Bolivia está entrando en una situación lastimosa, que se refleja en la división del Movimiento al Socialismo (MAS), entre los partidarios del presidente Luis Arce, en principio expulsado del partido, y los del ex mandatario Evo Morales, reelecto -en un acto considerado ilegal por los "arcistas"- al frente de la organización y considerado candidato presidencial para el 2025. Hay, de entrada, un problema de relevo generacional y falta de entendimiento de Morales, como si no hubiera sacado las conclusiones de la búsqueda previa de la reelección, que se consiguió torciendo la Constitución. Las cosas no se resuelven apelando a los indígenas, y hasta ahora no queda claro qué pudiera decir el ex vicepresidente Alvaro García Linera. Está por verse si Arce tiene bases propias, lo que no está descartado.
La situación se tensó en un momento en que llegó como encargada de negocios estadounidense Debra Hevia, agente de la Central de Inteligencia Americana (CIA), no ajena al intento de desestabilización en Nicaragua en 2018 y que, apoyándose en la derecha y sus congresistas, busca ahondar la división del MAS y desprestigiar a Morales, haciéndolo aparecer no como el líder sindical cocalero que es, sino como "narcotraficante". Las circunstancias para dirimir el conflicto en el MAS se complican.
Gran parte del problema está en no lograr deshacerse de prácticas de origen colonial, mezcladas con prehispánicas, y que son personalistas, hasta donde las lealtades personales son una forma de tratar de asegurarse el otorgamiento de posiciones políticas, que no excluyen el acceso a negocios. Desde una posición personalista, Morales ha lanzado a su vez fuertes acusaciones de corrupción contra miembros del gobierno de Arce, e incluso contra familiares de éste. Hasta ahora, no logran pasar líderes más jóvenes y opuestos al clientelismo, como en particular Andrónico Rodríguez, que ha sonado como ideal para "terciar". Lo único que no hace peor las cosas es que la oposición está dividida.
El "progresismo" está tocando sus límites en América Latina, con el agravante de que la derecha no es capaz de gobernar, aunque sí, al menos en la visión de Estados Unidos, de tratar de dejar las cosas en el "caos controlado". Los límites se han visto en el carácter de molicie de José Mujica en el Uruguay, de Alberto Fernández en Argentina y de Gabriel Boric en Chile, los dos últimos en la presidencia, pero con la popularidad en picada. En más de un caso, Estados Unidos ha logrado recuperar bastante del terreno perdido. Es lo que intenta en Bolivia, sin que la izquierda, cada vez más electorera, logre teorizar gran cosa. No queda claro qué fue a hacer García Linera en la Internacional Progresista del Demócrata estadounidense Bernie Sanders. No ha sido el momento de la gente de abajo y mucho menos de los trabajadores, sino de sectores medios que en gran medida han hecho suyos los intereses Demócratas, como lo ha demostrado por ejemplo Gustavo Petro en Colombia, y está por hacerlo la autodenominada "Cuarta Transformación" con Claudia Sheinbaum en México, de manera suicida. Con frecuencia, los liderazgos populares no logran pasar el umbral clasemediero (Lula en Brasil, por ejemplo), ni permitir que sean trabajadores (el mismo Lula no lo es desde hace muchísimo) los que se pongan al mando: lo sucedido con Pedro Castillo en el Perú es un escarmiento, y podría no ser el último. Hasta cierto punto, la misión de Hevia en Bolivia es cerrarle el paso a un Morales limitado (da click en el botón de reproducción). Izquierda no es sinónimo de trabajo.