La actual mandataria de Perú, Dina Boluarte (una mujer, como Jeanine Añez, quien fuera presidente de Bolivia por un tiempo), optó en un primer momento por reprimir duramente las manifestaciones en su contra, causando decenas de muertos. No era admisible. Sin embargo, el presidente colombiano, Gustavo Petro, salió a acusar de "nazi" a Boluarte, fuera de toda proporción. Al referirse a las autoridades peruanas, espetó: "marchan como nazis contra su propio pueblo". Petro ya había comparado al Estado colombiano con la Alemania nazi por el exterminio de militantes de la Unión Patriótica (pudieron ser tal vez alrededor de dos mil).
Este tipo de palabrotas está de moda en la izquierda, puesto que el actual mandatario brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, no dudó en acusar a su predecesor, Jair Bolsonaro, de "fascista" y "genocida", lo segundo por el manejo de la crisis sanitaria de la Covid 19. Lo curioso es que no es un lenguaje que salga de la izquierda, sino de los medios de comunicación masiva predominantes: es así que el presidente estadounidense Donald J. Trump era también un "fascista". Simplemente, "nazi" o "fascista" no remiten a un significado preciso ni a un concepto, que muestre determinadas cualidades, sino que las palabras se usan por el efecto que puedan producir y, a partir de él, tal vez por la ganancia que puedan reportar, en el sentido de "engalanar" a quien las dice. Ya lo había sugerido el ensayista colombiano William Ospina: Petro no deja de tener aspectos politiqueros.
Recientemente, el gobierno salvadoreño de Nayib Bukele trasladó a una primer tanda de presos a una gran cárcel destinada a albergar pandilleros. Las escenas del traslado son duras, puesto que los presos son llevados apenas con un calzón blanco al nuevo lugar de reclusión. Al mismo tiempo, son conocidas de sobra las condiciones de reclusión en América Latina: hacinamiento, pero también lugares escuela del crimen, con ventajas y hasta lujos para los presos privilegiados, con derecho a fiestas, prostitutas, teléfonos celulares para ordenar más ilícitos, etcétera. Con el centro penitenciario de Bukele, se acabó, y es secundario que algunos funcionarios hayan negociado en algún momento una tregua con las pandillas, ya que éstas no cumplieron. Si las imágenes del traslado son fuertes, es por la facha de los pandilleros, cabeza rapada y con frecuencia tatuados a morir. Ninguna autoridad los puso a esta "moda".
Pues bien, viendo las imágenes Petro decidió que le recordaban "campos de concentración", lo que está por completo fuera de lugar, y hay que agregar que los reclusos no están en los huesos, además de que, como se acaba de señalar, son ellos que escogieron el aspecto terrible que tienen. Por ahí hubo una queja de "Derechos Humanos" en el sentido de que estaban recibiendo un trato inhumano, aunque hay dos cosas: estos asesinos difícilmente fueron humanos en la calle, donde entre otras cosas se dedicaron a sembrar el terror en la población civil, y no han sido objetos de tortura o cosas por el estilo, al menos que se considere "humano" regresar a los tiempos en que tenían privilegios para delinquir desde la cárcel., No hay nada de "campo de concentración", y es difícil saber si Petro busca un "efecto" o es ignorante (o ambas cosas). En este marco, es por lo demás falso que Bukele no esté haciendo nada en el terreno social: construye hospitales, infraestructura, readapta escuelas, etcétera. Petro no parece haber tenido mucha idea de lo que son las maras, y coincide por lo demás con Estados Unidos en las críticas de moda a Bukele. En el límite, el señor politiquero es deshonesto a tono con los medios ya mencionados, y criticar a Bukele es una manera de reafirmar la pertenencia a un grupo/corriente dominante. Habrá que ver los resultados del presidente colombiano en Colombia. No en El Salvador. Ni en el Perú.