A la oposición en México, del Frente Amplio, le tiene sin cuidado la distinción entre verdad y mentira, como a ciertos círculos intelectuales y a buena parte de la universidad pública. El ejemplo es el del intelectual Guillermo Sheridan: acusado de ser miembro de la fuerza aérea universitaria, no contesta sobre sus horas e itinerarios de vuelo, sino que recurre a verle la cara a quien se deje. Da como supuesta prueba de su trabajo el haber escrito 35 libros "como autor y/o coordinador" (cuidándose de distinguir) entre 1985 y 2021, además de haber dado a luz a otros tres (ya son 38) y dejado en prensa dos más (suman 40) en 2022, lo que da un total de 40 libros en 36 años. La universidad pública no lo tocará, sino que se pondrá a investigar a Xóchitl Gálvez y a Claudia Sheinbaum, por presuntos plagios. Un libro serio requiere como mínimo cinco años de trabajo, según universitarios que algo saben del tema, pero Sheridan hizo o coordinó libros a un ritmo de más de uno por año. De este tipo de grandes personalidades está llena la universidad pública. Sheridan no es tocado habida cuenta no de algún mérito personal, sino de su pertenencia a una clientela no exenta de cierto poder, incluido el mediático. Considerando la respuesta de Sheinbaum, a la universidad pública no le quedaría más que sancionar a Gálvez y dejar en paz a Sheinbaum, asumiendo las consecuencias políticas, si acaso importan más allá del "dale donde más le duele" al que se dedica la oposición. Son casi seis años así con López Obrador y hay ánimo para seguir con Sheinbaum por si tuerce el rumbo.
El sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador se acerca a su fin entre luces y sombras. Prometió diferenciarse de los anteriores en materia de corrupción y, en más de un aspecto, lo logró: salvo un caso no muy publicitado, expuesto por Hernán Gómez Bruera: durante tres años, los negocios de la Consejería Jurídica de la Presidencia, a cargo de Julio Scherer Ibarra, hijo de Julio Scherer, e investigado por la Fiscalía General de la República. Fuera de este caso, el gabinete de López Obrador no tiene en su contra nada comparable a muchos gobiernos anteriores, en términos de saqueo del erario: no hay disposición discrecional de gigantescas partidas secretas, ni Fobaproas, ni Oceanografías, ni Garcías Luna, ni Estafas Maestras, por más que la oposición y su fuerza mediática quieran guiarse por el engaño, al hacer creer que, a fin de cuentas, "todos son iguales": la fabricación del caso "Casa gris", Felipa, Martinazo o los sobres de Pío francamente no dan para insinuar que gobernó otro "Negro" Durazo o un López Portillo nunca tocado. En lo fundamental, López Obrador cumplió. También habrá conseguido equilibrar en algo las economías del norte y del sur-sureste de México (las respectivas tasas de crecimiento lo prueban, hasta aquí). No prometió demasiado en materia de seguridad y logró reducir la pobreza un poco "de chiripa", casualmente, como se dice coloquialmente: no fue atacada a fondo la pobreza extrema, pudiendo hacerse, de los programas sociales se beneficiaron más bien estratos medios bajos y los cinco millones que salieron de la pobreza (otros elevan la cifra a nueve millones) lo hicieron gracias a aumentos salariales. Lo que hizo la popularidad del presidente mexicano fue su frontalidad. Tampoco se lo encontrará en ningún lujo terminado el sexenio: se irá a La Chingada, como prometido.
El aparato mediático y el de Justicia optaron por hacerle la guerra a López Obrador. Tuvo que hacer al mismo tiempo con otros problemas insidiosos. No se le hizo el menor caso en su llamado a la "revolución de las conciencias", y asomó otra cosa: el arribismo del aparato del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), que hace cualquier cosa: ahora promueve para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México a una persona vulgar, Clara Brugada, porque tiene una alcaldía (Iztapalapa) clave en votos, incluso a nivel nacional, pero sin que se sepa hasta el momento qué propone la señora, más allá de llevar cuentas en orden (no es seguro que sus proyectos culturales sean tan loables); y abre posibilidades a Omar García Harfuch, policía que dió muy buenos resultados, que quería estar en Seguridad federal y que de política sabe tanto como de chino mandarín, al igual que en el pasado el desperdiciado Miguel Angel Mancera, pero que es un guiño de ojo a la clase media. No importa en ningún caso que una deba seguir haciendo cuentas y que otro deba seguir con el oficio de policía que le funciona: MoReNa no hace más que cálculos electoreros, y creyendo tal vez que con agregar a los Angeles Azules la demagogia y lo electorero parezcan popular, si se trata de Brugada e Iztapalapa. La elección de Sheinbaum para la presidencia pudo haberse ahorrado -López Obrador trató de frenarlo- prácticas como las "cargadas" de gobernadores o acarreos. No está claro que se esté alumbrando un cambio de régimen, salvo en las prácticas de las altas esferas. MoReNa pudiera andar por otros rumbos, a reserva de lo que venga: el rechazo al salinismo, más que al antiguo régimen, al haber cesado la idea de que "todos caben" y, a la par, "unos con mejor lugar que otros".
López Obrador no habrá sido Quijote, ni sin mancha. Su creencia de que "la política es el arte de escoger entre inconvenientes" y, sobre todo, un acomplejamiento provinciano frente a un mundo intelectual mal comprendido lo llevaron a más de un error: nombramientos con "leyes a modo" como el del señor Francisco Ignacio Taibo Mahojo, permisividades a la señora, transformación de parte del aparato diplomático en agencia de colocación de viudas de amigos y de amistades de la intocable (la misma señora), enfrentamientos estériles con personas cuyo único interés es la importancia personal, falta de trabajo (más allá de condiciones de salud), ignorancia no reconocida e idealización del "pueblo" a costa del trabajo mismo, al grado de que no faltara gente incompetente en el gobierno. Deja una tibia defensa de la soberanía y, al mismo tiempo, un país cerca de ser terminado de rematar por el nearshoring, que es lo deseado por una oposición suicida, al menos en el Frente Amplio. Si López Obrador fue bastante consecuente (aunque no en todo, ni siempre), MoReNa está en cambio en la contradicción más completa, salvo excepciones: a menos que se trate de querer monopolizar lo que dé el remate de un país que ha dejado de vivir de sus propios recursos, de sus capacidades endógenas y de una soberanía económica que, si alguna vez tuvo cierta importancia, ya no existe más. El "proyecto de nación" no existe, salvo en la creencia en ciertas costumbres dizque "culturales" que ni siquiera son garantía de que la desintegración social no prosiga. No es tratando al "pueblo" como niño o como discapacitado -como lo hace Sheinbaum - que pueden encontrarse fuerzas para levantarse y, por lo demás, parar la suplantación del interés público por el mediático y del ejercicio de la autoridad por la impunidad judicial. Como se le quiso restar a López Obrador autoridad, se le querrá quitar a Sheinbaum: es para lo que están "autoridades" como Sheridan, que como otras deslumbran por su violencia apenas disimulada: grosería maliciosa y refinada mala fe, puesto que el mensaje es que el verdadero Supremo es el que hace más de un libro al año, y consigue que lo tomen por "alguien", además algo así como incólume e impoluto cazador de advenedizos. Descanse en Paz.
Música para la mañanera, al gusto de todos (da click al Zócalo de ensueño en la Cdmx):