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viernes, 27 de octubre de 2023

TOMAR LA POSTA

 Los "progresismos" latinoamericanos tienen cierta tendencia a encumbrar a una sola persona, y la oposición lo sabe, por lo que busca "destronar" para "descabezar". Al mismo tiempo, varios de estos liderazgos no son sinónimo de ambición de poder.

     Es algo que está claro en el caso de Rafael Correa, quien se negó a cualquier artimaña para reelegirse y se fue a Bélgica, de donde es su esposa, con la idea de dedicarse a escribir. Ha seguido activo en política -a lo que tiene todo derecho- por lo ocurrido en 2017, la traición de Lenín Moreno en Alianza País y el "vacío de autoridad" provocado por la persecución contra otros líderes de la Revolución Ciudadana, como Ricardo Patiño o sobre todo Jorge Glas. Luisa González, candidata reciente de la Revolución Ciudadana, no habló de llevar a Correa al Ecuador, aunque sí de consultarlo. No es que falten aduladores cerca de Correa, pero hay elementos para pensar que no quiere poder para sí. Lo mismo puede decirse del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien no desconoce las reglas del sistema político mexicano y cerró el paso a cualquier petición absurda de reelección o de tener algún cargo luego de abandonar la silla presidencial. López Obrador se irá a su rancho -finca- en Palenque y tal vez no se excluya que, de ser quien gane la presidencia, Claudia Sheinbaum lo consulte, pero sin que ello suponga injerencia. Ni Correa ni López Obrador son ambiciosos de poder, ni mucho menos se han enriquecido, El mundo mediático quiere dar otra impresión, pero para descalificar y polarizar en torno a una persona para restarle autoridad y suplantarla por las vedettes de los medios. Como sea, no es seguro que haya sido lo mejor colocarse todas las mañanas temprano como blanco de los medios de comunicación masiva. Tampoco es seguro que López Obrador haya sido ajeno del todo a ciertas pifias clientelistas, pero su figura ha sido utilizada en el aparato del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa) para que algunos escalen en nombre del "bien". En su momento, Correa también señaló la presencia de ambiciosos en 2021 en torno a la candidatura presidencial de Andrés Arauz.

      Es distinto lo que ocurre con el liderazgo de Evo Morales en Bolivia, por el énfasis en los indígenas, proclives a formas de "organización" personalistas y piramidales, más allá de los méritos de Morales y sin que sea un cacique propiamente dicho. Aquí sí aparece el "hombre indispensable", no exento de cierto culto (en Oruro, por ejemplo). Lo mejor es que lo haya criticado el actual presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, por querer reelegirse torciendo la Constitución. Lula no ha hecho nada similar, pero también aparece como "hombre providencial" para los pobres. Nótese que en los casos de Morales y Lula se trata de gente venida de muy abajo: "los pobres" o los indígenas pueden no estar exentos de prácticas personalistas y clientelistas, pese a que en los dos casos hay antecedentes sindicales -no es menor cosa- que no existen en Correa o en López Obrador.

       Daniel Ortega en Nicaragua es otra cosa, dados sus antecedentes militares, como ocurría con el sempiterno Fidel Castro en Cuba, y como llegó a ocurrir con otro militar, aunque no guerrillero, en Venezuela, Hugo Chávez. Es siempre una tendencia tal que se termina por hablar de "fidelismo" o de "chavismo", lo que no ha ocurrido en cambio con Ortega, poco dado, a diferencia de Castro y Chávez, a pasarse el tiempo en la exhibición pública (aunque Ortega, cuando habla, lo puede hacer también por horas, eso sí sin histrionismo, al grado de dormir a los oyentes). El paternalismo implícito hizo daño en Cuba y en Venezuela. Por lo demás, también existe en López Obrador y en Lula, por lo que la izquierda no ha conseguido desembarazarse de cierta herencia señorial. Correa tiende a ser la excepción, pese a que no siempre se rodea de los más competentes.

     Los rasgos descritos se acentúan a falta de organización partidaria fuerte y direcciones más colectivas que permitan el "desbloqueo" generacional, aunque en más de un sentido ha tenido lugar en el Ecuador (con Luisa González) y en México (con la candidata Claudia Sheinbaum). En Brasil no fue posible, en Venezuela es sabido que Nicolás Maduro no tiene el arrastre de Chávez y en Cuba Miguel Díaz-Canel es gris. El relevo funciona así donde el personalismo está más acotado: mal se entendió si se creyó que González era  títere de Correa, o si se quiere sugerir lo mismo de Sheinbaum. Es en Bolivia donde Morales podría ceder -sin dejar el liderazgo del MAS (Movimiento al Socialismo). Lula está en la recta final y Ortega es un misterio. Lo que no es muy factible es que el relevo sea de un grupito de líderes estudiantiles excesivamente jóvenes y con cierto aire de boy scouts, como en Chile con Gabriel Boric. El hecho es que el personalismo deja entrever un bajo grado de institucionalización, si bien la derecha no está para quejarse: Estados Unidos fue el apoyo de gente "personalísima" como Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua, Francois Duvalier en Haití, Alfredo Stroessner en Paraguay, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Alberto Fujimori en el Perú o Augusto Pinochet en Chile, al grado que, siempre con apoyo estadounidense, los peruanos siguen pagando el personalismo y el nepotismo de la familia Fujimori, y los chilenos la incrustación del pinochetismo en la sociedad, como los haitianos los restos del duvalierismo. Igual fascinó en México el seductor de la patria e innombrable, que rompió las reglas de "equilibrio de intereses" del antiguo oficialismo. Quien quiera puede comparar lo que tienen los líderes progresistas y lo que han acostumbrado a hacer los amigos de Estados Unidos en términos de fortunas personales -o incluso, como en el caso de los Fujimori, de vínculos con el crimen organizado.

       Las relaciones personalistas y clientelares no son nuevas en la izquierda. Como sea, son menos fuertes que en el pasado y están en parte fabricadas por los medios de comunicación masiva para insinuar que "todos son iguales", menos los que, en vez de hacerlo por la "política", lo hacen por el dinero. Sin embargo, los presidentes-empresarios en América Latina no han funcionado: el próximo en demostrarlo será Daniel Noboa, en el Ecuador. Si la tendencia fuera a administrar, quedaría por saber en qué términos y para quiénes. 

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