A veces no queda claro para qué se dan noticias: si para que la gente haga algo o para que, al contrario, se vea neutralizada. Insistir una y otra vez en la delincuencia, por ejemplo, es algo que puede crear a la vez inseguridad y sensación de indiferencia, "con tal de no meterse con ellos", de no ir a ciertos lugares y de aprender así a sobrevivir, creyendo vivir "a todo lo que da".
Para colmo, quien se toma en serio el problema de la delincuencia, persiguiéndola de verdad, y no a medias, puede encontrarse tachado de "autoritario". Por si acaso, en El Salvador el presidente Nayib Bukele ha proseguido con los últimos reductos de pandilleros (maras), pero también han sido liberadas seis mil personas, dejándose margen a la corrección de errores o injusticias.
Junto a la violencia, las condiciones socioeconómicas son motivos de emigración. En El Salvador tuvo que salir mucha gente refugiada durante la guerra interna. Luego, un clima de violencia muy grave provocó más emigración, aunque ahora no se tratara de refugio político. El fenómeno migratorio, con el paso de los años, hizo que El Salvador se volviera un país fuertemente dependiente de remesas, en particular de las enviadas desde Estados Unidos, y la búsqueda de salida no cesó, aunque ha empezado a bajar, ahora que con el gobierno de Bukele el país centroamericano se ha vuelto muy seguro.
Bukele anunció hace rato una nueva sorprendente, que difícilmente es posible en otras comunidades de inmigrantes. Mientras en América Latina más del 30 % de la población (o hasta el 50 % en algunos casos) dice que emigraría de tener la posibilidad, entre los inmigrados salvadoreños el 60 % dice que regresaría a su país si tuviera la oportunidad, y dicho ésto a pesar de que la pobreza ha crecido un poco en El Salvador. No existen antecedentes conocidos de ese tipo, es decir, de un cambio tal en el país de origen que más de la mitad de los inmigrados desee regresar, dejando de lado algunos casos de exilios políticos, y por cierto que no todos. Lo señalado indica que, para un buen número de salvadoreños, su país es hoy sinónimo de paz y de oportunidades para salir adelante honradamente. No hay en América Latina ningún otro país que pueda presumir de lo mismo (ni México, pese a las promesas del lópezobradorismo, con un estado de cosas tal que arroja, una vez más, serias dudas sobre la "estrategia" de seguridad federal, con la excepción de la Ciudad de México, que adoptó medidas adecuadas en la policía, en particular con alzas de salarios, medidas de inteligencia y, cosa muy importante, sistemas de promoción dependientes de evaluaciones y no de cesiones personales de arriba, por lo que se puso por delante la meritocracia que, de una manera general, la autodenominada "Cuarta Transformación" no sólo no entiende, sino que rechaza, pese a que es el secreto de la eficacia del ejército cuando se lo propone).
Uno tras otro, distintos países latinoamericanos caen por la pendiente de la presencia mayor de la delincuencia, al grado de terminar en Estados fallidos, como Haití o el Ecuador (que por ahora toma veneno estadounidense a modo de "medicamento"), pero también Chile, Costa Rica, el Perú o Uruguay. La región latinoamericana vive una fuerte lumpenización, sin que los gobiernos progresistas atinen a atajarla, y con las cosas en la duda: el "remedio" estadounidense es el "caos controlado", para atomizar y evitar protestas sociales, por lo que, antes de Bukele, y bajo cualquier signo ideológico, no se hizo nada serio ni de verdadero alcance para detener la violencia. Antes al contrario, se la "administró" o "dosificó", pero sin más, tal vez porque no era ajena a ciertos negocios, y tal vez también por lo que tontamente acaba de declarar el presidente ecuatoriano saliente, Guillermo Lasso: la creencia de que "sólo se matan entre ellos", cuando en realidad la criminalidad se desborda (en particular bajo la forma de secuestros y extorsiones), y deja en la indefensión a la gente de abajo que busca ganarse la vida por las buenas. El mensaje para otra parte de la población es que puede estar feliz de sentirse a salvo y en la indiferencia. No hay necesidad de ninguna "militarización" ni de "criminalización de los movimientos sociales", porque en el "caos controlado" no hay organización posible, porque el miedo y la indiferencia no la permiten. Bukele ha demostrado que el problema de la inseguridad es posible de resolver, pero son entre otros los medios de comunicación masiva los que se han encargado de sembrar más miedo (y otro tanto de indiferencia): miedo e indiferencia a políticas constructivas firmes y a alternativas probadas. Aplaudir cuando llega el cártel-que-todos-quieren es gozar de la creencia de que "peor es nada". Ya se sabe cuál es el himno salvadoreño (da click en el botón de reproducción):