En sociedades como la mexicana no importa mucho descubrir alguna verdad, sino plegarse a la verdad del poder, que se confunde con la objetiva, La verdad del poder quiso hace mucho que fuera condenado Luis Echeverría, presidente de México entre 1970 y 1976. La periodista Angeles Magdaleno ha dicho recientemente que las tendencias izquierdistas (digamos que hasta donde llegaban a serlo) de Echeverría no eran del agrado de Estados Unidos ni, en particular, de la Central de Inteligencia Americana (CIA), en cuya nómina nunca estuvo el mandatario, aunque le diera información. Tampoco eran del agrado de la clase empresarial mexicana.
Un recuento reciente del periódico mexicano Excélsior, ahora que Echeverría cumplió 100 años, dice lo siguiente: "Echeverría afirmó más de una vez que el Movimiento Estudiantil era un caso de la administración local del Departamento del Distrito Federal y que la incursión del ejército era responsabilidad del comandante en jefe, que constitucionalmente es el Ejecutivo federal". Gracias a la apertura de archivos es posible saber, sobre todo con la investigación de Angeles Magdaleno, que el problema estudiantil de 1968 que desembocó en los hechos del 2 de octubre no tuvo como protagonista importante a Echeverría, sino justamente a fuerzas ligadas al ejército (en todo caso al Estado Mayor presidencial) y al regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal. Fue también desde el Departamento del Distrito Federal luego a cargo de Alfonso Martínez Domínguez que en 1971, cuando tuvieron lugar los hechos del 10 de junio, se pagaba al grupo paramilitar conocido como "Los Halcones". Martínez Domínguez fue destituído por Echeverría por los sucesos.
Para Angeles Magdaleno, en el 68 mexicano se montó un operativo "desde la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) del Partido Revolucionario Institucional (PRI) sumado a algunos elementos del Estado Mayor Presidencial ", a lo que hay que agregar la mano de la CIA. Martínez Domínguez fue dirigente de la CNOP. A la sombra de esta "corporación" del PRI se creó un grupo paramilitar que operó durante la década de los '60 y por lo menos hasta 1971. En términos de deslinde de responsabilidades, Echeverría tuvo razón. Lo que no parece haber querido es entrar en detalles para no romper la disciplina partidaria, puesto que en 1968 y en 1971 se trató en buena medida de lucha de facciones dentro del PRI, que como buen partido populista podía incluir corrientes tanto de izquierda como de derecha y muy anticomunistas.En esta perspectiva, Echeverría seguramente buscó guardar "equilibrios" exactamente con el mismo espíritu que lo hace hoy por ejemplo la universidad pública.
En la actualidad están dificultadas las entradas a la Web en las cuales se puede reconstituir lo acontecido, y además ver que Ignacio Carrillo Prieto, encargado de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), durante el sexenio de Vicente Fox, se dedicó más a fabricar culpables que a atender una verdadera investigación, al grado de querer inventarle a Echeverría el cargo de "genocidio". Angeles Magdaleno ha detallado recientemente el ambiente en el que tuvo que trabajar dicha fiscalía, con culpables a cargo de investigaciones, líderes del 68 con frecuencia en pésimos papeles y encima una visión errónea de las guerrillas durante la "guerra sucia" de los '70, ya que no estuvieron exentas de crímenes injustificables.
No cabe duda que el gobierno de Echeverría jugó rudo contra las guerrillas, en particular con la llamada "Brigada Blanca"(Brigada Especial Antiguerrillas), aunque fue creada en 1976. La dureza y el trato al margen de la ley se fortalecieron a raíz de la muerte del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, en 1973, en medio de un secuestro orquestado por la ultraizquierdista Liga Comunista 23 de Septiembre; Garza Sada habría muerto de un disparo de su chófer, con la orden de no dejarlo caer vivo. La versión de que Echeverría fue el "asesino" (en el sentido de "autor intelectual") fue manejada muy pronto por la clase empresarial y retomada más tarde por alguien como el "periodista" Jorge Fernández Menéndez: el gobierno mexicano habría sabido del secuestro tiempo antes y no habría hecho nada, aunque también se sabe que la actuación de las guerrillas no era muy predecible, sobre todo al depender de comites locales, y que, por lo demás. por algún motivo se perdió en la empresa de Garza Sada la información enviada por la Dirección Federal de Seguridad (DFS). No hay curiosamente ningún elemento -ni uno solo- en Nadie supo nada, el libro de Fernández Menéndez, que permita incriminar a Echeverría. Garza Sada acostumbraba por lo demás desplazarse armado y con escoltas. Fernández Menéndez se aventura a sugerir que Echeverría "dejó hacer" el crimen de Garza Sada, siendo en realidad que los secuestradores no querían matarlo. Y es más, Nadie supo nada sugiere una infiltración de los secuestradores por parte del temible súperpolicía Florentino Ventura, a través de Elías Orozco Salazar. Fernández Menéndez nunca se tomó la molestia de leer la versión de Orozco Salazar sobre distintos hechos, sino que preferió a delatores pagados y gente por el estilo.
Hecho curioso, en el sitio de Memoria del actual gobierno de México sobre la Brigada Blanca aparece una credencial: la de Fernando de la Sota Rodalléguez, quien fuera agente de la CIA e involucrado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia en 1994. También se deshicieron las supuestas “pruebas” del seductor de la patria para involucrar a Echeverría en el magnicidio.
No se trata de hacerle un monumento a nadie, y es probable que se prolongue el ritual del poder contra Luis Echeverría, sin que importe en lo más mínimo la verdad, ya esclarecida, en buena medida gracias al trabajo acucioso de Angeles Magdaleno. Carece de sentido la comparación entre Echeverría y el actual gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador, salvo que se trate de inculcarles miedo a la clase media y al empresariado. Los manejos económico y de política exterior, entre otros, son muy distintos, de lo que no parece darse cuenta en lo más mínimo alguien como el investigador Roger Bartra.
Queda el asunto de que seguramente el historiador Pedro Salmerón se equivocó al llamar "valientes" a los miembros de la Liga 23 de septiembre; no porque se tratara de un asunto de "valentía" o "cobardía", sino porque Salmerón se permitió la declaración como funcionario, a cargo del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INERHM), lo que no podía hacer. Tampoco tenía caso hacer de Garza Sada una gloria nacional: fue entre otras cosas opositor a los libros de texto en 1962 y presidente de la Cruzada Nacional Anticomunista, entre los asuntos que el ensayista Enrique Krauze omitió al exaltarlo luego del craso error de Salmerón. Como la verdad es lo de menos, Salmerón quedó al borde de un premio político del lópezobradorismo: una embajada, siendo que no tiene la menor experiencia diplomática. Y es que seguramente López Obrador sea de los que se creen lo que "se dice" sobre 1968 y otras cosas más.
En la actualidad hay elementos suficientes para reconstituir muchos hechos históricos, pero el grueso de los medios de comunicación masiva y más de un gobernante prefieren hilvanar a partir de lo que "se dice": para estar seguro de un "se dice" escribe por ejemplo Fernández Menéndez, sin reparar en relaciones de causa a efecto y correlacionando en cambio de todo y nada. Lo cierto es que, más allá de una presidencia con claroscuros, las pruebas exoneran a Luis Echeverría Alvarez de la mayor parte de lo que se le imputa. Tal vez la autodenominada "Cuarta Transformación" quiera encontrar más con sus “comisiones de verdad”: no deja de ser simpática la coincidencia entre sectores de la clase empresarial e izquierdistas para entrar al mismo ritual y deshacerse de tal modo de toda autoridad que no quede más que una libertad, la del poder. A seguir linchando, entonces, para lavarse las manos.(foto: Echeverría con María Esther Zuno de Echeverría)