Alguna vez gran símbolo del progresismo latinoamericano, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva es hoy alguien que se eclipsa, sin que lo que hace sea gran novedad. Hace con una mano lo que deshace con otra porque, aún sin ser populista, cree en la conciliación de clases. En el pasado, así como hizo que hubiera familias que salieran de pobres, dió tasas de interés maravillosas a los ricos, intocables. Ahora, en materia agraria, Lula vuelve a las andadas: se gana el apoyo del Movimiento de los Sin Tierra (MST), de bastante buen prestigio, sólo para hacer concesiones al agronegocio, muchas veces ni siquiera brasileño. El pretexto es el Congreso, donde dicho agronegocio tiene capacidad de defender sus intereses, pero nadie le pide a Lula que la tome contra el MST.
Brasil es el mayor exportador agrícola del mundo, y acaba de tener la mejor cosecha de cereales de su historia. Sucede sin embargo que, a diferencia de México, que hizo las cosas a medias, Brasil no ha tenido Reforma Agraria, como tampoco Argentina, otro paraíso del agronegocio. Las posibilidades de dicha Reforma las hundió en parte el populismo de Getúlio Vargas, salvo que se ignore lo que hizo con la lucha de Luis Carlos Prestes. Lula, de origen nordestino, gana en gran medida con votos de gente pobre nordestina, pero para no resolver nada. No es lo único: el agronegocio recibe subsidios importantes y se opone a cualquier medida de protección medioambiental.. Lula dice que no quiere tratar el tema "de forma ideológica", por lo que se debe entender que en nombre de lo contrario, el pragmatismo, está dispuesto a cualquier concesión: el vicepresidente, Geraldo Alckmin, tiene fuertes vínculos con la agroindustria. El ministerio de Agricultura está en manos de un magnate de la soya, Carlos Favaro. Los subsidios aludidos mejoran: superan en bastante a los del anterior presidente, Jair Bolsonaro. Es "para todos". convertir a Brasil en "súperpotencia agrícola", incluyendo la exportación de biocombustibles como el etanol, para hacer rendir "bonos verdes" en Wall Street. Todo con el apoyo de Fernando Haddad, ex candidato presidencial y ministro de Hacienda sin empacho en atacar programas sociales. Aunque se trataría de hacer "sostenible" el negocio, con primas al cuidado medioambiental, la agroindustria contribuye a la desforestación, en particular con la ganadería, y sobre todo en la cuenca amazónica. Las cien mil familias de Sin Tierra pueden esperar: Lula se encarga de que no procedan a ocupaciones para asentamientos que perjudiquen a los grandes dueños del agro. El MST ha explicado hasta qué punto la falta de Reforma Agraria impide un capitalismo un poco más serio en Brasil, pero es probable que Lula no tenga mayor educación ni oficio -ni siquiera realmente de obrero- más allá del activismo y la marrullería. Es demagogia muy conveniente como degeneración del populismo, que es a lo que se está arriesgando México y en lo que dío el peronismo que, de gritar en la calle como "moderadamente fanático", pasó a ser "fanáticamente moderado", frente a extravagantes como Bolsonaro o el argentino Javier Milei. Nada impide que se siga en la retórica "progresista", apelando al "pueblo", a los mejores sentimientos y ni se diga las intenciones. Hay que hacer el bien a todos, porque todos son humanos, es decir que no hay diferencia entre conducta humana o inhumana: pareciera que lo único que falta con Hitler es decir que era de una "naturaleza falible", luego de que se presentara con lo que algunos llaman un "lado humano", por ejemplo como amante de la naturaleza y los animales (?), el de Berchtesgaden. Como si fuera una bestia o un monstruo y no un humano inhumano, es decir, para preguntarse qué hace de un humano alguien inhumano. Y el MST que se espere un poco. Un poquito más. En lo que termina Brasil de fumarse su joint de "potencia del futuro", mejor conocida como "potencia del mañana (da click en el botón de reproducción).