por ver si ha llegado a fondo la reforma del Poder Judicial: si así fuera, alguien como otra señora, puesto que las féminas están de moda, Isabel Miranda de Wallace, debería ser juzgada por todo el daño que ha hecho. ¿O se trata de ser zalamero con el jefe de turno? En algunos casos se hace hasta más de lo que pide el fiscal Alejandro Gertz Manero, incluyendo el caso de la ex funcionaria priísta Rosario Robles, que pareciera haber ido a dar a la cárcel por tonta...y soberbia.!Se cree Rosario Robles! ¿Algún priísta defendiéndola?¿Algún nuevo "no te preocupes, Rosario"? Fernando Benítez tenía razón en El rey viejo: en México no hay misericordia para el vencido. Y basta con "no ser parte de..." para ser potencial vencido.
El problema se ha complicado en la medida en que en los medios de comunicación masiva parece importar poco el contenido, cada vez más pobre, incluyendo el de la mayoría de los columnistas. Es por lo mismo que a cada rato y en tantas "noticias" se recurre a supuestos "expertos", "especialistas", "analistas" y "consultores" que hacen su agosto, considerando, de nuevo, que hay mucho dinero circulando por ahí. Estas categorías no son una garantía de profesionalismo cuando a su vez creen que deben repetir en la dirección del viento o a coro para "no quedar fuera", es decir, para no "operar con pérdidas" o "pagar costos". Otra sensacional es convertir a tanto explotado en firme creyente de que es gran emprendedor de sí mismo, la última versión del self made man. Ahí están las celebridades gritando a voz en cuello, cortando la palabra, editando las noticias, agarrándose de cualquier fuente sin verificar, y convencidas de que el gobierno son ellas, después de todo. Lo que tiene que oponer el gobierno de López Obrador es la señorita Vilchis. Falta por ver si hay realmente cambio de régimen, y lo cierto es que no es la gran epopeya transformadora, hasta que, como lo propusiera el mismo López Obrador, "lo más revolucionario que se haga sea aplicar la ley". Los medios de comunicación masiva ya tienen la suya; por cierto, el pseudoperiodista Carlos Loret de Mola es alguien más que debiera enfrentar la Justicia, en vez de hacer de simples correlaciones relaciones de causa y efecto. Le queda la siguiente, para que se arreglen entre pirruris (da click en el botón de reproducción):