Dado que se trata de proyecciones y del hecho de que el ser humano está facultado para actuar, aunque a veces o con frecuencia no lo haga, no es fácil adivinar el futuro económico, ni es de éso que se debería de tratar. Hay una crisis fuerte, sin duda, de origen previo a la epidemia del SARS-Cov-2 y que muchos califican como la más grave desde la Gran Depresión de 1929, pero hasta ahora no se habla de nueva Depresión. Falta por lo demás el intento del Foro Económico Mundial por echar a andar, so pretexto del virus, la "cuarta revolución industrial" de lleno.
Lo que se sabe es que, hasta antes de la crisis, no había polarización económica entre el 1 % y el 99 %. Las cosas no son así, y hace no mucho lo que se llama por convención "clase media" se había convertido en poco más de la mitad de la población del planeta. El hecho es de 2018 y por ahora no es posible saber a ciencia cierta si la crisis afectará principalmente a dicha clase. Dato curioso, cerca de la mitad de esa clase media se encontraba concentrada en China (al mismo tiempo, este país tiene, después de Estados Unidos, el mayor número de multimillonarios y ya no tiene pobreza extrema -miseria-, aunque sí pobreza).
Lo que la "cuarta revolución industrial" puede afectar es el mundo del trabajo, que muy pocos toman en cuenta, partiendo de una vieja idea del trabajo, confundido con el trabajo manual (y entonces el mundo del obrero o del campesino). El planeta tiene unos 7 mil 500 millones de habitantes. Dos mil 200 son niños (y los hay que trabajan). En el mundo existen 3 mil 300 millones de personas empleadas, por lo que, a simple vista y dejando de lado a los niños, el trabajo sigue siendo algo clave. Lo que llama la atención es que no haya más de mil 300 millones de personas con empleos formales (el 61 % de los empleados está en el sector informal, 2 mil millones de personas). Para quien crea que el avance tecnológico implica progreso social, no está de más señalar que lo que en 1970 se producía en 8 horas ahora se consigue en una y media, por lo que, en términos generales, la explotación de quienes trabajan no ha hecho más que agigantarse. Al mismo tiempo, se está cerca de tener el ejército de reserva (de desocupados) más grande en la Historia de la Humanidad. 188 millones de personas están desempleadas, 165 millones no tienen suficiente trabajo remunerado, y 120 millones han abandonado simplemente la búsqueda de trabajo. La presión sobre los trabajadores "incluidos" (formales) es muy fuerte, y es en estas condiciones que se quiere introducir la llamada "cuarta revolución industrial".
No siempre debería partirse nada más de una clasificación por ingreso. Puede muy bien haber gente trabajadora, e incluso con trabajo formal, que forma parte de la clase media: hace rato que alguien como el filósofo francés Michel Clouscard explicó que "equipamientos" que llegan a considerarse propios de la clase media (el automóvil incluido) forman en realidad parte, en más de un lugar, de lo necesario para el trabajador explotado (un "chaleco amarillo", por ejemplo). Es probable que haya más explotados de lo que se piensa (pobres y explotados no son lo mismo), pero también menos productivos de lo que se cree, si se recurre a la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo. Más explotación, más carga sobre quienes trabajan, pero también más parásitos y un inquietante y muy grande mundo de antisociales. En estas condiciones, el abandono de los intereses de los trabajadores puede querer decir también el giro de las prioridades hacia los más acomodados, una parte de la clase media y hasta formas del lumpen. No se presenta directamente así, pero en muchos países basta con ver la formas de las votaciones, con frecuencia muy divididas, para constatar que algo está pasando incluso más allá de izquierdas y derechas, entre quienes caen en lo antisocial y quienes, más ligados al trabajo, aspiran al rescate de algo así como la common decency (decencia común) a la que se refiriera alguna vez el escritor británico George Orwell.
No queda claro por qué que, partiendo del ingreso y no del trabajo (productivo e improductivo), se tendría que estar siguiendo a Estados Unidos, y en particular a los Demócratas, en pro de una política a favor del "alma", la clase media. Se puede muy bien abarcar al mundo del trabajo desde los empleados pobres y los de ingresos mejores hasta - dentro de ciertos límites - los empresarios con sentido del trabajo y ajenos por ende a la especulación y la ganancia depredadora y fácil. No queda entonces claro por qué la izquierda se ha extraviado: la reivindicación del trabajo decente da para una alianza amplia, y no es asunto, a la china (si ha de seguirse al siempre errado en sus pronósticos profesor Heinz Dieterich Steffan), de colmar a una clase media que en el país asiático está por cierto muy ligada a privilegios partidarios y burocráticos, con una bonanza dudosa. En momento, para evitar seguir cayendo en la decadencia, se dirime entre quienes pueden aspirar a esa "decencia común" y quienes creen que igual es válido ser antisocial: los especuladores, una parte de la clase media y los marginales y lumpen. Cierto es que el mundo del trabajo es más precario, sobre todo desde la no calculada ni muy mencionada consecuencia catastrófica del derrumbe socialista: ha sido la posibilidad para las corporaciones de desplazar empleos a países en remate (y habría que ver qué papel ha jugado China en este fenómeno, aunque ahora la mano de obra sea más barata en Vietnam o Camboya). Como no podía ser de otra manera, lo que buena parte de la clase media (y de la izquierda clasemediera) vivió después de todo como un alivio largamente esperado resultó en un verdadero quebradero de cabeza para el mundo de los trabajadores. Que estén "invisibilizados" no quiere decir que no sean quienes sostienen a cualquier sociedad, en mayor o menor medida. Quien crea que se vive de la familia y no del trabajo no hace más que cometer un error, por lo demás típico de sociedades mafiosas. El hecho es que lo planteado por el marxismo y el comunismo sigue ahí: es, básicamente, la diferencia entre quienes aspiran a vivir de su trabajo, de preferencia decente, y quienes le han apostado todo al culto de la actitud antisocial, preparada desde la segunda posguerra o incluso antes pero que floreció a partir de los años '80 y se considera hoy hegemónica. El show sobre la supuesta "hegemonía de la clase media" y su "alma" debería encontrar límites, y no es porque se vuelve mayoritaria que la conducta antisocial se justifica. No todo el mundo puede ser el Estados Unidos que se fuma el Demócrata Joseph Biden, ni la bonanza que se fuman los privilegiados del partido y el aparato en China. También hay otras formas de vivir. Y lo puede recordar esta canción de Victor Jara (da click en el botón de reproducción).