Al principio de su gobierno, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), escogió a lo que se llamó pomposamente "el mejor gabinete de la Historia", en todo un afán de trascendencia por anticipado que llevó a manejar la campaña previa con la idea de "hacer Historia" ("Juntos haremos Historia"). No está de más volver a insistir en que ya no era el AMLO de 2006, que más bien prometía "honestidad valiente" y hacer conciencia de que "sólo el pueblo puede salvar al pueblo". El viraje de 2012 en adelante funcionó, y López Obrador se granjeó el apoyo de la clase media, curiosamente la que lo llevó al gobierno. Dos cosas sobresalen de entrada: el presidente mexicano hizo su trayectoria como "luchador social" o, si se prefiere, activista, sin mayor profesión. Por otra parte, ya en el gobierno no promovió a casi nadie de origen popular a cargos de importancia, dejándolos en buena medida a la conducción de clase media.
Así las cosas, muchos cargos se dieron en la idea, políticamente válida, de hacer la alianza más amplia posible, lo que incluía en un principio a personas como el empresario Alfonso Romo, quien coordinó un programa bastante malo para el ganador de 2018. Al mismo tiempo, despuntó la faramalla al estilo Demócrata, de tal modo que había que equilibrar hombres y mujeres y jóvenes y viejos. Es probable que ésto se haya hecho sobre la base de recomendaciones y criterios ideológicos: la hija de mi comadre Bertha a la Secretaría del Trabajo, el hijo de mi compadre Lorenzo a la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, y la hija de mi compadre Pablo a la Secretaría de la Función Pública. En estas mismas circunstancias se burló la ley para nombrar a Francisco Paco Ignacio Taibo Mahojo (o Taibo II) para encabezar el Fondo de Cultura Económica.
En busca de dicha alianza se encontraron "nombres", como el de Olga Sánchez Cordero, quien ocupó la Secretaría de Gobernación sin saber nada del asunto, o Juan Ramón de la Fuente para la representación mexicana en Naciones Unidas, así se tratara de alguien sin experiencia diplomática. Alfonso Durazo, "chapulín" consagrado, no tenía experiencia en Seguridad Pública/Protección Ciudadana. En la Secretaría de Educación Pública cayó otra "alianza", con Esteban Moctezuma. Tampoco tiene experiencia diplomática. De origen popular resultó prácticamente la única María Luisa Albores González, actual Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, hija de campesino, por lo demás conocedora de temas del campo, y alguno que otro indígena perdido por ahí (Adelfo Regino). En la actual Secretaría de Educación Pública, Delfina Gómez no da el ancho. Hay secretarios que parecieran haber sido victimas de algo así como desaparición forzada, como el de Turismo, Miguel Torruco, otra “alianza”, o el de Agricultura, Victor Villalobos.
Por lo visto, se estaba, salvo excepciones, en la hora de las complacencias a la vez politiqueras y mercadotécnicas, aunque no todo el mundo lo haya hecho mal (Luisa María Alcalde al frente de la Secretaría del Trabajo, por ejemplo, se tomó la molestia de hacer todo un trabajo de equipo). Algunas cosas han seguido en el tenor de las alianzas, como el nombramiento de Tatiana Clouthier al frente de la Secretaría de Economía.
Es indudable que el actual gabinete no está para saquear al país, y no se le ha probado ningún acto de corrupción grave, salvo en la cabeza del pseudoperiodista Carlos Loret de Mola. El problema está en que, salvo excepciones, tampoco se le ha probado al gabinete ningún gran profesionalismo. Pasemos sobre la desastrosa conducción de la Secretaría de Cultura. La crisis sanitaria de la Covid 19 ha sido pésimamente mal llevada y, dejando de lado la actuación del subsecretario Hugo López-Gatell, carente de criterio propio, ojalá no haya que llegar a pensar que el único mérito del Secretario de Salud, Jorge Alcocer, una nulidad, sea el de haber fungido alguna vez como médico de cabecera de la extinta primera esposa de López Obrador.
Todo ocurre como si, de alguna manera, hubiera gobernado el "estado de opinión", el mismo que se apresta a inclinar la balanza por el canciller Marcelo Ebrard o por la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. No es mucho lo que puede hacer el presidente en algún otro sentido, trátese del actual Secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, o de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, ambos con buenas trayectorias profesionales. El "estado de opinión" está buscando otra cosa, y desde mucho antes que se pueda evaluar el desempeño de cada uno.
AMLO se ha dirigido en este marco en direcciones completamente contradictorias: consolidar a la nación en materias como petróleo y electricidad, o equilibrio regional (para no abrir más la brecha entre el norte y el sur del país), y al mismo tiempo seguir vendiendo a Estados Unidos soberanía, como con el TMEC (Tratado México-Estados Unidos-Canadá, de libre comercio) y el corredor transístmico. No queda claro si hay conciencia del grado de contradicción en el que se llega a estar, pero lo cierto es que, además, AMLO hace gala de la ignorancia típica del activista que cree que la causa justa dispensa de la superación personal: puede proponer una gran integración hemisférica con Estados Unidos para (dicho abiertamente) contrarrestar a China o, creyéndose tal vez que el mexicano es el "pueblo más politizado del mundo", comparar el cambio en México a la "caída de la Unión Soviética", entiéndase que en positivo (el asunto totalmente maniqueo del "pueblo contra el autoritarismo"). AMLO tiene una intuición certera, la de separar el Estado de los negocios, y al mismo tiempo la autosuficiencia de pedirle a la gente seguir el ejemplo de Jesucristo. Ideología, ninguna, y sí desde hace tiempo bastante pragmatismo, al grado de hacerlo todo y su contrario.
Lo dicho puede dejar en tela de juicio la lucha contra la corrupción, lucha que no partió desde abajo, y que por lo demás suele hacerse fuerte en estructuras intermedias, como llega a mostrarlo el partido oficial, el Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa). La "austeridad republicana", cumplida muy arriba, no forzosamente es eficaz en otros niveles, al hacerse recortes por "partidas" y con frecuencia sin reparar en la problemática de la calidad del trabajo, que llega a ser suplantada por otros criterios (ser mujer, originario, afrodescendiente, etcétera...), aunque se haga bien en eliminar intermediarios. Dicho de otra manera, ni el trabajo ni la meritocracia son criterios de movilidad ascendente en la autodenominada "Cuarta Transformación", y por cierto que más de un izquierdista tiene una mala comprensión y además aversión a la misma meritocracia, que tiene que ver con hacer pasar el profesionalismo antes que la relación personal y la afinidad ideológica o "politiquera".
No se trata así de un proyecto claro en lo que entiende por "pueblo" y el "estado de opinión" sabe a qué empuja, mientras en su ignorancia López Obrador no ve hacia qué tratan de empujarlo: hacia el control de "las masas" vía consumo y adulación, y el acercamiento al estilo Demócrata estadounidense. Es realmente demasiado pronto para evaluar el alcance de ésto que rimbombantemente se autollamó "Cuarta Transformación": ni siquiera hay un deslinde eficaz del antiguo régimen (el fiscal general Alejandro Gertz Manero tampoco parece poder sacar adelante sus casos, al menos hasta ahora), el aparato de Justicia no ha probado sus cambios, aunque se impulsan, y se premian muchas veces posiciones políticas antes que el saber hacer (por cierto que el ex priísta Manuel Bartlett es una excepción, ya que hace mucho que viene trabajando y en equipo sobre cuestiones energéticas). Los ejemplos de incondicionales sin experiencia pueden seguir: Raquel Sosa Elízaga en las Universidades del Bienestar Benito Juárez García, tratando a profesores como dueña de hacienda; "luchadores sociales" como Leopoldo de Gyves para una embajada tan problemática como la de Venezuela, y además sin ninguna formación de diplomático; los Concheiro en cargos, con uno de ellos (Luciano Concheiro) ostentando en Educación Pública falsas medallas de "luchador por la causa" como "sobreviviente de la masacre del 2 de octubre" (¿fue para efectos curriculares?); Pablo Gómez en algo delicado como la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF)...Trascendencias aparte, el balance se perfila con luces y sombras, al igual que el de López Obrador como jefe de gobierno de la Ciudad de México, y sin descartar una popularidad debida a un "pensamiento mágico" ciertamente no ausente de México, como lo ha sugerido -hay que saber escuchar- Jorge G. Castañeda. La herencia priísta no ha desaparecido, aunque al mismo tiempo se ha avanzado en tratar -tratar- de limitar las causas objetivas de corrupción, como las pirámides de intermediarios ya mencionados. Habrá que ver cómo se resuelve finalmente esta contradicción.