Aunque parte del asunto está probablemente mal manejado, a estas alturas es conocida la corrupción de los gobiernos mexicanos derechistas de Acción Nacional (PAN), al grado de haberse asociado con el crimen organizado, según lo ratificó el juicio en Estados Unidos al ex secretario de Seguridad Pública y ex encargado de la Agencia Federal de Investigación, Genaro García Luna. No es ninguna novedad, puesto que García Luna ya había sido denunciado por periodistas como Anabel Hernández. No era un secreto que Estados Unidos buscaba favorecer a un cártel, el siempre favorito, de Sinaloa, contra otros, aunque en México se discuta si "García Luna o no García Luna" y no el derecho de los estadounidenses a decidir sobre la política en materia de estupefacientes, que consiste entre otras cosas en no agarrar a ningún estadounidense. Al parecer, García Luna se extralimitó, sabiéndose autorizado: hacía más de una tontería, por si no se recuerdan las balaceras descaradas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México o contra ciudadanos estadounidenses en la carretera a Cuernavaca. Aún así, el ex policía creyó poder estar tranquilo instalándose a vivir en Florida, pero en algo le falló a la razón de Estado de Estados Unidos, que debía cobrársela. Lo curioso es que Estados Unidos salga del agua sin mojarse: los libros de Hernández y las confesiones de Vicente Zambada lo dicen todo sobre la amistad entre agencias estadounidenses y el cártel de Sinaloa, el "racional", el más "empresarial" y menos violento (salvo que los "chapitos" se extralimiten aún cuando se les quita de encima a Rafael Caro Quintero, y haya que darles un susto con Ovidio Guzmán). "Indicios" no escasean: quiso verlos Francisco Labastida, ex gobernador de Sinaloa, en el gobierno actual (aunque se puede asegurar que López Obrador no ha pactado nada), aunque no hayan faltado en el pasado quienes vieran "indicios" en Labastida. Ovidio Guzmán es secundario en el cártel, al que pareciera pedírsele no hacer ruido (ni películas autobográficas, como la quería Joaquín El Chapo Guzmán).
A la oposición no le importa cómo el PAN corrompe, incluso alcaldías enteras, como la Benito Juárez en la Ciudad de México, sexenio tras sexenio. Para decirlo en palabras del ex líder priísta (del Partido Revolucionario Institucional, PRI, oficialista de 1946, no antes, al 2000), Manlio Fabio Beltrones, los del PAN "hacen lo que hacíamos, más lo que creen que hacíamos".
Y este es justamente el otro tema. Labastida Ochoa, ex candidato del PRI a la presidencia, declaró que en tiempos del presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) hubo "corrupción al cuadrado", en particular de gobernadores del oficialismo. Si lo dijera el actual mandatario mexicano, López Obrador, parecería otro sermón, pero lo dice un priísta (y tampoco es algo que se difunda mucho). Dijo: "corrupción al cuadrado".
Quedan en el PRI figuras "al viejo estilo", pero quienes se separaron, al margen de las características de la actual dirigencia del PRI, son algo patológico producto de una época y un reinado, el del seductor de la patria. No queda claro cómo una marcha en defensa del Instituto Nacional Electoral quedó en manos de una persona como Beatriz Pagés, una de las oradoras, que se hace llamar Beatriz Pagés Llergo Rebollar, para que no se olvide su estirpe: si fuera por esta persona, López Obrador sería declarado criminal y juzgado hasta parar tras las rejas, mientras la señora cree que está en Venezuela y es capaz de escribir con las asociaciones más fantásticas, aunque no es la única. Otro ex priísta e integrante del "México Colectivo", el ex rector José Ramón Narro Robles, aprendió en su rectorado -y con la ayuda de la mapachería y el Instituto de Estudios para la Transición Democrática-- que hacerse el "libertario" es la mejor manera de ser conservador. Narro se atrevió a inmiscuir a "su" universidad en la marcha, con toda desverguenza y fuera de la ley, puesto que la universidad pública es un ´organo descentralizado del Estado y no el botín de un grupo. Pero lo que más debiera llamar la atención es esa manera de llegar a un mítin en un buen número de camiones -todo debidamente documentado y filmado- sin mucho de espontáneo. Estos son los que, pirateándole la megalomanía al otro, están convencidos de que "juntos harán Historia" o, mejor dicho, "la Historia".
Labastida Ochoa es de hablar franco, y puede reconocerle uno que otro logro al mandatario actual de México. Narro Robles, no tanto, pero, al ritmo de los Beatles y los Rolling Stones, supo conjugar a Guillermo Soberón con Raúl Alvarez Garín, cosa de tener el poder siendo "inclusivo" con la izquierda y compartiendo con ella la ambición. El ex rector renunció al PRI cuando no le dieron "su" secretaría general, pero no parece que haya renunciado a la aureola dizque moral que se formó justamente conjugando la peor inercia con la fachada libertaria del cambio, siempre inclusivo.
No funcionó tratar de incluir a Cuauhtémoc Cárdenas. Por cierto que, en el PAN, hay de vez en cuando alguna personalidad honorable, como el hoy ex gobernador de Chihuahua, Javier Corral Pero la oposición no trae consigo un pasado agradable, ni queda claro en nombre de qué se pone a las palabrotas, como la sociópata Pagés o el ambicioso Narro Robles, al que alguien debería pedirle que deje de lado, por una vez, el cacicazgo que ejerce sobre la universidad pública, cuyos problemas son de décadas y no de alguna supuesta voluntad de intromisión gubernamental. Ya debió haber quedado claro quiénes fueron los corruptazos, y no es el caso del gobierno actual, así no le falten defectos, y no pocos. Con todo gusto, señora Pagés (da click en el botón de reproducción):