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miércoles, 18 de enero de 2023

PUES A DARLE...

 El mandatario ruso Vladimir Putin dió hace poco su tradicional mensaje de año nuevo a los rusos. Puso todo el énfasis en los sucesos de Ucrania y en el llamado al patriotismo, como no podía ser de otra manera.

      Ocurre que, desde el principio de sus mandatos, sólo interrumpidos por uno de Dmitri Medvedev, Putin ha puesto el acento en temas relacionados con el exterior y, por lo general, con eventos bélicos, llegando a ser el hecho de mayor importancia la anexión de Crimea en 2014. En cambio, pese a reformas constitucionales, es poco lo que se dice y se sabe sobre la situación interna de la Federación Rusa. No se está ante algún aislamiento a partir del cual Rusia, con sus gigantescos recursos y cualidades (los rusos son excelentes trabajadores, de una manera general), busque crear un ejemplo interno qué proyectar sobre el exterior.

     Putin apeló a la defensa de los "valores familiares tradicionales". Cuando los enumera, hasta cierto punto no tienen mucho en común con el capitalismo, que a lo sumo se regodea en un "ser feliz" estático y de goce, pero desconoce por completo toda forma de generosidad y, más aún, de desprendimiento. Los valores tradicionales rusos propuestos por Putin, que por lo visto busca ahorrarse toda ideología, son una mezcla de religión y, curiosamente, de sovietismo. En este sentido, chocan con lo que tiende a imperar en la propia sociedad rusa: la creencia en valores capitalistas, en sectores no desdeñables de la sociedad, no exenta de ciertos síntomas de descomposición, pero no al grado de Occidente. El problema está entonces en que el camino capitalista escogido por Rusia difícilmente puede ser la base para mantener "valores tradicionales" en parte de origen feudal, y en parte propios del sovietismo. La destrucción de ambas fuentes no es nueva: se remonta al último período de la Unión Soviética, con la entrada en la era de masas y la creciente urbanización, acompañada de espíritu clasemediero. Así las cosas, pero pese al "renacimiento de gran potencia", algo de importancia frente al insoslayable acoso exterior, la Federación Rusa es en parte una caricatura o una degradación del pasado soviético, que la mayor parte de la población añora. Es lo que permanece en "los valores tradicionales" (solidaridad y desprendimiento) frente a lo que es el capitalismo: la competencia de todos contra todos y la indiferencia al prójimo, como no sea que haya algún beneficio que sacarle. 

      Bien vistas las cosas, Rusia está sentada entre dos sillas, y tratando de salirse de cierta ficción haciendo "culturalismo", lo que está de moda (en este caso, se hacen pasar valores universales por particulares). Más allá de lo señalado, las "tradiciones" podrían buscarse en otra parte: son las de un aparato burocrático inamovible, que Stalin llamaba "maldita casta", que se asegura de que el país euroasiático se mantenga en la inercia y en la incapacidad de terminar de consolidarse como potencia: se traba así toda iniciativa desde abajo y se prolonga el verticalismo y la apatía de la población, además del oportunismo en el aparato mencionado. No hay ruptura de fondo con la herencia del pasado, y es difícil pensar que, por "valores tradicionales", Putin esté entendiendo lo que eran: la servidumbre, la ignorancia de una mayoría inmensa de la población sumida en el analfabetismo, la ineptitud y las ínfulas aristocráticas y los omnipresentes funcionarios, los chinovniki. Desafortunadamente, la incesante presión exterior y la alianza con un puñado de oligarcas han servido hasta cierto punto de pretexto para no encarar la situación interna, que no es de lo mejor, pese a que Rusia no se vaya a fracturar como lo espera Occidente. ¿A quién le es fácil ser feliz en Rusia con sus taras?



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