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sábado, 21 de octubre de 2023

¿QUÉ ES LO QUE HAY?

 Durante mucho tiempo, y como herencia de Marx, izquierda se asociaba con trabajo. Los partidos de izquierda buscaban tener bases en la clase trabajadora, aunque era confundida con los obreros (industria y minería), mientras quedaba a debate el lugar de los campesinos. En la Unión Soviética, en 1936, la Constitución consagró la alianza de obreros y campesinos, agregando a los trabajadores intelectuales, aunque más tarde las cosas cambiaron por el "pueblo". La izquierda, así, no era muy dada a hablar de "pueblo". Andando el tiempo, quedaron menos partidos que hicieran referencia a los trabajadores, y más de uno era trotskista (como el Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT- en México). Quedaron otros, aunque bastante desligados de los trabajadores, como el Partido Laborista inglés, el Partido del Trabajo (PT) en México o el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil. Los partidos comunistas solían tener bases obreras, aunque a la larga se quedó en "obrerismo" o "campesinismo" (para los maoístas), pero sin el menor análisis sobre otro tipo de trabajadores explotados, que igual pueden situarse en la "clase" media y con ingresos no forzosamente tan bajos. El "obrerismo" y el "campesinismo" terminaron convirtiéndose en miserabilismo: "los pobres", "los condenados de la tierra", etcétera, pero todo -incluido "el pueblo"- cada vez más desligado del trabajo, por lo que no tiene gran cosa que ver con Marx.

      Un sistema como el soviético buscó premiar el trabajo de distintas formas (como por ejemplo la capacidad para producir mucho en el llamado "estajanovismo"), y después el bloque soviético se enfrascó un tiempo en la polémica sobre el modo de recompensar el trabajo: materialmente, o moralmente (idea cubana con Guevara y su "hombre nuevo"), chocando con el igualitarismo: un sistema socialista no tendría por qué no crear cierta desigualdad entre quien trabaja, y bien, y quien no lo hace, o lo hace mal. Cuba ha sufrido mucho tiempo de un igualitarismo salarial innecesario, recompensando por igual -por igualitarismo- a quien trabaja y quien no trabaja o lo hace mal. Es así que, por el mismo igualitarismo, se ha olvidado que las diferencias de clase subsisten, y es normal que subsistan, en un régimen socialista.

     En el capitalismo es distinto. Se premia el éxito en los negocios, por lo que no han faltado incluso presidentes empresarios, vistos como símbolos de éxito (el más reciente es Daniel Noboa en el Ecuador). Se compite y se rivaliza duramente por el estatus social que se confunde con el económico: las cosas de marca (vestido, lentes, relojes, automóviles, etcétera), los lugares de residencia y de vacaciones, el tipo de deporte practicado o al que se es aficionado (golf, tenis...), la música que se oye, etcétera. En cambio, en los regímenes socioeconómicos precapitalistas, en particular el feudal/señorial, no cuenta tanto el éxito económico, sino en las relaciones personales (el número de dependientes, la extensión de la familia), en el séquito, los "súbditos", y la desmesura: la extensión de las posesiones (en tierras, así estén ociosas), la ostentación de la vivienda (en "modo hacienda"), lo "grande y extenso" como muestra de estatus, además de la capacidad para acaparar (espacio, tiempo) y tener rentas, antes que actividad productiva directa. Esto pesa en las izquierdas del Sur.

     En efecto, muchas izquierdas del Sur, por ejemplo en América Latina, no han estado exentas de relaciones clientelares ni, llegadas al poder, de modos de vida señoriales, todo desligado del trabajo y de lo que el prócer mexicano Benito Juárez llamaba la "honrada medianía". Ocurre igual en ámbitos universitarios. Lo dicho ha terminado en una izquierda también marcada por el "rentismo de la época", que, como se dice, saluda con sombrero ajeno: se hace pasar por "antifascista" designando "fascistas" hasta donde no los hay, se cuelga de "causas" sin saber mucho de su significado (pueblos originarios, afrodescendientes, con tal de seguir en el miserabilismo y la caridad), se agarra de China por moda de los sesenta, y ostenta estas rentas al igual que, en el Sur, los "demócratas liberales", hasta donde ahora es el capitalismo que hace el cambio y promueve a Guevara. Las mismas prácticas: líderes intelectuales de la autodenominada "Cuarta Transformación" mexicana con clientelas, proclividad al acaparamiento, a la renta (repetición incesante del "descubrimiento), modos de vida para la simonía (compra de cosas espirituales) y para recibir indulgencias. Nada de ésto tiene que ver con el trabajo: los trabajadores no tienen posibilidades de ascenso y representación en el "progresismo" (Lula es una excepción dudosa, y Evo Morales fue una excepción que quiso apoyarse en el peruano Pedro Castillo), copado por clases medias "intermediarias". Los nombres no hacen alusión al trabajo, sino al "hacer Historia" ("trascender"), a ser "humanos" ("Colombia humana"), a "la potencia de la vida", a extrañas apelaciones a "todos" (Frente de Todos, "por el bien de todos"), por no caer de milagro en "Unete a los optimistas" (el amor al prójimo, la acusación de "odio" contra la derecha, etcétera). Si hay cosas que dentro de ciertos límites se pueden valorar en el "progresismo", está limitado por su herencia clientelar, si bien hay excepciones y, sobre todo, por su alejamiento del trabajo y los trabajadores, ni se diga de Marx. No hay "comunistas" más que en la cabeza torcida de TV Azteca en México, de Javier Milei en Argentina o de Gloria Álvarez en Guatemala, que en vez de razonar buscan crear una "impresión fuerte". Y el mundo del trabajo no está muy representado que digamos, porque se prefiere con frecuencia "repartir" desde arriba que dar a cada uno lo que corresponde a su mérito en el trabajo, no en el "hacer méritos" en las relaciones o en el éxito económico. (da click en el botón de reproducción).



FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...