Es muy entristecedor que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) esté yéndose a pique como lo está haciendo, sin entender siquiera lo que está haciendo. No es el único: es en parte lo que ocurre cuando mandan los medios de comunicación masiva y exigen mercadotecnia para vender cualquier cosa y conseguir negocio.
El PRI no fue una dictadura, tampoco una "perfecta", ni un partido único. Este no es más que el cuento que se han querido contar los libertarios para hacer de sí mismos supuestos "héroes", sobre todo a partir de 1968 y dejando en el olvido luchas previas. Al mismo tiempo, el PRI tampoco fue la pureza y tuvo afición temprana por la corrupción, como lo atestiguaran las historias seguramente poco conocidas de las parrandas de "La bandida" y "La comanche": la "fiesta" -tan reivindicada como si fuera muy propia- como lugar de relajo para que el otro mostrara su lado débil y quedara "amarrado". A la vuelta de los años, aunque era algo ya preparado desde el alemanismo (con "La guayaba y la tostada" en Nosotros los pobres), empezó, un poco más allá del populismo, la recuperación mediática del "pueblo" para "hacerlo caer" y voltearlo contra sí mismo, en lo grotesco y lo vulgar, en gran medida gracias a la televisión, y en parte el cine, todo con vínculos en especial con Televisa. Los personajes de pueblo son a partir de cierto momento éso, más personajes que personas, sin miedo al ridículo, desde hace rato: desde Chon y Chano hasta los de la vecindad del Chavo, pasando por algunos de Derbez en Cuando ("pregúuuuntame, cabrón"), un par de pseudoindias (la India María y la india Yuridia)y otras exhibiciones ("La risa en vacaciones", etcétera): el ascenso de la "clase" media es también la creación de un pueblo de caricatura, para el consumo, con mucho empeño en ir perdiendo el sentido del decoro, que podía estar ligado al trabajo, el estudio y cierta sabiduría. No: el pueblo es el chacoteo, lo bajo, lo que empieza a tirar a lumpen (y que ya está presente en el alemanismo), lo que desde lo bajo ayuda a corromper. Desde que empieza el ascenso de Televisa y a principios de los '70, Mario Moreno "Cantinflas" lamenta que se estén perdiendo valores. Al rato es la pachangota con "La Pelangocha" no muy lejos de la obscenidad y lo populachero o la vuelta a la feria de las balas. El capitalino o "chilango" tiene especial facilidad para corromper y "hacer caer" para "nivelar por lo bajo". Cualquiera puede buscar la definición de la palabra: es regodearse en la pérdida reiterada del decoro. Ya se ha dicho: nunca criticado, el sexenio de José López Portillo (1976-1982) ya es el del histrión y el de alguien de "fiestas" o bacanales como Arturo Durazo. De una u otra forma, se trata de no tener mayor verguenza. Se olvida cómo Luis Echeverría (1970-1976) era odiado entre otras cosas por no ir a fiestas de políticos. Para el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), ya se habla de "renovación moral", sin que sea tal. La imagen que se le pretende dar de sí mismo al pueblo mexicano es penosa: el goce de la falta de decoro. Algunas otras cosas ya están igualmente latentes, como algunos de Sinaloa en 1968 o, previamente, en la caída del rector universitario Ignacio Chávez, el último en creer en la academia antes que en la politiquería. Detrás de ciertos golpes bajos ya está la mano de uno que otro gobernador de Sinaloa, gente que, a diferencia de la norteña (con excepciones como Raúl Hernández, el "Tigre Solitario"), da lugar a "enfermos" y personas "broncas" -no de hablar golpeado-, cuando Reyes Heroles padre lanza la advertencia de "no despertar al México Bronco". El pacto con éste es parte de la historia del PRI, la nefasta.
De revolucionario, entonces, va quedando el ánimo de "echar bala" hasta que, en algún momento, alguien con Héctor "El Guero" Palma rompe el código de honor mafioso y se mete con la familia. Y sin que se note la consecuencia, se debilita, junto al Estado, lo "institucional", que aseguraba tan mal que bien, junto a ciertos límites y formas, el equilibrio de intereses que se irá rompiendo -con gérmenes en las ambiciones de Raúl Salinas Lozano- entre 1988 y 1994: si se puede matar a un candidato a la presidencia, es que ya todo se vale, lo que no es propio ni de las instituciones, que "instituyen" reglas, ni del decoro. En este sentido, tal vez quepan lamentar algunas de las firmas de intelectuales a favor del Frente Amplio Opositor, de Xóchitl Gálvez, al lado de sinverguenzas, puesto que el estilo del seductor de la patria es el cinismo, como el de los dos grupos intelectuales de "ese sexenio" que acaba a tiros, no sólo con el candidato Luis Donaldo Colosio, ni con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), sino con el cardenal Posadas y el cártel del Golfo. Con el pueblo que, sin mejorar su condición, es invitado a la "fiesta", previa liquidación de la referencia a la Revolución Mexicana, salvo por el "icónico" Emiliano Zapata. Ya no queda nada después, salvo el arribismo que inaugura Ernesto Zedillo (1994-2000). No es del gusto de los libertarios, que no quieren ningún Estado, pero es la salida de alguien con figura, Fernando Gutiérrez Barrios. El PRI se va desfigurando y va entre "desfiguros", como el del bajísimo Roberto Madrazo Pintado, una verguenza para un estado como Tabasco.
Capitalismo político, desde arriba (desde la "política"), aunque heredero de un fuerte movimiento desde abajo, el PRI alcanzó a tener su empresariado trunco, en particular empresariado agrícola, del noroeste, norte de Sinaloa y sur de Sonora. Es algo más que se va, se esté o no de acuerdo con lo que esa región representó: "Alito" Moreno no tiene nada que decir cuando se va Francisco Labastida Ochoa, de Los Mochis (Sin.), alguna vez candidato a la presidencia saboteado por Zedillo, que tiene orden de alternar. Labastida Ochoa es, hasta cierto punto, expresión de decoro, como algunos más (no todos) que se han ido del PRI; y el mismo "Alito" margina a Manlio Fabio Beltrones (Villa Juárez, sur de Son.), con asomo de decoro no del todo perdido, pese a haber metido una "mala modernidad" a Sonora y a no saber cómo salir del modo en que fue utilizado por el seductor de la patria y otros: alguna vez, Beltrones fue parte del equipo de Gutiérrez Barrios y de la escuela de un mínimo de lealtad institucional, lo que heredó la hoy cónsul en Barcelona, Claudia Pavlovich. Y sin excusar más de un desbarre de Beltrones, más bien obtuso en algunas cosas. Después de todo, fue con el PRI que se dijo que, en México, "la forma es fondo". No la desconoció del todo el presidente Andrés Manuel López Obrador: no consideró necesario juzgar al "régimen" antiguo, sino al salinismo, que no es lo mismo. A reserva de saber qué se puede poner cuando el Estado nacional está decapitado. Vulgar, López Obrador no fue. Ni insultó a nadie, pese al lenguaje tropical. Ni se metió con ninguna familia. Los que no tienen idea de lo que de positivo dejó el antiguo régimen son los del arribismo panista (de Acción Nacional, de derecha) y uno que otro tránsfuga del PRI ((José Narro Robles, gran corruptor, ambicioso y cínico, o Beatriz Pagés, de pura pose hasta la patología). Cuauhtémoc Cárdenas se quedó en la confusión de decoro y forma.
Poco antes de que Televisa fuera deformando al pueblo mexicano, ya estaba presente el gusto de José Vasconcelos y Lázaro Cárdenas: los momentos del mariachi en el que el de la trompeta se autoriza una desafinada mayúscula y el otro de la bravata de macho jalisciense, de mucha honra, con el honor confundido con la forma. El ciclo se cierra entre los 60 y los '70 con un mal comprendido José Alfredo Jiménez. Pero ya está el charro que lo hace "nomás porque se las puede": tiene "palabra de honor", entiéndase que otra que no lo es; echa bravatas y en vez de calmarla, "también las sostiene"; madruga, se adelanta, sorprende, y nunca se sabe si, de ser colocado ante su machismo, no sacará la pistola, hasta hace poco algo no tan infrecuente. El charro pasa también en la costumbre del pueblo.
Pero si algo estaba en ciernes desde los '60, se engalana desde el año 2000. Con López Obrador acomplejado -según él, es un "indio patarrajada de Macuspana", lo que no es, sino hijo de comerciantes y medio finquero-, el sexenio cierra con la banda MS: 24 años de banda sinaloense -podrían ser 30 si se la sigue la presidente electa Claudia Sheinbaum-, no con problemas con la banda en sí, sino con lo que significa (hasta echar a perder a Sonora con Carín León, por ejemplo): el paso de la antigua bravuconada al insulto ("En tu perra vida", "Tóxica"), la desverguenza (del peinado, de la barba, del estilo de vestir, de las "señoras") y el "más vale cinco minutos de rey que diez años de wey", entiéndase "yo hago lo que quiera porque todo me está permitido"....sin el menor decoro, para lo que además del look está la confusión entre lo vital y lo carente del menor sentido del límite, empezando por el "echar cuerpo". No es por Sinaloa: es por lo que hace la mezcla de narco con californiano, justamente para dejar por completo el decoro -que no era la pura forma- y pasar a "aventarle" al otro lo "bronco", no hosco ni rudo, sino majadero y bruto. Ni siquiera es, como hubiera dicho Vasconcelos luego de residir en Piedras Negras, el fin de la civilización y el principio de la carne asada, porque no la hay ni es lo preferido del triángulo dorado, de cierto insufrible estilo nayarita o de Obregón, el amo de las gracejadas y del gusto por matar. Es que es narco más californiano hecho pasar por mexicano. A diferencia de los antiguos, delincuencia con pretensiones no de rancho, sino de estatus, como "identidad" para el pueblo. Ni siquiera chilorio, Toni Col, "Lola" Beltrán, "Chayito" Valdéz, Luis Pérez Meza o Graciela Beltrán, a la que le componía Joan Sebastian. No: la desafinada que entre otros comenzó con Valentín Elizalde. De Los Tigres del Norte a Peso Pluma, Eduin Caz, Firme y "los trabajos que ni los negros quieren hacer", según esa pérdida de decoro que es el ex vicepresidente Vicente Fox. Esto puede ser decentito ante lo que sigue, que ya no es "vieja escuela", sino casi "el ruido y el furor de un idiota" (da click en el botón de reproducción).