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jueves, 31 de julio de 2025

SANTO CONTRA LAS MOMIAS

 Hay personas que, como decía el general Charles de Gaulle, "encima de todo, tienen talento". No están exentas de inteligencia, e incluso de lucidez, hasta podría decirse que "luciferina", pero esta inteligencia, intelectual en parte, poco tiene que ver con una personalidad de afectos atrofiados. Es lo propio del perverso ("torcido") narcisista o psicópata narcisista. No es alguien carente de habilidades, ni un ignorante, mucho menos cuando se trata, como lo hacen algunos animales, de "olfatear" al otro emocionalmente y en sus fortalezas y debilidades, para parasitarlo. Tampoco es gente carente de moral, aunque sí de ética.

       Es la clase de gente que ha logrado "saberse" muy pronto las convenciones sociales y cómo, al mismo tiempo, adaptárseles y servirse de ellas. Puede esta persona, si tiene su lado "libertario", ser crítica de estas convenciones y molestarse en lo que traban sus deseos y fantasías. Dichas convenciones son formas y se juegan, aunque al mismo tiempo, se guarda reserva. Con esta reserva puede hacerse mucho si se tiene una personalidad afianzada. Pero si no es el caso, es, más allá del espacio para la conveniencia y el egoísmo final, el lugar de un posible "vacío" temido, porque es "fuero interno" que, de estar atrofiado afectivamente, remite a la carencia de integración entre afecto y una ética que es individual. Se está así ante personalidades disociadas, y con algo de atención, es algo relativamente fácil de detectar, contrastando palabras y hechos. Las palabras, por la atrofia de la sensibilidad, rara vez se convierten en hechos. En cambio, pueden tener de fraude o embuste, aunque no aparezca sino como "lo que hay que tener", la "movida" para, en nombre del "interés", no perderlo de vista y sujetar las convenciones al mismo. Si las convenciones dicen que hay que "seguir el interés propio", ya está: la fachada no impide el egoísmo o la conveniencia. Lo que ocurre es, en realidad, falta de singularidad o individuación como ser único e irrepetible, más allá de la biología. Se puede tener un gran intelecto o una gran capacidad para mimos y apapachos y, llegado el momento, atropellar al otro anteponiendo el egoísmo y la conveniencia, a sabiendas de que es lo socialmente aceptado y no sancionado. En el "fuero interno", lo temido es un miedo profundo al criterio propio, porque es socialmente sancionado: la sociedad, o sus células básicas, reclaman la REPRODUCCIÓN -más de lo mismo-, no la singularización en una verdadera diferencia, al grado que ante ésta se practica la "negligencia benigna" o el descuido y la falta de verdadera atención. El que no está in está out. Ocurre que la "sociedad", hasta donde la hay, recompensa al perverso narcisista o al psicópata de múltiples maneras: en los países del centro, con toda crudeza, y en más de una periferia, con envoltura para regalo, como si fuera de gratuidad o por "espontaneidad", que si lo es, se desdice al poco rato para "no abrirse", como el que desconoce a aquél ante el cual "se rajó", como dice la expresión mexicana. Lo que rara vez aparece es lo que marca la verdadera diferencia en la capacidad para evitarse la inhumanidad del egoísmo y la conveniencia y reconocer qué es lo que hace a un ser propiamente humano (y no es el tan llevado y traído "lenguaje"), más allá de "la vida".

        Aunque el apego a la moral lo impide, el que juega las convenciones que critica es el hijo libertario del padre conservador, en peculiar síntesis. Se vuelve personalidad de la época, creyente en que el Gran Otro - las "relaciones"- tiene solución, salida o escapatoria para todo (vía redes, comenzando por las familiares), porque, como lo ha sugerido el estudioso Slavoj Zizek, es alguien proclive al cinismo. "Si ya sé, pero...", y otra vez a lo mismo. No puede ser más que cínico el que juega las convenciones que dice rechazar. Y para algo así, además de la habilidad para moverse en varios terrenos, se requiere de inteligencia. El mundo universitario, como el de la izquierda, está repleto -aunque no sea el único- de gente inteligente (y admirada como tal) carente de sensibilidad, atrofiada en los afectos, trocados por "intereses", e incapaz de empatía. Ocurre que como "tú solito no vas a cambiar el sistema" -otro descubrimiento libertario-, hay que "hacerlo desde dentro" o, mejor, "adaptarse", para sobrevivir y lograr la "zona de confort" en "lo que hay que tener". Frente a la disociación, se busca el amparo de "la condición humana" o "la naturaleza humana". Y puede ser la misma gente que se queja de un mundo hostil, pero que no quiere pagar las consecuencias de cambiar, menos si se siente protegida en el goce de las "redes" y termina viendo al ajeno (porque lo es) como testigo potencialmente peligroso. Se ha ido acabando el tiempo de "es que va a cambiar": no puede y no queda más que alejarse o tener a la persona "en la mirilla", ya que, por la protección social recibida -de contubernios y cómplices-, ya no puede ser "el monje que vendió su Ferrari" ni nada parecido. Es la "nada" a la que teme, porque no tiene definición humana  propia o porque no defiende nada: como lo escribiera Paul Nizan en su Antoine Bloyé, es quien, de detalle en detalle, logra una gran capitulación vital, así se crea "superior a cualquiera" o cuando menos al depredado que se deje. Muertos en vida jugándole al vivo y creyéndose el artificio. La inteligencia o lucidez es de cuidado. "Y además, tiene talento...". (da click en el botón de reproducción)









LLAMANDO A TORRE DE CONTROL

 En 2021, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, pidió a España que, a su vez, pida perdón por la Conquista. La solicitud, que...