Siempre puede debatirse qué es "barbarie". En la Antiguedad, el "bárbaro" era el extranjero, el "ajeno". Para otros, la alternativa era "civilización o barbarie". El bárbaro se identifica con frecuencia con el "bruto", el de que comprende, o que hace cosas que así lo muestran, llevando a exclamar "!qué bárbaro!". Es, en parte, el salvaje o el que tiene actos considerados de "salvajismo", o de "bruto" incluso cuando se hace pasar por "civilizado" (por ejemplo, como lo muestra México bárbaro, donde el "progreso" consiste entre otras cosas en deportar y hacer trabajar inhumanamente a indios yaquis en Yucatán). Para otros, es "socialismo o barbarie", en la idea, propia primero de Rosa Luxemburgo, al comenzar el siglo XX, de que el capitalismo es la guerra, y ésta, la barbarie. Lo cierto es que el capitalismo ha llegado no sólo a prácticas de guerra terribles, sino también a coexistir con regresiones hacia formas de vida bárbaras por opuestas a lo "civilizado", es decir, por mucho de violencia contra la capacidad de convivencia pacífica. No hay casi país agredido por Estados Unidos y sus "socios y aliados" que no haya dado en la barbarie y la violencia continua, salvo, en parte lo que fuera Yugoslavia.
El lugar por excelencia de la regresión bárbara ha sido Afganistán. Antes lo fue Somalia, que se dividió en dos y dejó de ser noticia, luego del fracaso de la intervención estadounidense (Afganistán es un fracaso sólo a medias), retratada en La caída del halcón negro. La región sigue siendo violenta, por extensión a lo que queda de Yemen, y por la piratería a la entrada del Mar Rojo, ruta estratégica naval internacional al conectar con el Canal de Suez. Se trata de "Estados fallidos" en los cuales la barbarie se manifiesta en rivalidades clánicas (Somalia/Somalilandia) o tribales (Afganistán). La creencia de base, en tribus y clanes, está en la fuerza de los lazos de parentesco. Se puede pasar a las pugnas intestinas o alianzas inestables, alternativamente, pero predomina la "identidad" y la "pertenencia" sobre el individuo o, más aún, sobre la idea de persona, como concepto universal, como llega a ocurrir por lo demás en parte en América Latina con "la familia" o "parentela". Es la endogamia y la exclusión de lo "ajeno" que impide la constitución de una sociedad o ciudadanía plenas: fuera del clan o la tribu, no se tiene obligación, y el grupo endogámico se mantiene cerrado. La diferencia en Yugoslavia, salvo parcialmente en Kosovo, es que se trata de nacionalidades, algo más avanzado como "comunidad", lo que permite una mayor fortaleza social y cuasi-estatal, aunque bajo la idea pseudo-étnica de "una nación-un Estado", cuando no se confunde además "nación" y "pueblo". Los kosovares son algo distintos por la influencia albanesa de las familias-clan (fis), lo que, por endogamia, facilita la acción mafiosa (hace rato que la mafia albanesa ha llegado a América Latina). No existe algo realmente parecido en otras nacionalidades de la antigua Yugoslavia, pese al intento de fabricación de "odios ancestrales". No es Sicilia ni Córcega.
Irak acabó igualmente en un desastre, en parte por motivos religiosos, lo que dió en la aparición del terrorismo de Daesh o el EIIL (ejército Islámico de Irak y Levante), ahora ubicado en parte de Afganistán. Las prácticas de estos islamistas mostraron ser bárbaras, por especialmente crueles, en particular en Siria. Parte de la des-civilización se ha mostrado en la destrucción de patrimonios arqueológicos, como el de Palmira en Siria, o la destrucción de los Budas del valle de Bamiyán en Afganistán. El grupo endogámico, como en parte la familia latinoamericana, no puede aceptar un "otro" independiente que cuestione usos y costumbres: es a imagen y semejanza o "radicalmente otro", "sin común medida", y destruible. En América Latina se debe a la fuerza del parentesco tanto entre pueblos originarios como entre españoles, aunque hay varios elementos atenuantes, como el mestizaje y en parte el cristianismo y cierta movilidad social (no es India, país especializado en la destrucción de templos de otras culturas, por ejemplo de sijs o lugares de culto musulmanes). En las circunstancias descritas, es poco entendible que un país sin gran tradición "familística", de tribus o clanes, como Rusia, tenga por geopolítica que reconocer a los talibanes afganos o buscar tratar con los nuevos dueños de Siria.
Libia se debilitó en sus cerca de 140 tribus o clanes. Entre otras cosas, Libia es hoy un traficadero de migrantes hacia Europa, bajo control de tal o cual grupo tribal o clánico metido a la extorsión o más a fondo al crimen organizado. Tampoco hizo bien, para nada, Rusia -menos el gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum al tener embajadora de quién sabe qué parte de Libia - en tratar con el "gobierno" libio de Jalifa Haftar (hombre de la CIA-Central de Inteligencia Americana, salvo el este (sede en Bengasi). Libia está dividida cuando menos en dos.
Estados Unidos puede convivir bastante bien en un mundo de reservaciones y guetos. Cuando no, de pandillas y mercenarios, y de mafias, como las italianas con las que se alió en el sur de la península al final de la Segunda Guerra Mundial (después de todo, en los '80 se creció con elogios de "El padrino" y "Cara cortada" para pasar al rato a "Pandillas de Nueva York). Basta cruzar dos libros, El choque de civilizaciones de Samuel Huntington y El gran tablero mundial, de Zbigniew Brzezinski, para ver el papel reservado al mundo islámico y a los árabes a quienes acabó detestando el hoy extinto líder libio Muamar El Gadafi, por su incapacidad para hacer causa común, la misma de América Latina, más allá de las palabras. No se puede hacer prácticamente nada en común cuando el refugio en la implosión es lo que atomiza a la sociedad, llámese tribu, clan o familia, y cuando se viven como forma primordial de "identidad" y "pertenencia". Este es, en parte, el "Sur" bajo el ala de Estados Unidos y sus "socios y aliados": el ruido y el furor de un idiota, el que lo es porque no entiende vitalmente lo que no sea su carapazón social más elemental y no puede "estar en sociedad", ya ni se diga en civilización.
El remate, según lo ha mostrado por ejemplo el portal Rebelión, es lo que está sucediendo en Siria, sin que importe en lo más mínimo (la izquierda está agarrada de una Palestina idealizada y sin entender para qué es el "Gran Medio Oriente Ampliado"): mientras se decide si el presidente estadounidense y el premier israelí, Donald J. Trump y Benjamín Netanhayu, respectivamente, son "fascistas", el emir "gobernante" del país, Abu Mohamad al-Golani, tiene a sus seguidores perpetrando matanzas contra los alauítas, los drusos (perseguidos de parte beduina, hasta que Estados Unidos trató de parar) y cristianos: según el portal citado, cerca de mil drusos asesinados, por familias enteras, y cerca de dos mil alauítas, en Latakia y otras partes costeras. Que se le pregunte a un habitante de país central: dirá que "no entiende nada" -mientras sigue en su carapazón social, como la que tienen los drusos, por lo demás- y que "Bashar y sus crímenes". Nadie que ponga su tribu, su clan o su familia antes que la sociedad, la ciudadanía y el individuo puede entender en qué contribuye a servir a otros y a descomponer la vida volviéndola hostil por conveniencia, ceguera, miedo y cobardía, o por "interés" mal entendido, cuando antes que como persona se "es" por "identidad" y "adscripción al grupo". Ya se sabe por ejemplo en México cómo se las gastan los cangrejos de la cubeta con el que intenta salirse. Pues así son y así viven el "sentimiento" -o la "emoción" -tribus, clanes y más de una familia (no todas). Antes era parte de lo "bárbaro" por "primitivo": ahora es parte de patrimonios milenarios, y hasta para arte y "cultura" o para hacerse el "rebelde" con la barbita. (da click en el botón de reproducción).