Al parecer, no hay muchas formas de entender la democracia y debe quedar, como lo ha querido desde hace tiempo el ensayista mexicano Enrique Krauze, como "democracia sin adjetivos".
El hecho es que, al ser electo, el presidente estadounidense prometió que Estados Unidos "volvería a liderear" y parece ahora dispuesto a hacerlo con la convocatoria a una próxima Cumbre Virtual de las Democracias a la que están invitados más de un centenar de países. Hay algo desagradable, y es la tendencia a considerar como "no democrático" a cualquiera que se desvíe de una forma única de ver la democracia, desde un punto de vista formal. En rigor, lo mínimo que puede decirse es que el convocante no es demasiado democrático: en primera porque, si la democracia es etimológicamente "el gobierno del pueblo", en Estados Unidos el pueblo es marginal ante la masa; y en segunda porque quien toma las grandes decisiones en Estados Unidos es una plutocracia, junto al inamovible "Estado profundo". Probablemente haya gato encerrado, como lo ha habido en otras gloriosas clasificaciones estadounidenses de lo más simplistas: Imperio del Mal, Eje del Mal, Estados "parias" o "canallas", a conveniencia. Ahora se estila creer que "la democracia está en peligro" no por lo que le imponen los grandes poderes económicos y mediáticos, sino por el surgimiento de una fauna de supuestos "autócratas", "populistas" y "neofascistas". Algo que tal vez se pudiera pedir, para quienes ven fascismo un poco por doquier, es que dejen de colgarse la medalla del combate a este fenómeno: pasó hace tiempo, lo derrotaron básicamente los soviéticos y no es agraciado saludar con sombrero ajeno, mostrando por lo demás un total desconocimiento de lo que fue el fascismo o el nazi-fascismo. Hay ni sé qué nueva manía entre izquierdistas caviar, procubanos y autodenominados "demócratas liberales" a reclamar para sí un intensa lucha contra el "neofascismo" que no pasa de las palabras y las conferencias universitarias. Al parecer, más que de pensar se trata de ponerle etiquetas a los productos ("Cuidado, este producto contiene un exceso de azúcares y de fascismo"). Por lo demás, hartan los llamados a "la resistencia" que por sí mismos no tienen nada o casi de constructivos. Y se pasa por alto tendencias medio fascistoides como la de algún país a declararse "indispensable" o "excepcional" y por ende "por encima de los demás". En fin, nunca es tarde para intentar algo así como un "fascismo amigable".
Biden incluyó en su Cumbre a Taiwan y no a la República Popular China: más allá de la pifia diplomática, China no puede verse como "democracia" desde el momento en que se ha llegado a considerar que socialismo y democracia se excluyen por definición, así cualquier libro de texto occidental bien nacido reconociera hasta hace pocas décadas que muchos países socialistas se llamaban "democracias populares". Asimismo, se excluye a Rusia por ser una "autocracia", lo que no corresponde en absoluto a la forma de gobierno en Moscú, pero sí al estereotipo que vende. Bien podría decirse que son preferibles las democracias "de negocios", eufemísticamente llamadas de "libre mercado". Turquía está fuera por tantas volteretas y, aunque no deje de causar cierta sorpresa, no se puede incluir a las monarquías petroleras del golfo Pérsico. La inclusión de "organizaciones de la sociedad civil" es una gentil invitación a seguir en el maniqueísmo sociedad civil vs Estado para invitar, cuando se pueda, al recurso de los "golpes blandos".
El proyecto de Biden se enmarca en algo más ambicioso: rescatar a un capitalismo en crisis -y en particular a los grandes especuladores- con la reconversión a la "economía verde" y la creación del criterio ESG ("ecológico, social y de gobernanza") para orientar con premios y castigos los flujos de dinero a los países del mundo, para ver si "califican o no". Es lo que se trae el gran capital para orientar inversiones y préstamos o cooperación: decidir si un país es democrático, de "libre mercado" y si cumple con los criterios ESG, además. El cambio climático está sirviendo de buen pretexto para hacer pasar el proyecto.
No queda claro si Biden piensa violar la regla de oro de la beligerancia estadounidense (no abrir nunca al mismo tiempo el frente ruso y el chino), o si piensa "más en grande", lo suficiente para armar un pleito mayúsculo que llevaría a una nueva bipolaridad entre "buenos" y "malos" que los grandes medios de comunicación, la mayoría de la intelectualidad y parte de la izquierda repetirán como pericos, cotorras, cacatúas y papagayos, saturándolo todo con un binarismo que vuelva imposible cualquier razonamiento. Biden va en grande, aunque tal vez a sabiendas de que no puede ir más allá de cierto intento de "disuasión": sus grandiosos planes para Estados Unidos ya se estrellaron con la falta de presupuesto en Estados Unidos, y en esta medida se sigue en lo característico de los Demócratas desde los años '90: el capitalismo del fraude, con toda una pléyade de intelectuales dispuestos a tomarse en serio lo que no es en rigor más que una tomadura de pelo. Amamos cualquier clase de éxito; aunque, para estafar, los Clinton y los Obama eran inigualables en comparación con la parejita Biden (see picture). A ver si consigue despegar.