A la izquierda actualmente existente, incluyendo la latinoamericana, se le hizo fácil deshacerse del socialismo y el comunismo. No se defienden ni siquiera en Cuba, donde se prefiere seguir en la retórica antiimperialista. Ya se ha dicho, se creyó, sin pensarlo en realidad, que deshacerse del socialismo realmente existente debía salir gratis. El resultado es que quienes constatan que algo no va con el capitalismo no se atreven a mencionar una alternativa concreta. Intuyen que "no pasarán": se les dirá, si vuelven a hablar de socialismo o comunismo, que quieren lo peor para la gente, desde la escasez hasta el terror y la muerte de millones. Así que no salió gratis: no hay alternativa concreta qué levantar, por cierto que ni siquiera con China, país del que cabe legítimamente preguntarse qué tipo de régimen social tiene. En el fondo, es un lugar lleno de contradicciones.
Y es que hay cosas por distinguir. Una es la experiencia socialista de décadas, por lo menos desde la Revolución de Octubre rusa de 1917. No sirve absolutamente de nada pintarla de rosa, como tampoco descartarla por completo porque supuestamente todo fue negro. No se hace éso ni con el capitalismo. La experiencia socialista fue contradictoria, y ahora hay más elementos para evaluar en qué lo era, a condición de atenderla y no negarla por completo, lo que un buen día el líder cubano Fidel Castro fue el primero en hacer, al decir en 1995 que "nadie sabía qué significaba exactamente la palabra 'socialismo'". Puede decirse que, en Cuba como en otros lugares, "socialismo" significa contradicciones, exactamente igual que ser de izquierda no exime de contradicciones (por ejemplo, declararse marxista y actuar como un señorito aristócrata, etcétera). Mientras no se quiera reconstituir lo ocurrido ni reconocer que la izquierda también está atravesada por contradicciones, no se puede ir mucho más allá de la reivindicación de lo que no sería en el fondo sino un "capitalismo con rostro humano".
Como sea, nunca existieron regímenes comunistas. Hubieron países socialistas, con muchas contradicciones, encabezados por partidos que con frecuencia se hacían llamar comunistas (no siempre, por cierto). Como lo han sabido siempre en Cuba, no es lo mismo ser de izquierda que ser comunista. Un comunista no es "progresista", no es socialdemócrata, no es partidario del "buen vivir", no es cristiano ni seguidor del Papa Francisco. En 1961, un momento no especialmente bueno, se estableció de todos modos en la Unión Soviética un Código Moral del Constructor del Comunismo. No fue hecho para la felicidad de todos y ni siquiera del mayor número (éso es Jeremy Bentham, utilitarista, y no comunista): el código recompensa el trabajo consciente en bien de la sociedad, premia la ayuda mutua y al mismo tiempo el respeto recíproco entre los Hombres, la honradez y la sinceridad, la sencillez y la modestia en la vida social y privada, pero sanciona la injusticia, el parasitismo (la actitud antisocial), la deshonestidad, el arribismo y el afán de lucro. No todos los seres humanos son iguales: no lo son el justo y el injusto.
En realidad, estos valores no están tan alejados de lo que el escritor británico George Orwell terminara por llamar "decencia común", algo que permite "cifrar la esperanza en las personas comunes y corrientes que siempre han sido fieles a su código moral". Para Orwell, diríase que pese a 1984 o Rebelión en la granja, en la humildad y en el trabajo se forja una manera de vivir, un ethos. Se hace ley del trabajar, aprender, transmitir, desarrollar la solidaridad, la honestidad, la amistad, la hospitalidad, hacer el bien, no traicionar, no intrigar y poner estos valores por encima del dinero. Como en el Código referido antes, que habla por ejemplo de velar por la educación de los hijos, se trata en el fondo de lo que el capitalismo en su forma actual está haciendo desaparecer: la existencia de una deuda simbólica con los padres, los vecinos, los amigos, el prójimo, y con una dimensión constrictora, que fija, al igual que el Código, lo que no se puede hacer. Orwell creyó que esta decencia común seguía existiendo entre la gente común y corriente, con una percepción instintiva de lo correcto, pese a haber desaparecido de políticos y por cierto que también de intelectuales y gente en asuntos del "gran mundo", que cree que las cosas deben plegarse a su imagen y que la realidad debe ceder a sus deseos. Hoy, esa forma de "decencia" es algo que, por las características antisociales del capitalismo, ha desaparecido en estratos enteros de la sociedad, transgresores, para los cuales lo ordinario, sí, la decencia ordinaria (o lo que el Código llamó la sencillez y la modestia) no es más que alguna forma de tontería por despreciar. Atención, Orwell no postulaba una "superioridad de los pobres" y el Código Moral del Constructor del Comunismo indicó implícitamente contradicciones: para el escritor británico, se trata de que la gente que está dedicada al trabajo es más honesta que cuando ansía el poder y el reconocimiento. El Código no supone ningún reconocimiento al pobre si no trabaja, es deshonesto o parasita a los demás.
En suma: no queda claro que todos vayamos en un mismo barco exento de contradicciones, ni siquiera por ser de "izquierdas", y sucede que, más allá de la igualdad formal, cuando existe (tampoco es la regla en el trato), el ser decente ordinario y el que busca poder, reconocimiento o estatus no son lo mismo, sino que se trata de opuestos, en conflicto, en resumen, en contradicción. Ni siquiera es asunto de ideología, aunque intervenga y mucho: lo es básicamente de valores, aunque la mayor parte de las veces sean actuados sin ser dichos. Dentro de las izquierdas este problema debería ser planteado con toda claridad, y no en muy raros momentos de contrición. Igual para reflexionar (da click en el botón de reproducción).