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martes, 25 de enero de 2022

OBLIGACIONES PERIODÍSTICAS

 A propósito de una resolución reciente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en México, que a través del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) obliga a que el Estado regule el llamado "derecho de las audiencias", no ha faltado quien se oponga a la diferenciación entre información y opinión, diciendo, palabras más, palabras menos, que ésto no es posible, ya que siempre hay un margen de "discrecionalidad" (!) y por ende de subjetividad en la presentación informativa. 

No es así. Una cosa es presentar hechos o incluso pruebas. Otra cosa es dar una opinión sobre lo que sea y pretender presentarla como parte de alguna información. No es para nada lo mismo afirmar que "un submarino ruso atacó con un torpedo un buque noruego en el mar Báltico", que aventar: "!y mire usted!!Putin amenaza otra vez! Un submarino ruso atacó con un torpedo un buque noruego en el mar Báltico". En el primer caso, la audiencia queda libre de interpretar lo que decida. En el segundo caso, se trata de venderle a la audiencia la noticia con su interpretación, ahorrándole formarse un criterio y pensar. Desde luego que es algo que tiene efectos: en la actualidad, la mayoría de la gente es incapaz de discernir y toma por verdadero lo que le venden adulterado, al grado que más de uno parece pegado con diurex (scotch o cinta adhesiva) a la última coyuntura de los medios de comunicación masiva. Es sorprendente ver hasta qué grado quienes son presentados como "analistas" o "expertos" se muestran incapaces de distanciarse mínimamente de lo que dictan los medios, hasta construir interpretaciones enteras partiendo de falsedades.

      Quienes alegan que la diferenciación señalada no es posible y que, a fin de cuentas, la audiencia es libre de escoger entre distintas "presentaciones subjetivas" suelen argumentar que no hay verdad absoluta, y que son imposibles los juicios de valor, al mismo tiempo que se colocan del lado de asuntos grandilocuentes como La Ciencia, por ejemplo en materia de la Covid 19. Tal vez se deba entender que fuera de La Ciencia, lo que queda es el show que llega a agarrar también la izquierda: el de la "narrativa" o el "relato", cuando no el del reclamo de la democracia no como lugar de decisión, sino de algo tan simpático como "la conversación pública", que es lo que reclama alguien como el falsamente premiado como investigador (por la universidad pública), José Woldenberg. Así las cosas, cualquiera será libre de decir que el premio fue político, como se acostumbra, y para "mantener equilibrios", puesto que el señor nunca ha destacado como investigador. ¿No? Bueno, en todo caso es mi opinión, subjetiva y discrecional. 

Si alguien discrepa, se puede tolerar, pero difícilmente se puede contradecir, aunque se suponga que, como lo ha sugerido Jesús Silva Herzog Márquez, la democracia es "la casa de la contradicción".

 Si no se trata de llegar a verdad ninguna sino nada más de "conversar", podemos tolerarnos entre todos perdiendo el tiempo hasta llegar ocasionalmente a las manos si alguien habla de manera directa, puesto que se tomará la franqueza por intolerancia. Una cosa es contradecir para debatir y otra instalarse en el "cotorreo" como prueba de que todo el mundo es efectivamente libre de "cotorrear" (lo que formalmente es cierto).Así pues, es factible tomar más de una columna por lo que seguramente es: cotorreo, eso sí democrático, aunque lo democrático no quite lo cotorro. En la academia se puede derivar todo hacia el conversatorio. Las cosas en democracia no se arreglan desde luego en los hechos, sino platicando al infinito. En Mexico existen curiosos y obscenos programas en los cuales la audiencia tiene que oír a locutores que ignorándola por completo “cotorrean” entre ellos hasta la exasperación.

      La decisión aludida sobre los derechos de las audiencias estaría en todo caso apegada a  la Carta Mundial de Etica para periodistas, de la Federación Internacional de Periodistas. Toda persona tiene el Derecho Humano del acceso a la información y las ideas."La responsabilidad del periodista con el público, según esta Carta, tiene prioridad sobre cualquier otra, en particular hacia sus empleadores y las autoridades públicas". El periodismo debe "respetar la verdad de los hechos y el derecho del público a conocerla constituye el deber primordial del periodista". Aquí viene lo sustancial: "de acuerdo con este deber, el o la periodista defenderá, en todo momento, el doble principio de la libertad de investigar y de publicar con honestidad la información, la libertad de comentario, y de crítica, así como el derecho a comentar equitativamente y a criticar con lealtad. El/ella se asegurará de distinguir claramente la información de la opinión". Si se quiere, la información es la verdad de los hechos y, como se dice, en más de una ocasión res ipsa loquitur, "la cosa habla por sí misma". Es por este motivo que suceden varios tipos de asuntos: 1) el silencio sobre determinados hechos, que no se dan a conocer o que se conocen, como se dice, "a toro pasado", 2) la adulteración de los hechos o su fabricación, como la falsa fotografía sobre las "armas de destrucción masiva" de Irak, que nunca existieron (y lo reconoció el funcionario estadounidense que las mostró), o los atentados de "falsa bandera" (hechos por alguien para atribuirlos a otros), o 3) la simple acusación de mentiroso a quien presente determinados hechos, sin presentar quien acusa otros que estén plenamente probados, sino respaldados únicamente en una "firma", un "nombre" o, por qué no, una autoridad. Es para enfermar a cualquiera y provoca que mucha gente prefiera no informarse. Lo cierto es que, en la actualidad, llama la atención la cantidad de gente que opina sin tener la menor información, es decir, "la verdad de los hechos", o "vendiendo" información adulterada, distorsionada, descontextualizada, etcétera. sin contar con la cantidad igualmente sorprendente de gente metida a descifrar la "realidad" mediante rumores, chismes, intrigas, maniobras, especulaciones infinitas, etcétera.

     Al respecto, prosigue la Carta mencionada: "el o la periodista no informará sino sobre hechos de los cuales conozca el origen, no suprimirá informaciones esenciales y no falsificará documentos". Esto también es importante: "la noción de urgencia o inmediatez en la difusión de la información no prevalecerá sobre la verificación de los hechos, las fuentes y el ofrecimiento de una respuesta a las personas implicadas". Digamos que en vez de negarles la voz o descalificarlas de entrada. En la misma Carta, se consideran faltas profesionales graves: la distorsión mal intencionada, la calumnia, la maledicencia, la difamación y las acusaciones sin fundamentos. Aprovechemos para decir que en ocasiones, la periodista mexicana Anabel Hernández, ciertamente valiente, podría ahorrarse "lo que le contaron" sobre la cantante Lucha Villa , que no prueba mucho, o "lo que le dijeron" sobre el cantautor ya fallecido Joan Sebastian, que tampoco es sustancioso. Los meros dichos no bastan, como lo señaló la actriz Maribel Guardia: ¿fotos, vídeos, grabaciones, pruebas judiciales?

     La Carta de Munich, de 1971, indica que es obligación del periodista "respetar la verdad, cualesquiera sean las consecuencias". También es preciso "rectificar cualquier información que resulte inexacta". El periodista debe "abstenerse de recibir algún beneficio a causa de la publicación o supresión de información". Se agrega que "el periodista no puede ser obligado a realizar un acto profesional o expresar una opinión contraria a su creencia o su conciencia". Desde el momento en que impera la creencia de que no hay verdad, sino que "cada quien tiene la suya", "discrecional y subjetiva", y de que no estamos más que en una "conversación" -tolerándonos todos-, no hay "casa de la contradicción", y no se está lejos de escoger el criterio "de mercado", puesto que "cada quien tiene sus derechos y sus libertades": esta el de confundir la verdad de los hechos con el rating, es decir, lo verdadero con lo que reporta una ganancia al menor costo. Debe saberse que es la única verdad del sistema existente, aunque no coincida desde luego con la objetividad y la imparcialidad. No es que la gente que repite sin pensar no esté consciente de lo que hace: sucede que busca algún beneficio para sí. Dejamos el asunto con una de Joan Sebastian y Maribel Guardia (da click en el botón de reproducción).



LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

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